1.7.11

Un día en comisaría 4

Meto un par de sandwiches en un táper y unas cuantas physalis en otro. Me marcho a la comisaría, y prefiero llevarme la comida de casa, desde aquella noche en que por decir que sí a todo, me encontré en "la cena del silencio atronador". Fue el año pasado cuando un agente, simpático el hombre, pero gangoso a su pesar, me dijo si quería cenar con ellos. Al no entender muy bien lo que me decía, pues asentí con la cabeza. Suponía que no acababa de regalarle mi casa y mi coche por sólo decir que sí. Al cabo de una hora, emitiendo los sonidos que tanto le caracterizaban, me indicaba con las manos que la comida había llegado y que fuera a comer a la habitación de descanso que hay en la comisaría. Como nunca había estado en ese cuarto, pues me perdí por las dependencias policiales y regresé a mi mesa. A los pocos segundos, volvía a hacer acto de presencia "mi amigo" insistiéndome para que fuera a comer. Me levanté e hice un amago de seguirle, para ver si de este modo me indicaba el lugar exacto. Lo obvio habría sido preguntar, pero ni yo le entendía, ni sé si él me entendía a mí. La cuestión es que tras unos minutos de titubeo, alcancé a dar con la habitación del miedo.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="Traductores"]Traductores[/caption]

Allí estaban los cuatro hombres de marrón. Encima de la mesa, varias bolsas de plástico con comida, algunos platos y unos pocos cubiertos. Silencio sepulcral. Saludo y me siento. Ellos siguen charlando. Echo un vistazo rápido, y no veo nada apetecible. Para ir descartando, pregunto qué hay que sea picante. De acuerdo, me quedo sólo con un 50% de la oferta. Intento entablar conversación, pero no se me ocurre ningún tema. Voy asintiendo con la cabeza, como si entendiera lo que están diciendo. Lo cierto es que entiendo palabras sueltas, pero mi cara es la de uno que lo entiende todo. Hay unas salchichas que parecen apetecibles. Primer bocado. "¿Pero esto qué es?" pienso al instante. ¿Alguien ha visto alguna vez salchichas dulces? ¡Dios! Me meto una cucharada de arroz rápidamente para tragar este... llamémosle regaliz. Con unas verduras salteadas, un poco de arroz y caldo de una sopa que por ahí anda, me salgo del paso. "Bueno, me vuelvo a la oficina que ya estoy lleno. Es que antes ya había comido" les digo mientras me levanto. Se quedan algo sorprendidos porque no permanezco disfrutando de semejantes ambrosías. Desde ese día no he vuelto a comer en la comisaría, por lo menos la comida que a ellos les traen. Bueno, cuando traen pizzas, me presto voluntario para la degustación.

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="Celebración del cumpleaños del Rey en comisaría"]Celebración del cumpleaños del Rey en comisaría[/caption]

La desfachatez de la gente no tiene límites. A principios del pasado mes de febrero, apareció por la comisaría un ciudadano africano con signos de estar malherido. Para más inri nos hacía saber que no tenía dinero, y dado que ésta es una historia que ya nos aburre por lo común que es, el hombre se lanzó a relatarnos una historia rocambolesca en la que el protagonista era un tigre que se paseaba por el barrio de On Nut (barrio céntrico de Bangkok) de un lado a otro. Después de los curas, tengo la impresión de que los que más escuchamos historias pacientemente, somos los que pasamos horas en las comisarías. El fin último de su visita a las dependencias policiales era obtener algo de dinero, un hecho harto frecuente. Después de prestar atención a los tigres y leones, le invitamos a que tomara el aire, literalmente. Se le acompañó hasta el exterior del edificio y se le dijo que esperara sentado, que cuando viera una cebra nos avisara, no optamos por un elefante porque por Bangkok sí circulan paquidermos, aunque ya menos últimamente. Ante la ausencia de fieras, al cabo de un tiempo, se levantó y no volvimos a saber nada de él.

[caption id="" align="aligncenter" width="269" caption="Un cajero automático en la comisaría siempre viene bien"]Un cajero automático en la comisaría siempre viene bien[/caption]

Pasados los años, he llegado a la conclusión de que las situaciones más surrealistas las encontramos en las dependencias policiales.

El 9 de febrero, alrededor de las 21 horas, se presentó un estadounidense, algo sudado, con aspecto cansado y algo desaliñado.

Cuando se da una situación como ésta, la escena es siempre la misma: una víctima entra en la oficina hablando desaforadamente a los tres o cuatro oficiales, que están enfrascados en sus quehaceres frente a sus respectivos ordenadores portátiles. Los uniformados ponen cara de póker, y de pronto, todas las miradas se dirigen hacia mí. El extranjero porque ha visto a uno de su tribu, y los oficiales porque ven al que va a cargar con el muerto, mientras ellos pueden seguir investigando "crímenes cibernéticos".

[caption id="" align="aligncenter" width="454" caption="Te están robando la cartera en el ascensor, muchacho."]Te están robando la cartera en el ascensor, muchacho.[/caption]

Siguiendo el ritual, invito a la persona a sentarse. En pocos segundos, no es difícil evaluar el estado mental de la persona que tenemos delante. No me duelen prendas en reconocer que cuando mi interlocutor empieza a repetirse, yo empiezo a hacer la lista de la compra mientras asiento. A veces hay que esperar a que se desahoguen para poder intervenir y comenzar las preguntas. En otras ocasiones, parece que se llevan baterías de ion-litio de ocho celdas, y hay que recordarles que, a diferencia de ellos, nosotros tenemos un horario. Según se desprendía de sus palabras, su compañero de piso le había robado. El hombre venía desde Samut Sakorn, una localidad situada a 30 kilómetros de Bangkok. La historia de se complicaba cuando aseveraba que la policía de la localidad no le hacía el menor, algo bastante significativo. Por si esto no fuera poco, había sido objeto de robo, por segunda vez, en el hotel donde se alojaba la noche anterior, y por si no fueran suficientes sus desgracias, había recorrido los 30 kilómetros a pie durante cinco días, cosa nada agradable dado el clima tropical del país. Su primer destino en la capital, fue la embajada de EEUU, un auténtico búnker que se caracteriza por anular la señal de los teléfonos móviles en cuanto te aproximas. La indignación del yanqui era supina. En la legación diplomática habían hecho suya la celtibérica frase: "vuelva usted mañana".

 

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="El superintendente, se llama así..."]El superintendente, se llama así...[/caption]

Una vez más, nuestra labor no pasa de ser la de pañuelo de lágrimas, y una fuente de ánimos y buenos propósitos. "Mire, nosotros no podemos hacer nada, pero para cualquier cosa que necesite, aquí estamos", la frase que más utilizo. No quiere decir nada en el fondo, pero queda muy bien.

A uno no le gusta tener prejuicios, y más cuando se trata de nacionalidades o culturas, pero se dan situaciones en que los tópicos, dejan de ser tópicos para convertirse en señas de identidad.

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="Vista desde mi mesa"]Vista desde mi mesa[/caption]

Rondaba también el mes de febrero cuando un ciudadano israelí, judío por ende, acudió en busca de ayuda. Estaba algo magullado. Había sufrido un atropello, no por ningún miembro de Hamas, sino por un vehículo que iba al modo tailandés. Su estado denotaba una necesaria intervención médica, si bien su vida no estaba en peligro. "¿Quiere un médico?", "¿Necesita que llamemos a su familia o algún amigo?", "¿Desea denunciar al conductor?", "¿Se encuentra usted bien?". "No, no, no". No obteníamos otra respuesta. "¿Qué podemos hacer por usted entonces?" me atreví a preguntar para salir de dudas de una vez. "Me hace falta un documento para que el seguro me pague las gafas que se me han roto". Bien, de acuerdo. En estos casos, se respira antes de proceder con los trámites burocráticos habituales, y por educación, uno no dice lo que piensa. ¡Está a punto de perder la vida y se preocupa por el seguro de sus gafas!

 

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="Que no se pierda la práctica"]Que no se pierda la práctica[/caption]

Con el papel en las manos, y pensando que el seguro le va a reembolsar, ya se puede ir tranquilo al hospital a ver si tiene una hemorragia interna que puede acabar con su vida en cuestión de minutos. ¡Que venga Yahvé y lo vea!

Las comisarías thais tienen algo mágico, pero no en el sentido romántico de la acepción; las cosas aparecen y desaparecen por arte de birlibirloque. Una tarde del mes de febrero, se presentó por aquí un señor malí. La noche anterior había sido arrestado. Su intención era recuperar su moto, que por lo visto, había tenido que dejar en las dependencias policiales. La parte trasera del edificio es como un garaje de Mad Max, hay de todo, no me extrañaría que un día se encontrasen restos humanos. Lo agentes tailandeses tienen vehículos oficiales, pero por lo  visto, no da para todos, cada uno quiere el suyo. ¿Solución? Moto requisada, moto utilizada. Nuestro amigo de piel morena, se tiene que volver a casa como si fuera a San Fernando, un ratito a pie y otro caminando, como diría Manolo García en sus tiempos. No es la primera vez que me encuentro con el caso de motos "desaparecidas".

 

[caption id="" align="aligncenter" width="338" caption="Por si a alguno se le olvida el detalle"]Por si a alguno se le olvida el detalle[/caption]

Con el tiempo, me he percatado de que el ser humano pierde la vergüenza en forma directamente proporcional a los kilómetros que distan de su punto de origen. Más de una vez he oído decir: "Yo es que no soy así, pero es que aquí ..." . A la misma hora y el mismo día en que Tejero entraba en el Congreso de los Diputados, pasados 30 años, irrumpía en la comisaría un suizo. "Hola, buenas. No tengo dinero. ¿Me puedo quedar a dormir aquí?" "No". Siguiente. ¿Habría hecho lo mismo en Zürich? Lo dudo.

Las series televisivas son muy entretenidas y nos hacen pasar muy buenos ratos, pero por lo visto también tienen efectos algo perniciosos, sobre todo entre la gente que tiene dificultad para discernir entre realidad y ficción. Los mayores productores son los norteamericanos, y por ello son probablemente los más afectados y perjudicados por los efectos colaterales. "Quiero que vengan a tomar las huellas" decía una y otra vez la yanqui ese caluroso día del mes de febrero. Se le explica que la obtención de huellas dactilares no es un hecho baladí y que requiere un proceso. "Sí, pero ¿cuándo van a  tomar las huellas?". Llegados a este punto, hay dos posibilidades: el cabreo o el despeje. Se opta por lo segundo. "Mire, para eso tendrá que acudir usted al Cuartel General de la Policía Real Tailandesa". Así, con un nombre con más empaque que la comisaría de distrito, parece dársele más importancia al caso. Y de paso se manda la pelota al centro del campo mientras el árbitro pita el final del partido, y el ciudadano indignado se vuelve por donde ha venido.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="269" caption="Lista de fianzas a pagar según delito, disponible cerca del cajero."]Lista de fianzas a pagar según delito, disponible cerca del cajero.[/caption]

Empezamos el mes de marzo con alegría. Llega detenido un ciudadano británico arrestado por los agentes ante su negativa a mostrar su documentación, y mostrarse excesivamente agresivo. La dotación policial, había acudido al hotel en el que se alojaba porque "sencillamente" había arrancado de cuajo el aire acondicionado de su habitación, y, por si no se había quedado a gusto, había prendido fuego a su cuarto.

Una vez puesto a buen recaudo, es decir en la celda, se procede a lo debería ser un interrogatorio y/o declaración por parte del encausado. Se intenta una aproximación a la bestia para ver cómo reacciona. Empieza a hablar o más bien a pronunciar palabras, en el mejor de los casos. Le da rienda suelta a su imaginación y sólo acierta a relatar historias rocambolescas sin pies ni cabeza. De repente comienza a emitir sonidos guturales. Damos el caso por perdido, pero consta en acta que se ha intentado hacer lo mejor posible. Si lo que le viene en gana es pasar una temporada en el "Bangkok Hilton", eso ya es cosa suya. Mal país ha escogido para hacerse el loco y quedar eximido de responsabilidad aduciendo enajenación mental, tanto transitoria como permanente. Si ha sido capaz de comprar un billete de avión, viajar y entrar en el país, muy loco no creo que esté, por lo menos hasta el punto de no poder explicar nada congruente.

Al día siguiente, viene por estas oficinas un ciudadano germano a denunciar la pérdida de su pasaporte por parte del establecimiento que le ha alquilado una moto. Lo que a mí me parece es que la moto se la han vendido, en sentido figurado, obviamente.

El pasaporte es el ÚNICO documento válido para permanecer en territorio tailandés. Cualquier DNI, permiso de conducir o identificación que se quiera, tiene la misma validez que el carnet de socio del Getafe. Los policías tailandeses, al igual que los españoles o los del país que se quiera, no conocen, ni tienen por qué, cómo son los documentos nacionales de identidad de todo el mundo. Si a ello le añadimos el detalle de que en este país, por unos pocos euros, se pueden hacer permisos de conducir, carnets de prensa, etc. pues más lógico es considerar el hecho de que el pasaporte no se suelta ni con aguarrás hirviendo. Si no nos quieren alquilar la moto o lo que sea, pues se va a otro lugar, pero el pasaporte hay que llevarlo siempre consigo, o bien tenerlo a buen recaudo. Nadie se imagina los perjuicios que se pueden sufrir por usurpación de personalidad.

Nunca hay que perderle el respeto a nadie, y menos a un venerable anciano, pero hay ocasiones en las que uno se lo plantea.

Esa mañana del mes de marzo, se presentó en comisaría un amable hombrecillo norteamericano de 66 años, por un pequeño percance acaecido la noche anterior. El día de autos, nuestro amigo conoció a una mujer que casualmente era masajista. Ni corto ni perezoso, invitó a la dama a sus aposentos para que ejerciera. Su objetivo no era otro que el de gozar de un buen masaje terapéutico. Descontenta con su remuneración, que consideraba insuficiente, la dama le ofreció todos sus encantos para animar al caballero a aumentar sus emolumentos. Éste, conocedor de la ilegalidad e inmoralidad de los hechos, se negó en rotundo. La dama, lo consideró una afrenta, y como venganza, desposeyó al caballero de todos sus bienes. Ya nadie respeta a los caballeros que no quieren mancillar el honor de las damiselas.

El mismo día que el yanqui fue objeto de robo, un alemán acudió presuroso a la policía para denunciar que una estatuilla de Buda que había comprado en la calle Soi Convent era falsa. ¡Oh Dios mío! ¡Una falsificación en Tailandia! ¡No es posible! ¡Llamen a interpol, la CIA, el FBI, a las fuerzas especiales! Hay ocasiones en las que encerraría a algunas víctimas por tontas, para que reflexionaran un rato. Además, teóricamente, está prohibido sacar figuras de Buda del país, aunque hay quien dice que sólo si son antigüedades, pero todo es relativo en esta tierra.

Los japoneses son muy peculiares. Pusieron tanto empeño en desarrollar la tecnología y en ser un país puntero, que a la hora de aprender idiomas, ya no tenían ganas de nada. Por ello, a no ser que contemos en ese momento con un intérprete de japonés, nuestra labor es algo ardua. Sin embargo, en el caso que se nos presentó ese día todo estaba bastante claro. Al señor Yoshimura (nombre inventado, pero que me hace gracia), le habían robado la cartera, con tan mala fortuna que en apenas media hora le habían desaparecido de su cuenta 600.000 yenes (unos 5.200 euros). Afirmaba que saliendo de un Mac Donalds situado en Sukhumvit, se había percatado de que le faltaba la cartera. Seguimos el procedimiento estándar. Se le insta a que llame a su banco para cancelar las tarjetas, y de paso nos facilite los datos del lugar en el que se han hecho los cargos a su cuenta. Nos da un nombre. Introducimos la información en la base de datos (entiéndase Google, que aquí no hay para más), y nos sale un karaoke no muy alejado del lugar de la sustracción. Algunas cosas no me cuadraban. Si el hombre venía del Mac Donalds ¿por qué olía a whisky? ¿Existe la Mac Chivas? El hombre se mostraba ciertamente preocupado, pero lo que los ingleses llaman el "timing" (la correlación de los hechos en el tiempo), no se ajustaba demasiado. ¿Por qué esperó dos horas y media hasta denunciar lo sucedido? ¿No habría estado esas horas pimplando el whisky él y sus amigos junto a las acompañantes que se ofrecen en los karaokes de estos lares? Tengo la impresión de que una vez más, la ira de una esposa enfurecida podía con el hombre, y una denuncia policial podía mitigar el asunto. No era la primera ni será la última vez que se cursan denuncias para justificarse ante la pareja.

Los neozelandeses son bastante asiduos de la comisaría. Se caracterizan por tener un acento que se hace algo duro para el oído. El hombre, que nos ocupa ahora, llegó a la oficina como si estuviera perdiendo el último autobús de la noche. Atropelladamente se dirige a un oficial relatándole todo lo que le acababa de sucederle. Se vuelve a producir ese cruce de miradas que significan: "Este, pa'ti". "Venga usted aquí y acomódese. ¿Tiene usted su pasaporte?" Lo del pasaporte es superfluo e innecesario de entrada, pero queda bien y me gusta curiosear en la vida de la gente, saber si llevan bien los años, por dónde se han paseado, echar unas risas con la foto, etc etc. El hombre acababa de llegar de Pattaya en autobús. En la estación de On Nut había tomado un taxi para dirigirse a su hotel, sito en el soi 6 de Sukhumvit. Para no desvelar su lugar de residencia (sic) le había pedido al taxista que se parara unos metros antes de llegar a la entrada del soi (callejón). El hombre baja del vehículo, y éste arranca con todo el equipaje dentro, dejando al neozelandés compuesto y sin ninguna de sus pertenencias, entre las que se encontraba un anillo valorado en 160.000 bahts (unos 4000 euros) que le iba a entregar a su novia para pedirla en matrimonio. Mal comienzo para el matrimonio. Le hago repetir un par de veces la historia porque no la entiendo. No entiendo la paranoia respecto al hecho de que el taxista sepa donde se aloja, no entiendo cómo puede marcharse un taxi a toda velocidad por una calle que a esa hora está colapsada por el tráfico, no entiendo muchas cosas, pero sí entiendo que el efecto sorpresa y la estupefacción puede dejar sin reacción a las personas. La víctima esperaba como el último hilo de esperanza, que el taxi hubiera tenido que marcharse empujado por el tráfico, pero que volvería ...

Curiosamente, la misma mañana había leído en el Bangkok Post que estaban proliferando taxistas falsos que se dedicaban a atracar a la gente, que no se asuste el lector, no es práctica habitual.

No puedo reprimir el sentir algo de pena por este hombre porque, en los ratos muertos, mientras la denuncia pasa de una mesa a otra, las víctimas suelen contarme su vida, y hay casos en los que uno llega a pensar si sobre ciertas personas se cierne una conjura de la vida para amargarles la existencia.

[caption id="" align="aligncenter" width="230" caption="Nos debemos a este escudo, cuando estamos en Tailandia"]Nos debemos a este escudo, cuando estamos en Tailandia[/caption]

Similar suerte fue con la que se topó un canadiense amante de la juerga y de las mujeres en especial. El hombre venía a denunciar a dos filipinas que le habían drogado y robado en Times Square (el de Bangkok, no el de Nueva York).

Vamos a ver. Creo que ya es hora de que los hombres pongan los pies en tierra, se miren a un espejo, y disciernan lo posible de lo imposible, que vean dónde está la línea que separa el mundo real con el de la fantasía. Por mucho que se aleje uno de su paíss de origen, el ser humano sigue siendo igual. Los kilómetros no hacen buenas a las personas, y entre las características que diferencian unas razas de otras, no está la bondad de una frente a la maldad de las otras. ¿De verdad podía creerse el "homo canadiensis" que su hermosura era tal que dos hembras se habían sentido irremediablemente atraídas por él? "Torre llamando a Canadian Airways, torre llamando a Canadian Aiways. ¡Aterrice YA!" pensaba yo mientras le escuchaba.

He llegado a una conclusión. Los que quieren sufrir mal de amores, vienen a Tailandia atraídos por los cantos de sirena, si no, no me explico por qué me encuentro con tanta gente que sufre por alguien que en su país ni miraría a la cara.

Hoy ha venido un ruso a contarnos sus penas. Ayer por la noche, el amor de su vida (una chica de bar) le abandonó. El hombre está desesperado y ha venido a contárnoslo. Lo cierto es que no sé muy bien que puede hacer la policía ante el caso de una mujer despechada que decide abandonar a un hombre sin incurrir en delito alguno. Lo único que está a nuestro alcance, es cumplir la función de señorita Francis mientras no haya nada más importante que hacer. Y parece que la función de pañuelo de lágrimas de los que estamos en una comisaría va pasando de unos a otros, porque al día siguiente, es un británico el que viene a pedir nuestra intercesión para solucionar un problema con su esposa.

Los delitos, por desgracia, para muchos, no dejan de ser más que una estadística. De ésta se puede hacer un ranking de tipos de delito, tipos de delincuente, y todo lo que queramos ver reflejado en una hoja de Excel.

La enhorabuena del día se la lleva un ciudadano kuwaití que ha conseguido juntar en el mismo delito a dos "TOP number 1", dos clásicos : los Iphone y los travestis. Los primeros son los más robados, y los segundos, los que más roban, por lo menos en Tailandia. Porque cuidado, no quiero que ahora me interpongan una querella los travestis españoles o me monten una acampada de "travelos indignados" frente a mi vivienda en España.

Pasar horas y horas en una comisaría ayuda, sin duda, a conocer mejor a los seres humanos. Y desde luego, lejos de ser aburrido, sabes a ciencia cierta, que si el caso de hoy te sorprendió, el de mañana te sorprenderá más.