En los últimos tiempos, la Sangha, la curia budista tailandesa, anda algo revuelta. El mito sobre las bondades del budismo frente a las religiones occidentales, se está cayendo a pedazos. Los escándalos sobre monjes que hacen ostentación de bienes que no deberían poseer, el consumo y tráfico de estupefacientes, la pederastia, el blanqueo de dinero, etc están minando lo que hasta hace poco era intocable. La proliferación de casos tenebrosos en los que estos hombres de túnica se han visto envueltos ha hecho saltar la alarma.
Ciertamente, el fenómeno de los monjes perversos no data de ayer, sin embargo, la proliferación de medios de comunicación, en especial, los que escapan a la censura tailandesa, ha hecho que salga a la luz pública y tome un rango mundial.
Nuestra conclusión es que el budismo tiene tantos elementos positivos como el cristianismo, mientras no se pervierta su esencia. En cuanto interviene el ser humano, no hay que buscar la bondad en ninguna religión.
Hace un par de décadas, mi inocencia, casi pueril, me hizo creer que los hombres de azafrán eran seres casi impolutos. La “maldad” del hombre occidental no les había afectado un ápice. A principios de los 90, me metí un día por las selvas de Chiang Mai en busca de ese “hombre sabio” occidental que había encontrado la paz espiritual entre la naturaleza de Oriente. Recuerdo cómo escuchaba sus palabras, las grababa para reproducirlas en algún medio escrito (no existía internet), y me sentía lleno de gozo por tener un pie más cerca de la iluminación. Veía y pensaba cosas que no cuadraban, pero pensaba que eran fruto de una educación judeo cristiana.
Con el transcurrir de los años, no me quedó más remedio que darme de morros con la realidad. ¡Oh, triste realidad! Hace tanto daño … Sin embargo, al cabo de un tiempo, reconforta. Ese monje que vivía en una cabaña en la selva, me había mandado a paseo porque estaba durmiendo, pero en mi pueril mente, estaba meditando. Al acabo de dos horas, me recibió de mala gana y respondió con el mismo entusiasmo que Rajoy habla de Bárcenas.
La proliferación de medios de comunicación y redes sociales ha hecho de altavoz a un fenómeno que ya existía pero que quedaba solapado por la fe de algunos seguidores ciegos que prefieren tapar los defectos de su objeto de adoración al escarnio público y la vergüenza por su estulticia manifiesta.
La ley thai ya tiene previsto, desde hace mucho tiempo, el protocolo por el que un monje puede ser detenido y presentado ante la justicia, y si se estipula dicho protocolo es porque no resulta novedoso que los bonzos puedan cometer delitos. El proceso es sencillo. La autoridad contacta con el superior religioso, y éste determina si se procede a la detención o no del sujeto. Antes de ser esposado debe desprenderse de sus ropajes sacros, si se niega, puede ser forzado por orden de su superior. En cualquier caso, no puede darse la imagen de un monje con grilletes, resulta improcedente y, hasta ofensivo, para los thais.
Vayamos ahora con casos concretos. Para no ir más lejos, veamos a estos dos monjes disfrutando de su "tourneé" por Europa a bordo de un jet privado. Gafas de marca, bolso Louis Putón, los últimos gadgets de Steve Jobs, eso es lo que se puede ver en el vídeo, imaginemos lo que no ha quedado retratado. Cuando los superiores han intentado arreglarlo, aduciendo que el jet era una donación, han acabado de fastidiarlo. Suponemos que las petroleras europeas no donan queroseno. Para más inri, se ha descubierto que uno de los monjes es propietario de un Jaguar entre una colección de vehículos de lujo, fruto de donaciones, claro. Cuando una buena budista fue a reclamar los terrenos que le había cedido al monje para que se contruyera un templo, años ha, fue amenazada de muerte.
Casi en los mismos días, un monje era reclamado por la justicia por consumir metanfetaminas, dijo que no sabía que fuera ilegal, que él lo hacía para mantener la línea., un monje coqueto, sin duda.
Hace un par de meses, la policía llamaba a la puerta de la cabaña de un anciano monje. Cámara en mano, los agentes le interrogaban sobre la presencia de una jovencita en paños menores que no estaba allí precisamente pidiendo apoyo espiritual. Era el monje el que se apoyaba en ella para hacer flexiones, todo por un módica cantidad, 400 bahts (10€). Recuérdalo cuando hagas una donación.
Ser monje y bailar a lo coyote bar debería ser incompatible, pero el joven que hace algunos meses protagonizó las portadas de algunos periódicos thais no lo entendió así. Se organizaron algunas manifestaciones, unas en contra y otras de fans que disfrutaban viendo al hombre de la túnica azafrán contorneándose y moviendo la cadera al son de la música.
En junio de 2013, el abad de un monasterio del norte de Tailandia era detenido junto a un par de colaboradores por abusos sobre menores. Los compinches le proporcionaban al superior religioso jovencitos para desfogarse y lograr la levitación sin necesidad de píldoras azules.
Ejemplos como los anteriormente citados, podemos encontrarlos cada semana en la prensa tailandesa. Imaginamos que lo que sale a la luz no es más que una fracción de lo que sucede cada día en estos lugares sacros y sus alrededores.
Ciertamente, Youtube le ha hecho daño a al monacato budista, más que Bárcenas a Rajoy. Los vídeos de monjes budistas tailandeses en situaciones comprometidas se cuentan ya por millares, y las visitas por millones.
La próxima vez que vayan de vacaciones a Tailandia, piensen a dónde van a ir sus donaciones, al jet privado o a las chicas que reconfortan a estos dechados de santidad.