Mujeres explotadas las hay en todo el mundo. Con esto no hago ningún descubrimiento.
Lo que me indigna sobremanera, es el hecho de que se ponga siempre como primer ejemplo del fenómeno a Tailandia, y más en concreto a las jóvenes que trabajan en los locales nocturnos dedicados al esparcimiento y diversión. Y eso es precisamente lo que sacan a relucir el 90% de los periodistas cuando hablan del tema.
Puedo afirmar que ninguna de las mozuelas que están en contacto con los turistas, es objeto de explotación alguna. Están todas en sus puestos de trabajo por decisión propia, y no precisamente acuciadas por una situación económica precaria que les permita vivir como la mayoría de la población.
La ausencia de prejuicios judeo-cristianos respecto al sexo, hace que la prostitución no se perciba tan negativamente, como sucede en las sociedades occidentales.
Puedo igualmente aseverar que hay mucha más explotación en las calles de Madrid, por poner un ejemplo, que no en las de Bangkok-
Las jovenzuelas que alegremente contonean sus cuerpos para nuestro deleite cobran un sueldo mensual acorde al nivel económico del país, y sin lugar a duda muy superior al de un peón. Todo ello sin contar con los “extras” oportunos, que salen en este caso de los bolsillos de los clientes que pactan LIBREMENTE la cantidad.
Por otra parte, ninguna mafia extranjera las maneja reteniéndoles los pasaportes y amenazando a sus familias. Son libres de marcharse cuando quieran.
Recuerdo que estamos siempre hablando de las féminas que machaconamente. Antena 3, Tele 5 y alguna otra cadena nos muestran en sus reportajes como paradigma de mujer explotada sexualmente.
Más lamentable me parece la situación de las mujeres que trabajan en las fábricas de enlatando el atún o piña, a modo de ejemplo, que las amas de casa compran en el supermercado, sin saber quién ha hecho posible que tenga ese producto en sus manos.
Por supuesto, en sus reportajes tremendistas, determinados periodistas se lanzan a hablar sin tapujos de pedófilos, sin saber siquiera cómo es un DNI tailandés, para asegurarse de que al que acusan de un delito, realmente está acompañado de una menor.
¿Cómo se iban a permitir las autoridades locales a tener a niñas trabajando al alcance del primer periodista de turno?
Recuerdo una vez más, para que quede meridianamente patente que desde la primera línea me he referido a las mujeres aparecidas hasta el día de hoy en los reportajes de televisión relacionados exclusivamente con Tailandia, y más concretamente a sus zonas turísticas.
UN DIARIO POLÍTICAMENTE INCORRECTO DE MIS PERIPLOS POR EL SUDESTE ASIÁTICO
25.12.09
Engaños sobre las putas thais
18.12.09
Un exorcista, no apto para menores
Hace unas semanas, Antena 3 televisión, en su programa “A fondo Zona Cero”, nos deleitaba con un reportaje sobre la fauna “paranormal” que pulula por nuestra geografía patria.
Un documento bien hecho en el que no se mojan, y se limitan a reflejar lo que encuentran a su paso. Por lo menos, al no dar su opinión, nos la dan subrepticiamente, y que me corrijan si me equivoco. Las carcajadas tras cada toma, quedan en mi imaginación, y supongo que en el recuerdo de los que trabajaron en dicho documento.
Los profesionales que llevaron a cabo este programa, de lo que no se percataron (o lo disimularon) es que tenían una perla. Y menuda joya. Un claro exponente de lo que es el mundo sobrenatural en España, y alrededores, me atrevo a decir.
Un gallego ocioso, decidió un día que podía dedicarse a los exorcismos. Nadie sabe qué le condujo a ello, tal vez un “marisco” en mal estado. De lo que no me cabe duda, es de que en sus estanterías, carentes de libros, se apilan todas las versiones y secuelas de “El exorcista”, tanto en “beta”, VHS y si me apuran en sistema 2000 (lo recuerdan, jajaja, el que se grababa por las dos caras). Doy por hecho que, el sujeto, dispone tanto de la versión oficial, como la de “el montaje del director”; un último invento de la industria cinematográfica para vendernos más DVDs.
Lo mejor es que vean y escuchen al sujeto en cuestión. No tiene desperdicio.
El “gayego” (me he tomado la licencia de rebautizarlo) nos demuestra que es un gran cinéfilo aficionado tanto a las películas de terror como a las de otro género más prosaico y con un público muy determinado.
Lo bueno del asunto, es que está convencido de que alguien le puede llegar a tomar en serio. Si se pasa por Chueca, le tomarán muy en serio, sin duda. Y puede ser que le pidan autógrafos, dada su pronunciación pública por la causa. Digo yo …
¿Son estos los que aspiran a que se vislumbre un atisbo de seriedad en todo lo relacionado al “mundo paranormal”?
No lo entiendo. Lo siento. Tal vez, estar demasiado informado sea un impedimento para captar ciertas sandeces.
Y para los que se quieran iniciar en sus relaciones diabólicas, ya lo saben: hay que empezar por tener posters gays. Lo ha dicho todo un experto en la materia.
¡Que lo contrate Íker ya!
Un documento bien hecho en el que no se mojan, y se limitan a reflejar lo que encuentran a su paso. Por lo menos, al no dar su opinión, nos la dan subrepticiamente, y que me corrijan si me equivoco. Las carcajadas tras cada toma, quedan en mi imaginación, y supongo que en el recuerdo de los que trabajaron en dicho documento.
Los profesionales que llevaron a cabo este programa, de lo que no se percataron (o lo disimularon) es que tenían una perla. Y menuda joya. Un claro exponente de lo que es el mundo sobrenatural en España, y alrededores, me atrevo a decir.
Un gallego ocioso, decidió un día que podía dedicarse a los exorcismos. Nadie sabe qué le condujo a ello, tal vez un “marisco” en mal estado. De lo que no me cabe duda, es de que en sus estanterías, carentes de libros, se apilan todas las versiones y secuelas de “El exorcista”, tanto en “beta”, VHS y si me apuran en sistema 2000 (lo recuerdan, jajaja, el que se grababa por las dos caras). Doy por hecho que, el sujeto, dispone tanto de la versión oficial, como la de “el montaje del director”; un último invento de la industria cinematográfica para vendernos más DVDs.
Lo mejor es que vean y escuchen al sujeto en cuestión. No tiene desperdicio.
El “gayego” (me he tomado la licencia de rebautizarlo) nos demuestra que es un gran cinéfilo aficionado tanto a las películas de terror como a las de otro género más prosaico y con un público muy determinado.
Lo bueno del asunto, es que está convencido de que alguien le puede llegar a tomar en serio. Si se pasa por Chueca, le tomarán muy en serio, sin duda. Y puede ser que le pidan autógrafos, dada su pronunciación pública por la causa. Digo yo …
¿Son estos los que aspiran a que se vislumbre un atisbo de seriedad en todo lo relacionado al “mundo paranormal”?
No lo entiendo. Lo siento. Tal vez, estar demasiado informado sea un impedimento para captar ciertas sandeces.
Y para los que se quieran iniciar en sus relaciones diabólicas, ya lo saben: hay que empezar por tener posters gays. Lo ha dicho todo un experto en la materia.
¡Que lo contrate Íker ya!
14.12.09
La verdad sobre Íker Jiménez
A principios del pasado mes de noviembre, salía de las imprentas y se instalaba en las estanterías de las principales librerías del país el libro “Íker, el mago del misterio” (Ed. Nowtilus 2009). Una obra en la que su autor, Antonio Luís Moyano, desgrana sin ningún rubor, el “modus operandi” de tan insigne periodista. No escatima en adjetivos a la hora de poner en su sitio al personaje en cuestión. Y de paso, a su señora, Carmen Porter. Cosa que, por otra parte, hace ya tiempo viene haciendo Círculo Escéptico.
Este ex colaborador de Jiménez, y por ende, conocedor de primera mano de sus fechorías, detalla, caso por caso, las manipulaciones a las que tiende el aspirante a émulo del gran Jiménez del Oso.
Fabricante de misterios donde no los hay, en eso se ha convertido el periodista, que, dándole el beneficio de la duda, le ha sobrepasado la fama, y respaldado por un importante grupo multimedia, ha perdido el norte, viéndose en la obligación de exagerar, descontextualizar, y llegar a extremos innecesarios, todo en aras de rellenar minutos de programación.
¿No se percata de que es la mofa y la befa de todas las cadenas, incluso la suya? Se ha convertido en un personaje cómico carente de todo rigor.
Sus incondicionales seguidores sólo son fanáticos que hacen oídos sordos a quienes les sirven la verdad en bandeja
Otra de las habilidades del reconocido presentador, es no admitir sus fallos, y en consecuencia rectificarlos. Le encanta darse aires de investigador serio e, incluso escéptico en ocasiones, para equilibrar la balanza de las sandeces que puede llegar a decir.
Algunos pueden llegar a pensar que lo que tiene el autor es envidia, cierto rencor o problema personal con el fabricante de misterios, podría ser. Lo que no tiene discusión posible, dado que son hechos objetivos, es que muchas historias que se nos presentan como grandes incógnitas de la humanidad, no tienen nada extraño.
Lean ustedes y juzguen.
Este ex colaborador de Jiménez, y por ende, conocedor de primera mano de sus fechorías, detalla, caso por caso, las manipulaciones a las que tiende el aspirante a émulo del gran Jiménez del Oso.
Fabricante de misterios donde no los hay, en eso se ha convertido el periodista, que, dándole el beneficio de la duda, le ha sobrepasado la fama, y respaldado por un importante grupo multimedia, ha perdido el norte, viéndose en la obligación de exagerar, descontextualizar, y llegar a extremos innecesarios, todo en aras de rellenar minutos de programación.
¿No se percata de que es la mofa y la befa de todas las cadenas, incluso la suya? Se ha convertido en un personaje cómico carente de todo rigor.
Sus incondicionales seguidores sólo son fanáticos que hacen oídos sordos a quienes les sirven la verdad en bandeja
Otra de las habilidades del reconocido presentador, es no admitir sus fallos, y en consecuencia rectificarlos. Le encanta darse aires de investigador serio e, incluso escéptico en ocasiones, para equilibrar la balanza de las sandeces que puede llegar a decir.
Algunos pueden llegar a pensar que lo que tiene el autor es envidia, cierto rencor o problema personal con el fabricante de misterios, podría ser. Lo que no tiene discusión posible, dado que son hechos objetivos, es que muchas historias que se nos presentan como grandes incógnitas de la humanidad, no tienen nada extraño.
Lean ustedes y juzguen.
13.12.09
La Ley tailandesa
Muchos hablan de la severidad de la Ley tailandesa y de lo infame de sus cárceles. Sin embargo para cierto tipo de delitos, la pena no es tan dura. Así lo muestran hasta por la calle.
7.12.09
Un segurata poco seguro
La pasada semana se me ocurrió dar una vuelta por uno de los establecimientos que la cadena alemana de supermercados Müller (vendría a ser Pérez, en España) tiene abiertos en Mallorca. No destaca por ser económica, pero sí por ofrecer productos importados que no se encuentran en comercios españoles, básicamente de alimentación. Cómo adicto al chocolate, el que proviene de la semilla del cacao, suelo aprovisionarme de ambrosías germanas diversas.
La cuestión es que el día de autos, me interné en el susodicho local y comencé a escudriñar los estantes de chocolatinas. No tardé en percatarme de que al extremo del pasillo había una mole que con poco disimulo observaba mi persona, no mis movimientos ya que estos eran nulos. No me gusta que me espíen y menos que se analicen todos mis actos como si de un delincuente se tratara. Como estaba de buen humor, cosa que no era óbice para estar cabreado, pensé: “¿Quieres jugar? Pues vamos a jugar”. Me puse a ir de pasillo en pasillo toqueteando todo lo que tenía a mi alcance, cosa que sé le ponía nervioso al gorila de mangas cortas arremangadas (hay que ser hortera). Por supuesto, el individuo me seguía creyendo que yo no me daba cuenta. En el Corte Inglés, por lo menos, son más profesionales, y apenas te das cuenta de que te están observando.
Llegado al fondo del local pensé en que era hora de volver a la casilla de salida y recomenzar la “partida”. Dicho y hecho. Con paso algo acelerado, me fui hasta el primer pasillo dejando al maromo sólo en el último pasillo. Sin “cortarme un pelo”, me quedé inmóvil, ahí, quieto, mirando al pájaro en la distancia, como el torero que espera al morlaco a la salida de los toriles. El observador pasaba a ser el observado. Como mal guardia de seguridad que era, volvió a acercarse hasta mi persona, pero lógicamente, no había motivo para interpelarme. Pensé por un momento dejar la cesta repleta allí en medio y largarme tan pancho con las manos en los bolsillos, y que los empleados se encargaran de recolocarlo todo, dándole las gracias a su inepto compañero. Sin embargo la gula pudo conmigo, y opté con seguir mareando la perdiz.
Llegado de nuevo a mi altura, el pavo se quedo ahí, intentando disimular su mal trabajo. Yo estaba quieto, sin preocuparme por la mercancía que se ofrecía en el local, ahí como una estatua, en plan autista, pero eso sí, echándole miradas acusadoras al uniformado, que bajaba la cabeza con veía que era observado. A modo de despedida, y para que quedara patente que su labor de guardián era penosa, cuando me observaba furtivamente, lo miraba y echaba una risita para avergonzarle. Cansado ya, efectué mi última maniobra. Me precipité rápidamente, como si me fuera sin pagar y me detuve en la caja, saludé amablemente a la cajera, saqué de la cartera varios billetes y pagué. Me di la vuelta y el mono ya se había esfumado. Menudo payaso el “segurata” del Múller de Porto Pí Centro en Palma de Mallorca.
La cuestión es que el día de autos, me interné en el susodicho local y comencé a escudriñar los estantes de chocolatinas. No tardé en percatarme de que al extremo del pasillo había una mole que con poco disimulo observaba mi persona, no mis movimientos ya que estos eran nulos. No me gusta que me espíen y menos que se analicen todos mis actos como si de un delincuente se tratara. Como estaba de buen humor, cosa que no era óbice para estar cabreado, pensé: “¿Quieres jugar? Pues vamos a jugar”. Me puse a ir de pasillo en pasillo toqueteando todo lo que tenía a mi alcance, cosa que sé le ponía nervioso al gorila de mangas cortas arremangadas (hay que ser hortera). Por supuesto, el individuo me seguía creyendo que yo no me daba cuenta. En el Corte Inglés, por lo menos, son más profesionales, y apenas te das cuenta de que te están observando.
Llegado al fondo del local pensé en que era hora de volver a la casilla de salida y recomenzar la “partida”. Dicho y hecho. Con paso algo acelerado, me fui hasta el primer pasillo dejando al maromo sólo en el último pasillo. Sin “cortarme un pelo”, me quedé inmóvil, ahí, quieto, mirando al pájaro en la distancia, como el torero que espera al morlaco a la salida de los toriles. El observador pasaba a ser el observado. Como mal guardia de seguridad que era, volvió a acercarse hasta mi persona, pero lógicamente, no había motivo para interpelarme. Pensé por un momento dejar la cesta repleta allí en medio y largarme tan pancho con las manos en los bolsillos, y que los empleados se encargaran de recolocarlo todo, dándole las gracias a su inepto compañero. Sin embargo la gula pudo conmigo, y opté con seguir mareando la perdiz.
Llegado de nuevo a mi altura, el pavo se quedo ahí, intentando disimular su mal trabajo. Yo estaba quieto, sin preocuparme por la mercancía que se ofrecía en el local, ahí como una estatua, en plan autista, pero eso sí, echándole miradas acusadoras al uniformado, que bajaba la cabeza con veía que era observado. A modo de despedida, y para que quedara patente que su labor de guardián era penosa, cuando me observaba furtivamente, lo miraba y echaba una risita para avergonzarle. Cansado ya, efectué mi última maniobra. Me precipité rápidamente, como si me fuera sin pagar y me detuve en la caja, saludé amablemente a la cajera, saqué de la cartera varios billetes y pagué. Me di la vuelta y el mono ya se había esfumado. Menudo payaso el “segurata” del Múller de Porto Pí Centro en Palma de Mallorca.
1.12.09
El visado es gratis, pero no te lo damos ...
Llegadas estas fechas, el clima y mi reloj biológico interno me señalan que es hora de buscar climas más cálidos.
Tras la fantochada infantil, impropia de un país que desea ser algo en este planeta, que dejó en tierra a miles de pasajeros el pasado año por estas fechas, y los tumultos callejeros del mes de abril 2009, el “sabio” gobiernos tailandés tomó la “sabia” decisión de ofrecer los visados de turista gratuitos. Bien. Nunca (excepto una vez hace algunos lustros) había pensado en meterme en los vericuetos de la pesada y cara burocracia. Sin embargo, incentivado por esta generosa promoción destinada a fomentar el turismo en el país siamés, me lancé.
El primer paso consistió en contactar con el Consulado de la Real Embajada de Tailandia en Madrid . En un primer momento me atendió una amable señorita, supongo que tailandesa por su acento, que me indicó que no había ningún problema. Solamente debía enviar mi pasaporte, dos fotografías y un impreso convenientemente cumplimentado. Todo era amabilidad y simpatía, como corresponde al autodenominado “país de las sonrisas”. La única pega era que había que enviar la documentación requerida por mensajero, es decir, había que gastarse alrededor de 20 euros, sólo por enviarlo.
Haciendo cálculos, obviamente la oferta resultaba ventajosa dado que me evitaba tener que salir del país cada 30 días hasta un máximo de 90 días, o sea que me evitaba pagarme billete de avión y estancia en alguno de los países limítrofes.
En principio, dado que el cónsul debía irse de viaje, los trámites pertinentes podían demorarse algo más de lo habitual, que suelen ser 48 horas. Pasadas algo más de dos semanas, y con la mosca tras la oreja, me decidí a contactar personalmente con el consulado. Tras marcar una veintena, o más veces. Me atendió una señorita ¿la misma? con voz de agobio. “Hola, soy el señor X. Hace más de dos semanas que envié mi pasaporte y no he sabido nada”. Oí como se alejaba del teléfono por sus pasos. “Faltan algunas cosas” me dijo. ¿Cómo que faltaban algunas cosas? Yo había enviado todo lo que se me había solicitado. “¿Pero qué cosas?” le pregunté. Siempre titubeando y poco segura de sus palabras me dice: “Pueeesss … una carta de invitación … un billete de avión … y además TIENE USTED MUCHOS SELLOS DE TAILANDIA EN SU PASAPORTE”. Dado que el cabreo en una embajada es tontería, me contuve, pero le expliqué amablemente que efectivamente tenía muchos sellos porque hace 22 años que visito su bonito país, tengo vivienda propia en su bonito país, tengo cuenta corriente en su bonito país, teléfono móvil de contrato en su bonito país, al margen de novia y familia, todo en un tono sosegado, como corresponde, pero con cierta indignación. “Es que nos hemos vuelto más estrictos” añadió la empleada de la legación. “¿Tienen miedo a que me quede a vivir allí, verdad?” le repliqué. “Buenooo … hehe”. Sí claro, me voy a ir al otro lado del mundo a ganar 800 euros, con suerte, cuando eso es lo que gasto en una semana. Algo contrariado, le dije que enviaría al mensajero a recoger mi pasaporte dado lo absurdo de la situación.
Pasado el enfado, llamé a Tailandia para ver si desde allí podían desbloquear la situación. Ya que había enviado el pasaporte, podía intentarlo de nuevo. A los dos días, mi contacto me dice que ha hablado con el consulado de Madrid y que no hay ningún problema. Bien. No entiendo muy bien cómo funcionan estas cosas, peor armado de valor, me pongo a marcar innumerables veces el número que ya me sabía de memoria 91 563 29 03. “Hola soy el señor X, y ayer el señor Y habló con alguien de ustedes y me dijo que no había problema alguno para expedirme el visado”. “Un momento” me dice. “Usted dijo que vendrían a recoger el pasaporte” me espeta sin más. “Sí, pero …” y me pongo a explicar todo el proceso que estoy ya sufriendo. “Pues aquí no ha llamado nadie, y además debería enviarnos también su contrato de trabajo”. Si claro, y la próxima vez me pedirán el número de mi tarjeta de Carrefour. Absurdo, ridículo, esperpéntico. O sea que puedo viajar a los Estados Unidos de América y quedarme 90 días, y para ir a un país en vías de desarrollo con un visado de turista, me veo en la obligación de enviar un dossier completo sobre mi persona. Le digo que no entiendo nada de nada, pero que sí, que muy bien, que su país es muy bonito, pero que no entiendo que puedo ir 30 días sin visado, pero ellos no me pueden poner un sello para ir 60 días. ¡O me dejan entrar o no me dejan! Pero no ha lugar a este sinsentido.
Deduzco que tanta pega se debe básicamente al hecho de que deben expedir el visado gratuitamente, cosa que no les hace gracia al quedarse sin su bocado, algo muy comprensible al tratarse de un organismo tailandés.
Cuelgo el teléfono. Lo descuelgo seguidamente y llamo a la agencia de mensajería para que vayan a recoger mi pasaporte. A los dos días recibo un reembolso de 37 euros. Un total de 58 euros para nada, sólo para reafirmarme en las contradicciones e incongruencias en la que vive inmerso este bonito país, y que lo tiene ahí varado sin evolucionar.
Sobra decir que no aconsejo a nadie que se acerque al consulado tailandés de Madrid para cualquier trámite, a no ser que esté ocioso y quiera hablar con alguna tailandesa igualmente ociosa. Y que no se olvide nadie de decirle que tiene un país muy bonito.
Tras la fantochada infantil, impropia de un país que desea ser algo en este planeta, que dejó en tierra a miles de pasajeros el pasado año por estas fechas, y los tumultos callejeros del mes de abril 2009, el “sabio” gobiernos tailandés tomó la “sabia” decisión de ofrecer los visados de turista gratuitos. Bien. Nunca (excepto una vez hace algunos lustros) había pensado en meterme en los vericuetos de la pesada y cara burocracia. Sin embargo, incentivado por esta generosa promoción destinada a fomentar el turismo en el país siamés, me lancé.
El primer paso consistió en contactar con el Consulado de la Real Embajada de Tailandia en Madrid . En un primer momento me atendió una amable señorita, supongo que tailandesa por su acento, que me indicó que no había ningún problema. Solamente debía enviar mi pasaporte, dos fotografías y un impreso convenientemente cumplimentado. Todo era amabilidad y simpatía, como corresponde al autodenominado “país de las sonrisas”. La única pega era que había que enviar la documentación requerida por mensajero, es decir, había que gastarse alrededor de 20 euros, sólo por enviarlo.
Haciendo cálculos, obviamente la oferta resultaba ventajosa dado que me evitaba tener que salir del país cada 30 días hasta un máximo de 90 días, o sea que me evitaba pagarme billete de avión y estancia en alguno de los países limítrofes.
En principio, dado que el cónsul debía irse de viaje, los trámites pertinentes podían demorarse algo más de lo habitual, que suelen ser 48 horas. Pasadas algo más de dos semanas, y con la mosca tras la oreja, me decidí a contactar personalmente con el consulado. Tras marcar una veintena, o más veces. Me atendió una señorita ¿la misma? con voz de agobio. “Hola, soy el señor X. Hace más de dos semanas que envié mi pasaporte y no he sabido nada”. Oí como se alejaba del teléfono por sus pasos. “Faltan algunas cosas” me dijo. ¿Cómo que faltaban algunas cosas? Yo había enviado todo lo que se me había solicitado. “¿Pero qué cosas?” le pregunté. Siempre titubeando y poco segura de sus palabras me dice: “Pueeesss … una carta de invitación … un billete de avión … y además TIENE USTED MUCHOS SELLOS DE TAILANDIA EN SU PASAPORTE”. Dado que el cabreo en una embajada es tontería, me contuve, pero le expliqué amablemente que efectivamente tenía muchos sellos porque hace 22 años que visito su bonito país, tengo vivienda propia en su bonito país, tengo cuenta corriente en su bonito país, teléfono móvil de contrato en su bonito país, al margen de novia y familia, todo en un tono sosegado, como corresponde, pero con cierta indignación. “Es que nos hemos vuelto más estrictos” añadió la empleada de la legación. “¿Tienen miedo a que me quede a vivir allí, verdad?” le repliqué. “Buenooo … hehe”. Sí claro, me voy a ir al otro lado del mundo a ganar 800 euros, con suerte, cuando eso es lo que gasto en una semana. Algo contrariado, le dije que enviaría al mensajero a recoger mi pasaporte dado lo absurdo de la situación.
Pasado el enfado, llamé a Tailandia para ver si desde allí podían desbloquear la situación. Ya que había enviado el pasaporte, podía intentarlo de nuevo. A los dos días, mi contacto me dice que ha hablado con el consulado de Madrid y que no hay ningún problema. Bien. No entiendo muy bien cómo funcionan estas cosas, peor armado de valor, me pongo a marcar innumerables veces el número que ya me sabía de memoria 91 563 29 03. “Hola soy el señor X, y ayer el señor Y habló con alguien de ustedes y me dijo que no había problema alguno para expedirme el visado”. “Un momento” me dice. “Usted dijo que vendrían a recoger el pasaporte” me espeta sin más. “Sí, pero …” y me pongo a explicar todo el proceso que estoy ya sufriendo. “Pues aquí no ha llamado nadie, y además debería enviarnos también su contrato de trabajo”. Si claro, y la próxima vez me pedirán el número de mi tarjeta de Carrefour. Absurdo, ridículo, esperpéntico. O sea que puedo viajar a los Estados Unidos de América y quedarme 90 días, y para ir a un país en vías de desarrollo con un visado de turista, me veo en la obligación de enviar un dossier completo sobre mi persona. Le digo que no entiendo nada de nada, pero que sí, que muy bien, que su país es muy bonito, pero que no entiendo que puedo ir 30 días sin visado, pero ellos no me pueden poner un sello para ir 60 días. ¡O me dejan entrar o no me dejan! Pero no ha lugar a este sinsentido.
Deduzco que tanta pega se debe básicamente al hecho de que deben expedir el visado gratuitamente, cosa que no les hace gracia al quedarse sin su bocado, algo muy comprensible al tratarse de un organismo tailandés.
Cuelgo el teléfono. Lo descuelgo seguidamente y llamo a la agencia de mensajería para que vayan a recoger mi pasaporte. A los dos días recibo un reembolso de 37 euros. Un total de 58 euros para nada, sólo para reafirmarme en las contradicciones e incongruencias en la que vive inmerso este bonito país, y que lo tiene ahí varado sin evolucionar.
Sobra decir que no aconsejo a nadie que se acerque al consulado tailandés de Madrid para cualquier trámite, a no ser que esté ocioso y quiera hablar con alguna tailandesa igualmente ociosa. Y que no se olvide nadie de decirle que tiene un país muy bonito.
26.11.09
Tengo una corazonada
No sé cómo lo hago, pero siempre lo consigo. En cada viaje, especialmente en los que tienen como destino el lejano oriente, me propongo no alcanzar nunca al exceso de equipaje, pero en cada intento fracaso estrepitosamente, y por ende, mi mente empieza a dar vueltas al momento en que deberé enfrentarme a ese individuo que se sienta donde hace ya unos años me sentaba yo: el mostrador de facturación. Llego casi a tener casi pesadillas la noche anterior. Saco todas las tarjetas que tengo, me imagino todo tipo de frases que suenen bien y que sirvan para aplacar las ansias recaudatorias de las compañías, si bien sé por experiencia de que poco sirven. Creo, por momentos, que el destino quiere vengarse de mí, por aquellos pobres pasajeros a los que hice pagar por el exceso de equipaje, aunque bien visto, algunos eran unos cabrones y se lo merecían.
La cuestión es que hoy me encuentro de nuevo en la misma tesitura. ¿Cómo lo consigo? ¡Lo mío tiene delito! ¡Si en mi casa de Bangkok tengo de todo, desde trajes hasta cortauñas, pasando por gayumbos y cargadores de móviles! ¿Por qué diantres pesa mi equipaje 40 kilos? La verdad es que me he vuelto un experto, había acertado mi previsión con un margen de error de +- 1. Vamos a ver. Dos trozos de jamón de un kilo para fulanito, un queso para mí y otro para mi cuñado, salchichón y chorizo para menganito, unos apliques que quiero cambiar en mi apartamento, masa para hacer pizzas a los amigos thais que nunca han probado una pizza en condiciones, delicatesen varias para mi pareja del momento, van saliendo sí, van saliendo los 40 kilos. La única ropa que llevo son unos calzoncillos, una camiseta y un chaleco, y realmente no sé por qué los llevo. Mis maletas parecen más las de un representante de comercio español en busca de nuevos mercados en el sudeste asiático.
Otro hecho curioso, que ya he comentado en alguna ocasión, que sucede en mis viajes, es el de la confusión de papeles. Generalmente viajo vestido de traje oscuro, que casualmente resulta ser el uniforme que empleaba durante mi época en aviación, pero que bien podría ser el de un dependiente de la planta de caballeros del Corte Inglés, pero obviamente, el estar rodeado de aviones hace que el perceptor de la imagen la interprete a su modo. Por ejemplo, el día mismo del vuelo, tenía asignado un asiento de ventanilla. Tras guardar mi equipaje en el compartimento oportuno, me dispongo a ubicarme en mi lugar correspondiente. Sin mencionar palabra les indico a los dos pasajeros que se encontraban en los asientos contiguos al mío mi intención de tomar asiento. Me miran y ni se inmutan. “Oiga, que me tengo que sentar ahí” les digo. “Ay, perdón, pensábamos que era el azafato” (palabra que pensaba que estaba ya en desuso). Casos como este me suceden a menudo. El más “triste” fue cuando en Carrefour me pidieron información sobre una nevera. Aunque los casos más repetitivos se producen en instalaciones aeroportuarias, donde me convierto en punto de información para todos los despistados, tanto en Las Vegas como en Tokio.
La comodidad no es óbice para que un viaje se haga interminable. Madrid – Bangkok son casi 12 horas de vuelo, y a pesar de que un 747 tiene bastante espacio, no hay ser humano que aguante tantas horas despierto. No es el caso de imitar a Michael Jackson y anestesiarme durante todo el trayecto, pero una pequeña ayuda nunca viene mal. Busco en mi botiquín del señorito Pepis una buena combinación de pastillas (el 90% de venta libre en farmacia) que indiquen sobre todo “que no deben mezclarse entre sí dado que pueden potenciar su efecto”. Ahí voy, a potenciar su efecto, si no ¿para qué las voy a tomar? El cocktail lo traigo preparado de casa, tampoco es cuestión de montar un laboratorio a 10.000 metros de altura. A pesar de lo cual, mi compañero de viaje no sale de su asombro al ver la cantidad de pastillas que ingiero. Obviamente no dice nada, pero supongo que deduce que soy una especie de yonki. Doxepina, difenidramina, valeriana en cantidad, diazepam, hydroxizina, melatonina y siga usted contando. Pero en menos de una hora estoy en coma profundo. También incluye unos tapones de caucho y un antifaz para aislarme del mundo.
Con cierto aturdimiento, no iba a ser para menos, me despierto pasadas unas siete horas, me encuentro con un emparedado (siempre me gustó esta palabra tan castellana) que una amable auxiliar de vuelo (aka azafata) me ha dejado delante. “¿Cuánto falta”? le pregunto a mi compañero de travesía, “un par de horas” me responde somnoliento. “Pues a mí se me han pasado volando” le digo con cierta sorna.
Ya huele a croisán recién hecho, más bien recalentado, pero sabroso al fin y al cabo. Tras la ingesta de esta mezcla de desayuno y resopón, tiempo para una breve digestión mientras el comandante inicia las maniobras de aproximación.
Tomamos tierra cuando todavía es de noche. Una vez estacionado el aparato, el pasaje se apresura en recuperar su equipaje de mano, mientras yo me debato con el mismo dilema de siempre: “¿Qué me llevo de recuerdo, una manta o un cojín?”. Me decanto por la segunda opción, tengo ya tantas mantas que se me podría denominar como el “Top manta” de la compañía.
Parece ser que han llegado varios aviones simultáneamente a Bangkok, dada la cantidad ingente de pasajeros que circulan por la terminal. Ya me imagino haciendo cola una hora en inmigración. Pero va a ser que no. Conozco el aeropuerto, y en determinadas circunstancias, cara no me falta. Al tiempo que todos los recién llegados siguen las indicaciones de los agentes ahí apostados, me dirijo a la zona de entrada VIP, donde no hay nadie haciendo cola para sellar el pasaporte. Una amable señorita me pregunta de qué avión vengo. Le indico el vuelo pero le señalo que no estoy de servicio. “En este caso vaya donde está mi compañera” me dice amablemente. En menos de un minuto ya estoy esperando mis maletas.
En la aduana ni me miran la cara, aunque lo cierto es que el único “contrabando” que llevo son jamones, chorizos, quesos y demás “delicatesen” españolas.
Subo hasta la planta de salidas, otra vez para evitar colas en llegadas, y tomo el primer taxi que me está esperando justo en la puerta. Dado que es domingo, el tráfico es escaso. En menos de media hora ya estoy en casa. Hago lo esencial: enchufar la nevera, guardar los alimentos más sensibles al calor tropical, sacar las sábanas, darme una ducha y echarme a dormir otro rato porque tengo la impresión de que por mi sangre todavía circulan bastantes sustancias inductoras del sueño. Eso sí, antes me como el emparedado que amablemente me ha ofrecido la Thai Airways International, tras un desembolso de 1003 euros por el billete. La noche promete ser animada y hay que estar frescos. Tengo una corazonada.
La cuestión es que hoy me encuentro de nuevo en la misma tesitura. ¿Cómo lo consigo? ¡Lo mío tiene delito! ¡Si en mi casa de Bangkok tengo de todo, desde trajes hasta cortauñas, pasando por gayumbos y cargadores de móviles! ¿Por qué diantres pesa mi equipaje 40 kilos? La verdad es que me he vuelto un experto, había acertado mi previsión con un margen de error de +- 1. Vamos a ver. Dos trozos de jamón de un kilo para fulanito, un queso para mí y otro para mi cuñado, salchichón y chorizo para menganito, unos apliques que quiero cambiar en mi apartamento, masa para hacer pizzas a los amigos thais que nunca han probado una pizza en condiciones, delicatesen varias para mi pareja del momento, van saliendo sí, van saliendo los 40 kilos. La única ropa que llevo son unos calzoncillos, una camiseta y un chaleco, y realmente no sé por qué los llevo. Mis maletas parecen más las de un representante de comercio español en busca de nuevos mercados en el sudeste asiático.
Otro hecho curioso, que ya he comentado en alguna ocasión, que sucede en mis viajes, es el de la confusión de papeles. Generalmente viajo vestido de traje oscuro, que casualmente resulta ser el uniforme que empleaba durante mi época en aviación, pero que bien podría ser el de un dependiente de la planta de caballeros del Corte Inglés, pero obviamente, el estar rodeado de aviones hace que el perceptor de la imagen la interprete a su modo. Por ejemplo, el día mismo del vuelo, tenía asignado un asiento de ventanilla. Tras guardar mi equipaje en el compartimento oportuno, me dispongo a ubicarme en mi lugar correspondiente. Sin mencionar palabra les indico a los dos pasajeros que se encontraban en los asientos contiguos al mío mi intención de tomar asiento. Me miran y ni se inmutan. “Oiga, que me tengo que sentar ahí” les digo. “Ay, perdón, pensábamos que era el azafato” (palabra que pensaba que estaba ya en desuso). Casos como este me suceden a menudo. El más “triste” fue cuando en Carrefour me pidieron información sobre una nevera. Aunque los casos más repetitivos se producen en instalaciones aeroportuarias, donde me convierto en punto de información para todos los despistados, tanto en Las Vegas como en Tokio.
La comodidad no es óbice para que un viaje se haga interminable. Madrid – Bangkok son casi 12 horas de vuelo, y a pesar de que un 747 tiene bastante espacio, no hay ser humano que aguante tantas horas despierto. No es el caso de imitar a Michael Jackson y anestesiarme durante todo el trayecto, pero una pequeña ayuda nunca viene mal. Busco en mi botiquín del señorito Pepis una buena combinación de pastillas (el 90% de venta libre en farmacia) que indiquen sobre todo “que no deben mezclarse entre sí dado que pueden potenciar su efecto”. Ahí voy, a potenciar su efecto, si no ¿para qué las voy a tomar? El cocktail lo traigo preparado de casa, tampoco es cuestión de montar un laboratorio a 10.000 metros de altura. A pesar de lo cual, mi compañero de viaje no sale de su asombro al ver la cantidad de pastillas que ingiero. Obviamente no dice nada, pero supongo que deduce que soy una especie de yonki. Doxepina, difenidramina, valeriana en cantidad, diazepam, hydroxizina, melatonina y siga usted contando. Pero en menos de una hora estoy en coma profundo. También incluye unos tapones de caucho y un antifaz para aislarme del mundo.
Con cierto aturdimiento, no iba a ser para menos, me despierto pasadas unas siete horas, me encuentro con un emparedado (siempre me gustó esta palabra tan castellana) que una amable auxiliar de vuelo (aka azafata) me ha dejado delante. “¿Cuánto falta”? le pregunto a mi compañero de travesía, “un par de horas” me responde somnoliento. “Pues a mí se me han pasado volando” le digo con cierta sorna.
Ya huele a croisán recién hecho, más bien recalentado, pero sabroso al fin y al cabo. Tras la ingesta de esta mezcla de desayuno y resopón, tiempo para una breve digestión mientras el comandante inicia las maniobras de aproximación.
Tomamos tierra cuando todavía es de noche. Una vez estacionado el aparato, el pasaje se apresura en recuperar su equipaje de mano, mientras yo me debato con el mismo dilema de siempre: “¿Qué me llevo de recuerdo, una manta o un cojín?”. Me decanto por la segunda opción, tengo ya tantas mantas que se me podría denominar como el “Top manta” de la compañía.
Parece ser que han llegado varios aviones simultáneamente a Bangkok, dada la cantidad ingente de pasajeros que circulan por la terminal. Ya me imagino haciendo cola una hora en inmigración. Pero va a ser que no. Conozco el aeropuerto, y en determinadas circunstancias, cara no me falta. Al tiempo que todos los recién llegados siguen las indicaciones de los agentes ahí apostados, me dirijo a la zona de entrada VIP, donde no hay nadie haciendo cola para sellar el pasaporte. Una amable señorita me pregunta de qué avión vengo. Le indico el vuelo pero le señalo que no estoy de servicio. “En este caso vaya donde está mi compañera” me dice amablemente. En menos de un minuto ya estoy esperando mis maletas.
En la aduana ni me miran la cara, aunque lo cierto es que el único “contrabando” que llevo son jamones, chorizos, quesos y demás “delicatesen” españolas.
Subo hasta la planta de salidas, otra vez para evitar colas en llegadas, y tomo el primer taxi que me está esperando justo en la puerta. Dado que es domingo, el tráfico es escaso. En menos de media hora ya estoy en casa. Hago lo esencial: enchufar la nevera, guardar los alimentos más sensibles al calor tropical, sacar las sábanas, darme una ducha y echarme a dormir otro rato porque tengo la impresión de que por mi sangre todavía circulan bastantes sustancias inductoras del sueño. Eso sí, antes me como el emparedado que amablemente me ha ofrecido la Thai Airways International, tras un desembolso de 1003 euros por el billete. La noche promete ser animada y hay que estar frescos. Tengo una corazonada.
31.10.09
Cosas de Asia y una excentricidad, si me lo permiten...
El sudeste asiático ofrece multitud de posibilidades. Una de éstas es salir de un campo de tiro embadurnado en aceite y oliendo a pólvora. Bendita Camboya. Un país con todo un futuro por delante muy prometedor. Ya van quedando atrás las reminiscencias a país de pedófilos irreductibles. Que tenga cuidado Tailandia, porque los turistas están inclinándose cada vez más por un país que no les causa tantos problemas a la hora de gastarse sus euros, y SOBRE TODO no es tan tiquis miquis a la hora de permitir vivir pacíficamente en su territorio. ¿Una paradoja? SÍ. Pregunten si quieren saber más. Los thais sólo quieren nuestro dinero y no se preocupan de nuestro bienestar. Ahí queda dicho.
Este vídeo no es más que una puesta en escena. Pero les aseguro que los tiros de AK-47 , M-16, M-9, etc. fueron reales. Este es uno más de los entretenimientos que ofrece Camboya.
Este vídeo no es más que una puesta en escena. Pero les aseguro que los tiros de AK-47 , M-16, M-9, etc. fueron reales. Este es uno más de los entretenimientos que ofrece Camboya.
28.10.09
Historia de un visado nonato
Llegadas estas fechas, el clima y mi reloj biológico interno me señalan que es hora de buscar climas más cálidos.
Tras la fantochada infantiles, impropias de un país que desea ser algo en este planeta, que dejó en tierra a miles de pasajeros el pasado año por estas fechas, y los tumultos callejeros del mes de abril 2009, el “sabio” gobiernos tailandés tomó la “sabia” decisión de ofrecer los visados de turista gratuitos. Bien. Nunca (excepto una vez hace algunos lustros) había pensado en meterme en los vericuetos de la pesada y cara burocracia. Sin embargo, incentivado por esta generosa promoción destinada a fomentar el turismo en el país siamés, me lancé.
El pasaporte de la discordia
El primer paso consistió en contactar con el Consulado de la Real Embajada de Tailandia en Madrid . En un primer momento me atendió una amable señorita, supongo que tailandesa por su acento, que me indicó que no había ningún problema. Solamente debía enviar mi pasaporte, dos fotografías y un impreso convenientemente cumplimentado. Todo era amabilidad y simpatía, como corresponde al autodenominado “país de las sonrisas”. La única pega era que había que enviar la documentación requerida por mensajero, es decir, había que gastarse alrededor de 20 euros, sólo por enviarlo.
Haciendo cálculos, obviamente la oferta resultaba ventajosa dado que me evitaba tener que salir del país cada 30 días hasta un máximo de 90 días, o sea que me evitaba pagarme billete de avión y estancia en alguno de los países limítrofes.
En principio, dado que el cónsul debía irse de viaje, los trámites pertinentes podían demorarse algo más de lo habitual, que suelen ser 48 horas. Pasadas algo más de dos semanas, y con la mosca tras la oreja, me decidí a contactar personalmente con el consulado. Tras marcar una veintena, o más veces. Me atendió una señorita ¿la misma? con voz de agobio. “Hola, soy el señor X. Hace más de dos semanas que envié mi pasaporte y no he sabido nada”. Oí como se alejaba del teléfono por sus pasos. “Faltan algunas cosas” me dijo. ¿Cómo que faltaban algunas cosas? Yo había enviado todo lo que se me había solicitado. “¿Pero qué cosas?” le pregunté. Siempre titubeando y poco segura de sus palabras me dice: “Pueeesss … una carta de invitación … un billete de avión … y además TIENE USTED MUCHOS SELLOS DE TAILANDIA EN SU PASAPORTE”. Dado que el cabreo en una embajada es tontería, me contuve, pero le expliqué amablemente que efectivamente tenía muchos sellos porque hace 22 años que visito su bonito país, tengo vivienda propia en su bonito país, tengo cuenta corriente en su bonito país, teléfono móvil de contrato en su bonito país, al margen de novia y familia, todo en un tono sosegado, como corresponde, pero con cierta indignación. “Es que nos hemos vuelto más estrictos” añadió la empleada de la legación. “¿Tienen miedo a que me quede a vivir allí, verdad?” le repliqué. “Buenooo … hehe”. Sí claro, me voy a ir al otro lado del mundo a ganar 800 euros, con suerte, cuando eso es lo que gasto en una semana. Algo contrariado, le dije que enviaría al mensajero a recoger mi pasaporte dado lo absurdo de la situación.
Pasado el enfado, llamé a Tailandia para ver si desde allí podían desbloquear la situación. Ya que había enviado el pasaporte, podía intentarlo de nuevo. A los dos días, mi contacto me dice que ha hablado con el consulado de Madrid y que no hay ningún problema. Bien. No entiendo muy bien cómo funcionan estas cosas, peor armado de valor, me pongo a marcar innumerables veces el número que ya me sabía de memoria 91 563 29 03. “Hola soy el señor X, y ayer el señor Y habló con alguien de ustedes y me dijo que no había problema alguno para expedirme el visado”. “Un momento” me dice. “Usted dijo que vendrían a recoger el pasaporte” me espeta sin más. “Sí, pero …” y me pongo a explicar todo el proceso que estoy ya sufriendo. “Pues aquí no ha llamado nadie, y además debería enviarnos también su contrato de trabajo”. Si claro, y la próxima vez me pedirán el número de mi tarjeta de Carrefour. Absurdo, ridículo, esperpéntico. O sea que puedo viajar a los Estados Unidos de América y quedarme 90 días, y para ir a un país en vías de desarrollo con un visado de turista, me veo en la obligación de enviar un dossier completo sobre mi persona. Le digo que no entiendo nada de nada, pero que sí, que muy bien, que su país es muy bonito, pero que no entiendo que puedo ir 30 días sin visado, pero ellos no me pueden poner un sello para ir 60 días. ¡O me dejan entrar o no me dejan! Pero no ha lugar a este sinsentido.
Deduzco que tanta pega se debe básicamente al hecho de que deben expedir el visado gratuitamente, cosa que no les hace gracia al quedarse sin su bocado, algo muy comprensible al tratarse de un organismo tailandés.
Cuelgo el teléfono. Lo descuelgo seguidamente y llamo a la agencia de mensajería para que vayan a recoger mi pasaporte. A los dos días recibo un reembolso de 37 euros. Un total de 58 euros para nada, sólo para reafirmarme en las contradicciones e incongruencias en la que vive inmerso este bonito país, y que lo tiene ahí varado sin evolucionar.
Sobra decir que no aconsejo a nadie que se acerque al consulado tailandés de Madrid para cualquier trámite, a no ser que esté ocioso y quiera hablar con alguna tailandesa igualmente ociosa. Y que no se olvide nadie de decirle que tiene un país muy bonito.
Tras la fantochada infantiles, impropias de un país que desea ser algo en este planeta, que dejó en tierra a miles de pasajeros el pasado año por estas fechas, y los tumultos callejeros del mes de abril 2009, el “sabio” gobiernos tailandés tomó la “sabia” decisión de ofrecer los visados de turista gratuitos. Bien. Nunca (excepto una vez hace algunos lustros) había pensado en meterme en los vericuetos de la pesada y cara burocracia. Sin embargo, incentivado por esta generosa promoción destinada a fomentar el turismo en el país siamés, me lancé.
El pasaporte de la discordia
El primer paso consistió en contactar con el Consulado de la Real Embajada de Tailandia en Madrid . En un primer momento me atendió una amable señorita, supongo que tailandesa por su acento, que me indicó que no había ningún problema. Solamente debía enviar mi pasaporte, dos fotografías y un impreso convenientemente cumplimentado. Todo era amabilidad y simpatía, como corresponde al autodenominado “país de las sonrisas”. La única pega era que había que enviar la documentación requerida por mensajero, es decir, había que gastarse alrededor de 20 euros, sólo por enviarlo.
Haciendo cálculos, obviamente la oferta resultaba ventajosa dado que me evitaba tener que salir del país cada 30 días hasta un máximo de 90 días, o sea que me evitaba pagarme billete de avión y estancia en alguno de los países limítrofes.
En principio, dado que el cónsul debía irse de viaje, los trámites pertinentes podían demorarse algo más de lo habitual, que suelen ser 48 horas. Pasadas algo más de dos semanas, y con la mosca tras la oreja, me decidí a contactar personalmente con el consulado. Tras marcar una veintena, o más veces. Me atendió una señorita ¿la misma? con voz de agobio. “Hola, soy el señor X. Hace más de dos semanas que envié mi pasaporte y no he sabido nada”. Oí como se alejaba del teléfono por sus pasos. “Faltan algunas cosas” me dijo. ¿Cómo que faltaban algunas cosas? Yo había enviado todo lo que se me había solicitado. “¿Pero qué cosas?” le pregunté. Siempre titubeando y poco segura de sus palabras me dice: “Pueeesss … una carta de invitación … un billete de avión … y además TIENE USTED MUCHOS SELLOS DE TAILANDIA EN SU PASAPORTE”. Dado que el cabreo en una embajada es tontería, me contuve, pero le expliqué amablemente que efectivamente tenía muchos sellos porque hace 22 años que visito su bonito país, tengo vivienda propia en su bonito país, tengo cuenta corriente en su bonito país, teléfono móvil de contrato en su bonito país, al margen de novia y familia, todo en un tono sosegado, como corresponde, pero con cierta indignación. “Es que nos hemos vuelto más estrictos” añadió la empleada de la legación. “¿Tienen miedo a que me quede a vivir allí, verdad?” le repliqué. “Buenooo … hehe”. Sí claro, me voy a ir al otro lado del mundo a ganar 800 euros, con suerte, cuando eso es lo que gasto en una semana. Algo contrariado, le dije que enviaría al mensajero a recoger mi pasaporte dado lo absurdo de la situación.
Pasado el enfado, llamé a Tailandia para ver si desde allí podían desbloquear la situación. Ya que había enviado el pasaporte, podía intentarlo de nuevo. A los dos días, mi contacto me dice que ha hablado con el consulado de Madrid y que no hay ningún problema. Bien. No entiendo muy bien cómo funcionan estas cosas, peor armado de valor, me pongo a marcar innumerables veces el número que ya me sabía de memoria 91 563 29 03. “Hola soy el señor X, y ayer el señor Y habló con alguien de ustedes y me dijo que no había problema alguno para expedirme el visado”. “Un momento” me dice. “Usted dijo que vendrían a recoger el pasaporte” me espeta sin más. “Sí, pero …” y me pongo a explicar todo el proceso que estoy ya sufriendo. “Pues aquí no ha llamado nadie, y además debería enviarnos también su contrato de trabajo”. Si claro, y la próxima vez me pedirán el número de mi tarjeta de Carrefour. Absurdo, ridículo, esperpéntico. O sea que puedo viajar a los Estados Unidos de América y quedarme 90 días, y para ir a un país en vías de desarrollo con un visado de turista, me veo en la obligación de enviar un dossier completo sobre mi persona. Le digo que no entiendo nada de nada, pero que sí, que muy bien, que su país es muy bonito, pero que no entiendo que puedo ir 30 días sin visado, pero ellos no me pueden poner un sello para ir 60 días. ¡O me dejan entrar o no me dejan! Pero no ha lugar a este sinsentido.
Deduzco que tanta pega se debe básicamente al hecho de que deben expedir el visado gratuitamente, cosa que no les hace gracia al quedarse sin su bocado, algo muy comprensible al tratarse de un organismo tailandés.
Cuelgo el teléfono. Lo descuelgo seguidamente y llamo a la agencia de mensajería para que vayan a recoger mi pasaporte. A los dos días recibo un reembolso de 37 euros. Un total de 58 euros para nada, sólo para reafirmarme en las contradicciones e incongruencias en la que vive inmerso este bonito país, y que lo tiene ahí varado sin evolucionar.
Sobra decir que no aconsejo a nadie que se acerque al consulado tailandés de Madrid para cualquier trámite, a no ser que esté ocioso y quiera hablar con alguna tailandesa igualmente ociosa. Y que no se olvide nadie de decirle que tiene un país muy bonito.
18.9.09
El bucle
Hace algo más de un año, cuando escribí mi última crónica, sonó una campana para mí. Lo malo es que en el momento en que dieron el mazazo para que sonara, estaba yo dentro. Fue un momento mágico, como diría un cursi romancero, pero lo cierto es que fue una auténtica bofetada en pleno rostro. Algo que te ves venir y sin embargo haces caso omiso de esos breves momentos de lucidez que te apartan de un mundo de fantasía para devolverte por unos instantes a la cruda, pero cierta, realidad.
Todavía recuerdo el momento como si fuera ahora mismo. Ya atardecía en Bangkok, el sol ya no castigaba, y la temperatura era soportable. No sin cierto nerviosismo me dirigía yo hacia mi farmacia habitual, proveedora de las “pastillas de la felicidad”, es decir alprazolam o como se la conoce en el mundo hispánico TRANKIMAZÍN. Como era ya habitual cada año, acudía al Señor X, farmacéutico titulado de pro, y hombre sin escrúpulos dispuesto a vender lo que sea para llenar sus arcas. Si no estaba él, hacía que lo llamaran por teléfono y cerrábamos el trato de esta forma. A las pocas horas o al día siguiente, me pasaba yo a recoger el encargo.
Sin embargo, ese día de principios de 2008 o finales de 2007, sabe Dios, ya que uno de los efectos secundarios de este tipo de pastillas es distorsionar la objetividad, lo que lleva a confundir el tiempo, sobre todo cuando se han pasado los 40 y parte de ellos han transcurrido bajo los efectos de psicotrópicos, el Señor X me hizo la X. No. No. NO. Ya no hay. Se acabó. Todavía recuerdo ese momento en la botica maldita, frente a la empleada, que no entendía nada, y yo, sudoroso y nervioso con el teléfono en la mano tratando de apiadar al Señor X para que me consiguiera lo que más necesitaba. Como decía antes, sonó la campana estando yo dentro. En vista de que no había nada que hacer, plegué velas y salí cabizbajo de la apoteca. Comencé a sentir dentro de mí un cúmulo de sensaciones contradictorias y paradójicas. Me sentía fatal, como si me hubieran dado una soberana paliza, pero al mismo tiempo me sentía liberado, a la fuerza, pero liberado.
Me detuve un momento, por lo menos mentalmente, y me dije: ”muchacho, hoy es el primer día de tu nueva vida”. Lo cierto es que podía permitirme cierto sarcasmo conmigo mismo porque todavía contaba con una reserva considerable que me permitía sobrevivir un buen tiempo, no me veía todavía con el agua al cuello ni al borde de un acantilado.
Pero fue entonces cuando me percaté de que mi vida en los últimos años había sido un auténtico bucle, agradable, pero bucle al fin y al cabo. Putas, alcohol y Trankimazines, putas, alcohol y Trankimazines, aderezados con olor a pólvora en mis escapadas por tierras khmer. Visto con cierta perspectiva, esto parecía que no iba a tener nunca fin, aunque cuando uno vive en la eterna Shangri-La poco le importa lo que suceda alrededor.
Era hora de plantearse un cambio profundo, aunque como insufrible hedonista, aplacé el comienzo del cambio un par de meses. El que desee ver con más detalle como fue el proceso de cambio puede ir a mi otro blog www.diariodeunadesintoxicacion.blogspot.com , título bastante explícito y que requiere poca explicación.
Aunque tierra de perdición para muchos, nunca he dejado de lado Tailandia, y mucho menos Bangkok, donde sigo residiendo gran parte del año.
Sirva este breve post para señalar a mis seguidores que sigo vivo, y que este blog permanece abierto. Mi cuadernillo de viajes está repleto de apuntes preparados para ser reflejados en estas páginas.
Hasta pronto.
Todavía recuerdo el momento como si fuera ahora mismo. Ya atardecía en Bangkok, el sol ya no castigaba, y la temperatura era soportable. No sin cierto nerviosismo me dirigía yo hacia mi farmacia habitual, proveedora de las “pastillas de la felicidad”, es decir alprazolam o como se la conoce en el mundo hispánico TRANKIMAZÍN. Como era ya habitual cada año, acudía al Señor X, farmacéutico titulado de pro, y hombre sin escrúpulos dispuesto a vender lo que sea para llenar sus arcas. Si no estaba él, hacía que lo llamaran por teléfono y cerrábamos el trato de esta forma. A las pocas horas o al día siguiente, me pasaba yo a recoger el encargo.
Sin embargo, ese día de principios de 2008 o finales de 2007, sabe Dios, ya que uno de los efectos secundarios de este tipo de pastillas es distorsionar la objetividad, lo que lleva a confundir el tiempo, sobre todo cuando se han pasado los 40 y parte de ellos han transcurrido bajo los efectos de psicotrópicos, el Señor X me hizo la X. No. No. NO. Ya no hay. Se acabó. Todavía recuerdo ese momento en la botica maldita, frente a la empleada, que no entendía nada, y yo, sudoroso y nervioso con el teléfono en la mano tratando de apiadar al Señor X para que me consiguiera lo que más necesitaba. Como decía antes, sonó la campana estando yo dentro. En vista de que no había nada que hacer, plegué velas y salí cabizbajo de la apoteca. Comencé a sentir dentro de mí un cúmulo de sensaciones contradictorias y paradójicas. Me sentía fatal, como si me hubieran dado una soberana paliza, pero al mismo tiempo me sentía liberado, a la fuerza, pero liberado.
Me detuve un momento, por lo menos mentalmente, y me dije: ”muchacho, hoy es el primer día de tu nueva vida”. Lo cierto es que podía permitirme cierto sarcasmo conmigo mismo porque todavía contaba con una reserva considerable que me permitía sobrevivir un buen tiempo, no me veía todavía con el agua al cuello ni al borde de un acantilado.
Pero fue entonces cuando me percaté de que mi vida en los últimos años había sido un auténtico bucle, agradable, pero bucle al fin y al cabo. Putas, alcohol y Trankimazines, putas, alcohol y Trankimazines, aderezados con olor a pólvora en mis escapadas por tierras khmer. Visto con cierta perspectiva, esto parecía que no iba a tener nunca fin, aunque cuando uno vive en la eterna Shangri-La poco le importa lo que suceda alrededor.
Era hora de plantearse un cambio profundo, aunque como insufrible hedonista, aplacé el comienzo del cambio un par de meses. El que desee ver con más detalle como fue el proceso de cambio puede ir a mi otro blog www.diariodeunadesintoxicacion.blogspot.com , título bastante explícito y que requiere poca explicación.
Aunque tierra de perdición para muchos, nunca he dejado de lado Tailandia, y mucho menos Bangkok, donde sigo residiendo gran parte del año.
Sirva este breve post para señalar a mis seguidores que sigo vivo, y que este blog permanece abierto. Mi cuadernillo de viajes está repleto de apuntes preparados para ser reflejados en estas páginas.
Hasta pronto.
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