UN DIARIO POLÍTICAMENTE INCORRECTO DE MIS PERIPLOS POR EL SUDESTE ASIÁTICO
21.12.19
El Gran Thermae
Tailandia se caracteriza por ser un país en el que oscurece muy pronto, Sobre las 19:00 suelos regresar a casa a poner un poco de orden y cenar algo mientras espero que a las 21:00 emitan las noticias de Antena 3 a las 15:00 horas. Una vez puesto al día, me acicalo para salir a inspeccionar la noche bangkokiana. Chuf, chuf, un poco de Armani y ya estoy listo para bajar y tomar el primer taxi que pase por casa. Paro al primero que veo, le indico mi destino Soi Cowboy, a unos veinte minutos de casa, si no hay tráfico (cosa poco frecuente), aprovecho para charlar sobre temas diversos como puede ser la situación política del país, algo de fútbol porque suelen tener alguna emisora que retransmite partidos de la liga española momento n que oigo y adivino cómo denominan a los jugadores españoles, también se animan a hablar de la Monarquía (tema tabú) porque al ser yo extranjero, se pueden fiar de mi discreción. La conversaciones sobre fútbol se tornan breves por mis respuestas monosilábicas que evidencian mi desconocimiento del mundo balompédico. No tardamos mucho en llegar a destino. Le pago los 50 bahts de la carrera y me adentro en la calle de los neones.
Soy un animal de costumbres fijas por lo que me dirijo directamente al Playskool, haciendo caso omiso de las llamadas de las damiselas en paños menores que me llaman para que entre en su local. En el Playskool me siento en mi lugar habitual que ya me tienen reservado junto al ventilador. No me molesto en entrar porque ya sé lo que voy a ver, mujeres desnuda o en bikini bailando alrededor de una barra metálica, y en el rincón perverso algún cliente siendo succionado por alguna señorita, el local es conocido por sus felaciones. Caen los primeros Johnny Black mientras charlo con el encargado (que nunca he visto encargarse de nada) que me muestra su nuevo teléfono que tiene algunos problemas y que me voy a ver encargado de arreglar borrando archivos y reseteando mil veces. Una vez terminada mi labor técnica considero que es hora de cambiar de paisaje. Ahora comienza la segunda etapa de Bangkok La Nuit. Salgo de Soi Cowboy por Asoke. Me dirijo a Sukhumvit, cerca de mi antigua oficina, espacio desaparecido por arte y gracia del nuevo gobierno que ha acabado con todos los puestos de venta ambulante del centro más visible de la ciudad. Antes podías seguir tomando copas cómodamente sentado hasta las tantas de la madrugada. Pasado el tiempo, regreso a un local que frecuenté durante años, entre finales de los 90 y principios de siglo, se trata del famoso Thermae ubicado en los bajos del hotel Ruamchit entre el soi 13 y el 15 de Sukhumvit.
En mis tiempos era lugar de paso obligatorio para los trasnochadores de Bangkok, antes de los cambios impuestos por los militares cerraban a las seis de la mañana, ahora desalojan la sala entre la una y media y las dos. Me reciben como si hubiera estado allí toda la vida, en parte por el gasto que hago que se puede considerar ciertamente elevado. El negocio ha cambiado un par de ocasiones de ubicación pero conserva su esencia. Concentra cada noche un par de centenares de señoritas “free lance” con las que te puedes sentar a conversar sin obligación alguna por tu parte. Muchas provienen de gogo bars que ya han cerrado u otros bares de los entornos que van a buscar su última presa de la noche.
Los travelos tienen prohibida la entrada, aquí no hay leyes LGTBI que puedan inducir a engaño. Los amantes de este tipo de producto pueden encontrarlo a las puertas del local, lugar donde se sitúan para encandilar a pobres incautos o desviados que saben lo que hay, en especial coreanos muy seguidores del movimiento LGTBI (perseguido en su país de origen.
El procedimiento en el Thermae es muy sencillo. Cuando entras, un miembro del personal te dirige directamente a la barra donde se piden las bebidas para asegurarse que nadie viene sólo a pasear para ver el material. Mi caso se sale de la norma porque saben que nunca me voy sin haberme tomado cinco whiskies. Al verme entrar ya preparan la bebida “Black Soda”, lo mismo hacen cuando levanto la mano.
Durante muchos años partían de ahí las acompañantes que me iba a llevar al hotel de turno. Hoy en día todo ha cambiado mucho. Las mozuelas son mucho más jóvenes y la clientela que buscan es nipona, coreana o china. Los occidentales hemos pasado a ser una rareza. Sin embargo sigue siendo divertido, especialmente si dominas el idioma local. Es costumbre toparse con las chicas “mayores” que suelen ser las que organizan todo el cotarro, al margen de los dueños del local que sólo se ocupan de la seguridad y la venta de espirituosos. Por su distribución, el local obliga a estar en una permanente procesión que gira alrededor de una barra central ocupada por señoritas que reposan en taburetes y forman sus corrillos o charlan con algún cliente. Si uno encuentra sitio, puede apearse de la procesión y sentarse a ver algún partido de fútbol que ofrecen por el único televisor del lugar. Además se puede aprovechar el rato para conversar con cualquier señorita dispuesta a ello. Por lo general siguen la corriente por ver a un blanco hablar tailandés porque resulta divertido, por lo visto.
Les suelo decir “me han dado cupones Rabbit de descuento en el metro” (son cupones de descuento que te dan cuando compras billetes de metro y sirven para restaurantes, heladerías, panaderías, etc.) “¿tú aceptas cupones de descuento?”. Obviamente se me quedan mirando con cara de “¿este loco de dónde sale?”. No se lo toman a mal y me invitan a seguir la procesión hasta que me las vuelvo a encontrar en este carrusel infinito. El año pasado me hice una amiga que resultó muy peculiar. Algunas veces resultaba agobiante y yo tenía que coger las de Villadiego usando una salida que se encuentra junto a los cuartos de baño. La mujer vivía pendiente del reloj para que fuera la una y conminarme a irnos a un hotelillo de soi Cowboy. ¡Cowboy, Cowboy! Le decía yo cuando llegaba, mostrándole su fijación por el lugar. Intentaba disimular un poco su premura tomándose una copa, que pagaba yo. Su interés por mí, lógicamente, se limitaba a los 2000 bahts que le daba cada noche. Recuerdo la ocasión en que me fui a pasear por el Thermae a investigar el producto interior bruto, y cuando regresé a donde estábamos sentados, no la vi y pregunté a sus amigas, “se ha ido con uno” fue la respuesta que obtuve. Al día siguiente opté por poner cara de cabreo, pero no lo logré, me reía con todo lo que pasaba. Le pregunté por el cliente asiático que había escogido, pero sólo obtuve vagas respuestas que no demostraban entusiasmo alguno. Claro, yo era mejor. Sin causar molestias yo soltaba el dinero como un cajero. Porque al margen de su tarifa estaba la de la habitación, 1000 bahts, con toallas y jabones incluidos. Pasado el tiempo, estando yo en España, a través de LINE me pidió dinero, sin más, por la cara, así por las buenas,”es que no tengo para el alquiler de mi habitación” decía ella. La costumbre de pedir dinero por sistema es muy tailandés, parten de la base de que al ser occidentales, tenemos una imprenta en casa para fabricar dinero.
La chica hacía bien su trabajo, pero una vez le hice una prueba que no superó, darme un beso en la mejilla en el Thermae. Mostrar cierto tipo de afecto frente a sus amigas era superior a cualquier situación. Ya tenía su punto débil. Lo aproveché para incomodarla en diversas ocasiones.
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