Hace algo más de un año, cuando escribí mi última crónica, sonó una campana para mí. Lo malo es que en el momento en que dieron el mazazo para que sonara, estaba yo dentro. Fue un momento mágico, como diría un cursi romancero, pero lo cierto es que fue una auténtica bofetada en pleno rostro. Algo que te ves venir y sin embargo haces caso omiso de esos breves momentos de lucidez que te apartan de un mundo de fantasía para devolverte por unos instantes a la cruda, pero cierta, realidad.
Todavía recuerdo el momento como si fuera ahora mismo. Ya atardecía en Bangkok, el sol ya no castigaba, y la temperatura era soportable. No sin cierto nerviosismo me dirigía yo hacia mi farmacia habitual, proveedora de las “pastillas de la felicidad”, es decir alprazolam o como se la conoce en el mundo hispánico TRANKIMAZÍN. Como era ya habitual cada año, acudía al Señor X, farmacéutico titulado de pro, y hombre sin escrúpulos dispuesto a vender lo que sea para llenar sus arcas. Si no estaba él, hacía que lo llamaran por teléfono y cerrábamos el trato de esta forma. A las pocas horas o al día siguiente, me pasaba yo a recoger el encargo.
Sin embargo, ese día de principios de 2008 o finales de 2007, sabe Dios, ya que uno de los efectos secundarios de este tipo de pastillas es distorsionar la objetividad, lo que lleva a confundir el tiempo, sobre todo cuando se han pasado los 40 y parte de ellos han transcurrido bajo los efectos de psicotrópicos, el Señor X me hizo la X. No. No. NO. Ya no hay. Se acabó. Todavía recuerdo ese momento en la botica maldita, frente a la empleada, que no entendía nada, y yo, sudoroso y nervioso con el teléfono en la mano tratando de apiadar al Señor X para que me consiguiera lo que más necesitaba. Como decía antes, sonó la campana estando yo dentro. En vista de que no había nada que hacer, plegué velas y salí cabizbajo de la apoteca. Comencé a sentir dentro de mí un cúmulo de sensaciones contradictorias y paradójicas. Me sentía fatal, como si me hubieran dado una soberana paliza, pero al mismo tiempo me sentía liberado, a la fuerza, pero liberado.
Me detuve un momento, por lo menos mentalmente, y me dije: ”muchacho, hoy es el primer día de tu nueva vida”. Lo cierto es que podía permitirme cierto sarcasmo conmigo mismo porque todavía contaba con una reserva considerable que me permitía sobrevivir un buen tiempo, no me veía todavía con el agua al cuello ni al borde de un acantilado.
Pero fue entonces cuando me percaté de que mi vida en los últimos años había sido un auténtico bucle, agradable, pero bucle al fin y al cabo. Putas, alcohol y Trankimazines, putas, alcohol y Trankimazines, aderezados con olor a pólvora en mis escapadas por tierras khmer. Visto con cierta perspectiva, esto parecía que no iba a tener nunca fin, aunque cuando uno vive en la eterna Shangri-La poco le importa lo que suceda alrededor.
Era hora de plantearse un cambio profundo, aunque como insufrible hedonista, aplacé el comienzo del cambio un par de meses. El que desee ver con más detalle como fue el proceso de cambio puede ir a mi otro blog www.diariodeunadesintoxicacion.blogspot.com , título bastante explícito y que requiere poca explicación.
Aunque tierra de perdición para muchos, nunca he dejado de lado Tailandia, y mucho menos Bangkok, donde sigo residiendo gran parte del año.
Sirva este breve post para señalar a mis seguidores que sigo vivo, y que este blog permanece abierto. Mi cuadernillo de viajes está repleto de apuntes preparados para ser reflejados en estas páginas.
Hasta pronto.