29.10.11

Un día en comisaría 4

Meto un par de sandwiches en un táper y unas cuantas physalis en otro. Me marcho a la comisaría, y prefiero llevarme la comida de casa, desde aquella noche en que por decir que sí a todo, me encontré en "la cena del silencio atronador". Fue el año pasado cuando un agente, simpático el hombre, pero gangoso a su pesar, me dijo si quería cenar con ellos. Al no entender muy bien lo que me decía, pues asentí con la cabeza. Suponía que no acababa de regalarle mi casa y mi coche por sólo decir que sí. Al cabo de una hora, emitiendo los sonidos que tanto le caracterizaban, me indicaba con las manos que la comida había llegado y que fuera a comer a la habitación de descanso que hay en la comisaría. Como nunca había estado en ese cuarto, pues me perdí por las dependencias policiales y regresé a mi mesa. A los pocos segundos, volvía a hacer acto de presencia "mi amigo" insistiéndome para que fuera a comer. Me levanté e hice un amago de seguirle, para ver si de este modo me indicaba el lugar exacto. Lo obvio habría sido preguntar, pero ni yo le entendía, ni sé si él me entendía a mí. La cuestión es que tras unos minutos de titubeo, alcancé a dar con la habitación del miedo.

 

"Viendo la vida pasar"Traductores

Allí estaban los cuatro hombres de marrón. Encima de la mesa, varias bolsas de plástico con comida, algunos platos y unos pocos cubiertos. Silencio sepulcral. Saludo y me siento. Ellos siguen charlando. Echo un vistazo rápido, y no veo nada apetecible. Para ir descartando, pregunto qué hay que sea picante. De acuerdo, me quedo sólo con un 50% de la oferta. Intento entablar conversación, pero no se me ocurre ningún tema. Voy asintiendo con la cabeza, como si entendiera lo que están diciendo. Lo cierto es que entiendo palabras sueltas, pero mi cara es la de uno que lo entiende todo. Hay unas salchichas que parecen apetecibles. Primer bocado. "¿Pero esto qué es?" pienso al instante. ¿Alguien ha visto alguna vez salchichas dulces? ¡Dios! Me meto una cucharada de arroz rápidamente para tragar este... llamémosle regaliz. Con unas verduras salteadas, un poco de arroz y caldo de una sopa que por ahí anda, me salgo del paso. "Bueno, me vuelvo a la oficina que ya estoy lleno. Es que antes ya había comido" les digo mientras me levanto. Se quedan algo sorprendidos porque no permanezco disfrutando de semejantes ambrosías. Desde ese día no he vuelto a comer en la comisaría, por lo menos la comida que a ellos les traen. Bueno, cuando traen pizzas, me presto voluntario para la degustación.

"Celebración del cumpleaños del Rey en comisaría"Celebración del cumpleaños del Rey en comisaría

La desfachatez de la gente no tiene límites. A principios del pasado mes de febrero, apareció por la comisaría un ciudadano africano con signos de estar malherido. Para más inri nos hacía saber que no tenía dinero, y dado que ésta es una historia que ya nos aburre por lo común que es, el hombre se lanzó a relatarnos una historia rocambolesca en la que el protagonista era un tigre que se paseaba por el barrio de On Nut (barrio céntrico de Bangkok) de un lado a otro. Después de los curas, tengo la impresión de que los que más escuchamos historias pacientemente, somos los que pasamos horas en las comisarías. El fin último de su visita a las dependencias policiales era obtener algo de dinero, un hecho harto frecuente. Después de prestar atención a los tigres y leones, le invitamos a que tomara el aire, literalmente. Se le acompañó hasta el exterior del edificio y se le dijo que esperara sentado, que cuando viera una cebra nos avisara, no optamos por un elefante porque por Bangkok sí circulan paquidermos, aunque ya menos últimamente. Ante la ausencia de fieras, al cabo de un tiempo, se levantó y no volvimos a saber nada de él.

"Un cajero automático en la comisaría siempre viene bien"Un cajero automático en la comisaría siempre viene bien

Pasados los años, he llegado a la conclusión de que las situaciones más surrealistas las encontramos en las dependencias policiales.

El 9 de febrero, alrededor de las 21 horas, se presentó un estadounidense, algo sudado, con aspecto cansado y algo desaliñado.

Cuando se da una situación como ésta, la escena es siempre la misma: una víctima entra en la oficina hablando desaforadamente a los tres o cuatro oficiales, que están enfrascados en sus quehaceres frente a sus respectivos ordenadores portátiles. Los uniformados ponen cara de póker, y de pronto, todas las miradas se dirigen hacia mí. El extranjero porque ha visto a uno de su tribu, y los oficiales porque ven al que va a cargar con el muerto, mientras ellos pueden seguir investigando "crímenes cibernéticos".

"Te están robando la cartera en el ascensor, muchacho."Te están robando la cartera en el ascensor, muchacho.

Siguiendo el ritual, invito a la persona a sentarse. En pocos segundos, no es difícil evaluar el estado mental de la persona que tenemos delante. No me duelen prendas en reconocer que cuando mi interlocutor empieza a repetirse, yo empiezo a hacer la lista de la compra mientras asiento. A veces hay que esperar a que se desahoguen para poder intervenir y comenzar las preguntas. En otras ocasiones, parece que se llevan baterías de ion-litio de ocho celdas, y hay que recordarles que, a diferencia de ellos, nosotros tenemos un horario. Según se desprendía de sus palabras, su compañero de piso le había robado. El hombre venía desde Samut Sakorn, una localidad situada a 30 kilómetros de Bangkok. La historia de se complicaba cuando aseveraba que la policía de la localidad no le hacía el menor, algo bastante significativo. Por si esto no fuera poco, había sido objeto de robo, por segunda vez, en el hotel donde se alojaba la noche anterior, y por si no fueran suficientes sus desgracias, había recorrido los 30 kilómetros a pie durante cinco días, cosa nada agradable dado el clima tropical del país. Su primer destino en la capital, fue la embajada de EEUU, un auténtico búnker que se caracteriza por anular la señal de los teléfonos móviles en cuanto te aproximas. La indignación del yanqui era supina. En la legación diplomática habían hecho suya la celtibérica frase: "vuelva usted mañana".

 

"El superintendente, se llama así..."El superintendente, se llama así...

Una vez más, nuestra labor no pasa de ser la de pañuelo de lágrimas, y una fuente de ánimos y buenos propósitos. "Mire, nosotros no podemos hacer nada, pero para cualquier cosa que necesite, aquí estamos", la frase que más utilizo. No quiere decir nada en el fondo, pero queda muy bien.

A uno no le gusta tener prejuicios, y más cuando se trata de nacionalidades o culturas, pero se dan situaciones en que los tópicos, dejan de ser tópicos para convertirse en señas de identidad.

"Vista desde mi mesa"Vista desde mi mesa

Rondaba también el mes de febrero cuando un ciudadano israelí, judío por ende, acudió en busca de ayuda. Estaba algo magullado. Había sufrido un atropello, no por ningún miembro de Hamas, sino por un vehículo que iba al modo tailandés. Su estado denotaba una necesaria intervención médica, si bien su vida no estaba en peligro. "¿Quiere un médico?", "¿Necesita que llamemos a su familia o algún amigo?", "¿Desea denunciar al conductor?", "¿Se encuentra usted bien?". "No, no, no". No obteníamos otra respuesta. "¿Qué podemos hacer por usted entonces?" me atreví a preguntar para salir de dudas de una vez. "Me hace falta un documento para que el seguro me pague las gafas que se me han roto". Bien, de acuerdo. En estos casos, se respira antes de proceder con los trámites burocráticos habituales, y por educación, uno no dice lo que piensa. ¡Está a punto de perder la vida y se preocupa por el seguro de sus gafas!

 

"Que no se pierda la práctica"Que no se pierda la práctica

Con el papel en las manos, y pensando que el seguro le va a reembolsar, ya se puede ir tranquilo al hospital a ver si tiene una hemorragia interna que puede acabar con su vida en cuestión de minutos. ¡Que venga Yahvé y lo vea!

Las comisarías thais tienen algo mágico, pero no en el sentido romántico de la acepción; las cosas aparecen y desaparecen por arte de birlibirloque. Una tarde del mes de febrero, se presentó por aquí un señor malí. La noche anterior había sido arrestado. Su intención era recuperar su moto, que por lo visto, había tenido que dejar en las dependencias policiales. La parte trasera del edificio es como un garaje de Mad Max, hay de todo, no me extrañaría que un día se encontrasen restos humanos. Lo agentes tailandeses tienen vehículos oficiales, pero por lo visto, no da para todos, cada uno quiere el suyo. ¿Solución? Moto requisada, moto utilizada. Nuestro amigo de piel morena, se tiene que volver a casa como si fuera a San Fernando, un ratito a pie y otro caminando, como diría Manolo García en sus tiempos. No es la primera vez que me encuentro con el caso de motos "desaparecidas".

 

"Por si a alguno se le olvida el detalle"Por si a alguno se le olvida el detalle

Con el tiempo, me he percatado de que el ser humano pierde la vergüenza en forma directamente proporcional a los kilómetros que distan de su punto de origen. Más de una vez he oído decir: "Yo es que no soy así, pero es que aquí ..." . A la misma hora y el mismo día en que Tejero entraba en el Congreso de los Diputados, pasados 30 años, irrumpía en la comisaría un suizo. "Hola, buenas. No tengo dinero. ¿Me puedo quedar a dormir aquí?" "No". Siguiente. ¿Habría hecho lo mismo en Zürich? Lo dudo.

Las series televisivas son muy entretenidas y nos hacen pasar muy buenos ratos, pero por lo visto también tienen efectos algo perniciosos, sobre todo entre la gente que tiene dificultad para discernir entre realidad y ficción. Los mayores productores son los norteamericanos, y por ello son probablemente los más afectados y perjudicados por los efectos colaterales. "Quiero que vengan a tomar las huellas" decía una y otra vez la yanqui ese caluroso día del mes de febrero. Se le explica que la obtención de huellas dactilares no es un hecho baladí y que requiere un proceso. "Sí, pero ¿cuándo van a tomar las huellas?". Llegados a este punto, hay dos posibilidades: el cabreo o el despeje. Se opta por lo segundo. "Mire, para eso tendrá que acudir usted al Cuartel General de la Policía Real Tailandesa". Así, con un nombre con más empaque que la comisaría de distrito, parece dársele más importancia al caso. Y de paso se manda la pelota al centro del campo mientras el árbitro pita el final del partido, y el ciudadano indignado se vuelve por donde ha venido.

 

"Lista de fianzas a pagar según delito, disponible cerca del cajero."Lista de fianzas a pagar según delito, disponible cerca del cajero.

Empezamos el mes de marzo con alegría. Llega detenido un ciudadano británico arrestado por los agentes ante su negativa a mostrar su documentación, y mostrarse excesivamente agresivo. La dotación policial, había acudido al hotel en el que se alojaba porque "sencillamente" había arrancado de cuajo el aire acondicionado de su habitación, y, por si no se había quedado a gusto, había prendido fuego a su cuarto.

Una vez puesto a buen recaudo, es decir en la celda, se procede a lo debería ser un interrogatorio y/o declaración por parte del encausado. Se intenta una aproximación a la bestia para ver cómo reacciona. Empieza a hablar o más bien a pronunciar palabras, en el mejor de los casos. Le da rienda suelta a su imaginación y sólo acierta a relatar historias rocambolescas sin pies ni cabeza. De repente comienza a emitir sonidos guturales. Damos el caso por perdido, pero consta en acta que se ha intentado hacer lo mejor posible. Si lo que le viene en gana es pasar una temporada en el "Bangkok Hilton", eso ya es cosa suya. Mal país ha escogido para hacerse el loco y quedar eximido de responsabilidad aduciendo enajenación mental, tanto transitoria como permanente. Si ha sido capaz de comprar un billete de avión, viajar y entrar en el país, muy loco no creo que esté, por lo menos hasta el punto de no poder explicar nada congruente.

Al día siguiente, viene por estas oficinas un ciudadano germano a denunciar la pérdida de su pasaporte por parte del establecimiento que le ha alquilado una moto. Lo que a mí me parece es que la moto se la han vendido, en sentido figurado, obviamente.

El pasaporte es el ÚNICO documento válido para permanecer en territorio tailandés. Cualquier DNI, permiso de conducir o identificación que se quiera, tiene la misma validez que el carnet de socio del Getafe. Los policías tailandeses, al igual que los españoles o los del país que se quiera, no conocen, ni tienen por qué, cómo son los documentos nacionales de identidad de todo el mundo. Si a ello le añadimos el detalle de que en este país, por unos pocos euros, se pueden hacer permisos de conducir, carnets de prensa, etc. pues más lógico es considerar el hecho de que el pasaporte no se suelta ni con aguarrás hirviendo. Si no nos quieren alquilar la moto o lo que sea, pues se va a otro lugar, pero el pasaporte hay que llevarlo siempre consigo, o bien tenerlo a buen recaudo. Nadie se imagina los perjuicios que se pueden sufrir por usurpación de personalidad.

Nunca hay que perderle el respeto a nadie, y menos a un venerable anciano, pero hay ocasiones en las que uno se lo plantea.

Esa mañana del mes de marzo, se presentó en comisaría un amable hombrecillo norteamericano de 66 años, por un pequeño percance acaecido la noche anterior. El día de autos, nuestro amigo conoció a una mujer que casualmente era masajista. Ni corto ni perezoso, invitó a la dama a sus aposentos para que ejerciera. Su objetivo no era otro que el de gozar de un buen masaje terapéutico. Descontenta con su remuneración, que consideraba insuficiente, la dama le ofreció todos sus encantos para animar al caballero a aumentar sus emolumentos. Éste, conocedor de la ilegalidad e inmoralidad de los hechos, se negó en rotundo. La dama, lo consideró una afrenta, y como venganza, desposeyó al caballero de todos sus bienes. Ya nadie respeta a los caballeros que no quieren mancillar el honor de las damiselas.

El mismo día que el yanqui fue objeto de robo, un alemán acudió presuroso a la policía para denunciar que una estatuilla de Buda que había comprado en la calle Soi Convent era falsa. ¡Oh Dios mío! ¡Una falsificación en Tailandia! ¡No es posible! ¡Llamen a interpol, la CIA, el FBI, a las fuerzas especiales! Hay ocasiones en las que encerraría a algunas víctimas por tontas, para que reflexionaran un rato. Además, teóricamente, está prohibido sacar figuras de Buda del país, aunque hay quien dice que sólo si son antigüedades, pero todo es relativo en esta tierra.

Los japoneses son muy peculiares. Pusieron tanto empeño en desarrollar la tecnología y en ser un país puntero, que a la hora de aprender idiomas, ya no tenían ganas de nada. Por ello, a no ser que contemos en ese momento con un intérprete de japonés, nuestra labor es algo ardua. Sin embargo, en el caso que se nos presentó ese día todo estaba bastante claro. Al señor Yoshimura (nombre inventado, pero que me hace gracia), le habían robado la cartera, con tan mala fortuna que en apenas media hora le habían desaparecido de su cuenta 600.000 yenes (unos 5.200 euros). Afirmaba que saliendo de un Mac Donalds situado en Sukhumvit, se había percatado de que le faltaba la cartera. Seguimos el procedimiento estándar. Se le insta a que llame a su banco para cancelar las tarjetas, y de paso nos facilite los datos del lugar en el que se han hecho los cargos a su cuenta. Nos da un nombre. Introducimos la información en la base de datos (entiéndase Google, que aquí no hay para más), y nos sale un karaoke no muy alejado del lugar de la sustracción. Algunas cosas no me cuadraban. Si el hombre venía del Mac Donalds ¿por qué olía a whisky? ¿Existe la Mac Chivas? El hombre se mostraba ciertamente preocupado, pero lo que los ingleses llaman el "timing" (la correlación de los hechos en el tiempo), no se ajustaba demasiado. ¿Por qué esperó dos horas y media hasta denunciar lo sucedido? ¿No habría estado esas horas pimplando el whisky él y sus amigos junto a las acompañantes que se ofrecen en los karaokes de estos lares? Tengo la impresión de que una vez más, la ira de una esposa enfurecida podía con el hombre, y una denuncia policial podía mitigar el asunto. No era la primera ni será la última vez que se cursan denuncias para justificarse ante la pareja.

Los neozelandeses son bastante asiduos de la comisaría. Se caracterizan por tener un acento que se hace algo duro para el oído. El hombre, que nos ocupa ahora, llegó a la oficina como si estuviera perdiendo el último autobús de la noche. Atropelladamente se dirige a un oficial relatándole todo lo que le acababa de sucederle. Se vuelve a producir ese cruce de miradas que significan: "Este, pa'ti". "Venga usted aquí y acomódese. ¿Tiene usted su pasaporte?" Lo del pasaporte es superfluo e innecesario de entrada, pero queda bien y me gusta curiosear en la vida de la gente, saber si llevan bien los años, por dónde se han paseado, echar unas risas con la foto, etc etc. El hombre acababa de llegar de Pattaya en autobús. En la estación de On Nut había tomado un taxi para dirigirse a su hotel, sito en el soi 6 de Sukhumvit. Para no desvelar su lugar de residencia (sic) le había pedido al taxista que se parara unos metros antes de llegar a la entrada del soi (callejón). El hombre baja del vehículo, y éste arranca con todo el equipaje dentro, dejando al neozelandés compuesto y sin ninguna de sus pertenencias, entre las que se encontraba un anillo valorado en 160.000 bahts (unos 4000 euros) que le iba a entregar a su novia para pedirla en matrimonio. Mal comienzo para el matrimonio. Le hago repetir un par de veces la historia porque no la entiendo. No entiendo la paranoia respecto al hecho de que el taxista sepa donde se aloja, no entiendo cómo puede marcharse un taxi a toda velocidad por una calle que a esa hora está colapsada por el tráfico, no entiendo muchas cosas, pero sí entiendo que el efecto sorpresa y la estupefacción puede dejar sin reacción a las personas. La víctima esperaba como el último hilo de esperanza, que el taxi hubiera tenido que marcharse empujado por el tráfico, pero que volvería ...

Curiosamente, la misma mañana había leído en el Bangkok Post que estaban proliferando taxistas falsos que se dedicaban a atracar a la gente, que no se asuste el lector, no es práctica habitual.

No puedo reprimir el sentir algo de pena por este hombre porque, en los ratos muertos, mientras la denuncia pasa de una mesa a otra, las víctimas suelen contarme su vida, y hay casos en los que uno llega a pensar si sobre ciertas personas se cierne una conjura de la vida para amargarles la existencia.

"Nos debemos a este escudo, cuando estamos en Tailandia"Nos debemos a este escudo, cuando estamos en Tailandia

Similar suerte fue con la que se topó un canadiense amante de la juerga y de las mujeres en especial. El hombre venía a denunciar a dos filipinas que le habían drogado y robado en Times Square (el de Bangkok, no el de Nueva York).

Vamos a ver. Creo que ya es hora de que los hombres pongan los pies en tierra, se miren a un espejo, y disciernan lo posible de lo imposible, que vean dónde está la línea que separa el mundo real con el de la fantasía. Por mucho que se aleje uno de su paíss de origen, el ser humano sigue siendo igual. Los kilómetros no hacen buenas a las personas, y entre las características que diferencian unas razas de otras, no está la bondad de una frente a la maldad de las otras. ¿De verdad podía creerse el "homo canadiensis" que su hermosura era tal que dos hembras se habían sentido irremediablemente atraídas por él? "Torre llamando a Canadian Airways, torre llamando a Canadian Aiways. ¡Aterrice YA!" pensaba yo mientras le escuchaba.

He llegado a una conclusión. Los que quieren sufrir mal de amores, vienen a Tailandia atraídos por los cantos de sirena, si no, no me explico por qué me encuentro con tanta gente que sufre por alguien que en su país ni miraría a la cara.

Hoy ha venido un ruso a contarnos sus penas. Ayer por la noche, el amor de su vida (una chica de bar) le abandonó. El hombre está desesperado y ha venido a contárnoslo. Lo cierto es que no sé muy bien que puede hacer la policía ante el caso de una mujer despechada que decide abandonar a un hombre sin incurrir en delito alguno. Lo único que está a nuestro alcance, es cumplir la función de señorita Francis mientras no haya nada más importante que hacer. Y parece que la función de pañuelo de lágrimas de los que estamos en una comisaría va pasando de unos a otros, porque al día siguiente, es un británico el que viene a pedir nuestra intercesión para solucionar un problema con su esposa.

Los delitos, por desgracia, para muchos, no dejan de ser más que una estadística. De ésta se puede hacer un ranking de tipos de delito, tipos de delincuente, y todo lo que queramos ver reflejado en una hoja de Excel.

La enhorabuena del día se la lleva un ciudadano kuwaití que ha conseguido juntar en el mismo delito a dos "TOP number 1", dos clásicos : los Iphone y los travestis. Los primeros son los más robados, y los segundos, los que más roban, por lo menos en Tailandia. Porque cuidado, no quiero que ahora me interpongan una querella los travestis españoles o me monten una acampada de "travelos indignados" frente a mi vivienda en España.

Pasar horas y horas en una comisaría ayuda, sin duda, a conocer mejor a los seres humanos. Y desde luego, lejos de ser aburrido, sabes a ciencia cierta, que si el caso de hoy te sorprendió, el de mañana te sorprenderá más.

 

24.10.11

Un día en comisaría 5

 

En el callejón en el que se encuentra mi apartamento me topo con un atasco monumental. Es una calle normal en cuanto a dimensiones. Podrían pasar tranquilamente, sin importunarse, vehículos de todo tipo en los dos sentidos. Pero estamos en Tailandia, y la sabiduría de los grandes pensadores asiáticos (Confucio, el inventor de la confusión, decía una miss), no ha llegado a los estratos más bajos de la sociedad. En el día a día, sólo se aplican técnicas de supervivencia, y sobrevive el más avispado.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="400" caption="Nuestro maestro"]Un maestro[/caption]

 

Volviendo a mi callejón (soi, en tailandés), se da el caso de que en todo su ancho podemos encontrar desde viejos carritos de comida destartalados hasta gente sentada en plena calle viendo la tele (con mesita para las bebidas) que ha colocado estratégicamente en el quicio de la puerta de su casa, pasando por amasijos de materiales de lo más diverso.

La cuestión reside en que un espacio que está, en principio, destinado al tráfico es un almacén o sala de estar, según para quien. Lo más curioso es que nadie se queja, algo harto frecuente en Asia, de ahí que los cambios sean lentos.

Retomando el hilo de mi historia, me encontré con una larga fila de vehículos. Caminando unos metros, me topé con el epicentro del desbarajuste: dos coches, uno frente al otro. Sus conductores estaban tan quietos como sus vehículos. No me lo podía creer. Parecía que ni parpadeaban. Tengo todavía la impresión de que esperaban la intervención de alguno de estos espíritus que tanto veneran. Yo no podía quedarme impávido ante semejante ataque a la razón humana. Otra cosa que me llamaba poderosamente la atención, era la ausencia total de bocinazos. En España, los decibelios que hubieran podido salir de una situación semejante, habrían enmudecido a los Rolling Stones en pleno Vicente Calderón.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="400" caption="La tele que no falte"]comisaria[/caption]

 

 

Mi función teórica, al margen de la traducción, es la de apaciguar los ánimos y conseguir un consenso entre las partes en caso de discordia. Y digo que la función es teórica, porque en el fondo, y a base de sentirse uno tonto, pues disfruto más cuanto mayor sea el follón. Con mi uniforme de pacificador, escondo a un instigador. Lo lógico, en dicha situación, hubiera sido situarse entre los coches en conflicto e indicar las maniobras más adecuadas para solucionar el entuerto. Pero no fue así. A medida que caminaba, iba haciendo comentarios que instigaban a la violencia a los conductores que esperaban pacientemente. “Esto es increíble”, “Ahí están, quietos”, “Pues no, parece que no se quieren mover”, “¿Y la policía dónde está?”, “Esto va para largo”, eran las perlas que iba yo soltando. Algún conductor fue saliendo del vehículo para acercarse. Yo le señalaba a los culpables mientras emprendía la marcha para dejar tierra de por medio, no quería estar allí cuando empezaran a saltar chispas, que en Tailandia, lo de llevar un arma de fuego es algo más que corriente. Desde la distancia, pude observar que empezaba a haber cierto movimiento de vehículos. ¿Cómo puede ser que mi “hijoputez” llegue a esos límites?

[caption id="" align="aligncenter" width="400" caption="El veterano instructor de tiro"]Instructor[/caption]

 


La ventaja de trabajar en una comisaría estriba en que sabes que cada día te vas a encontrar con algo nuevo y diferente. Esa tarde de marzo fue, en un principio, una más. A la entrada del edificio me topé con un estadounidense. Había perdido su tarjeta del cajero y venía a denunciarlo, aunque en el fondo, me parece que sólo era una excusa para pedir un techo donde dormir. El oficial de turno lo autorizó y allí se quedó durmiendo. Otro compatriota estaba en la comisaría también, pero ése, en contra de su voluntad. Estaba bajo arresto por posesión de marihuana y por haberle caducado el visado que le permitía permanecer en el Reino de Tailandia. Estas dos cuestiones, las drogas y los visados, son temas que interesan bastante a los potenciales visitantes del país, tal y como observo con frecuencia en el único foro en español sobre el país, www.destinotailandia.com . Craso error es pensar que por poseer una pequeña cantidad de hierba o cualquier sustancia, no hay consecuencias graves. Las hay, y el que no lo piense así, pues tendrá el inmenso placer de conocerme.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="400" caption="Esta es la imagen que aparece en mis pesadillas"]sebusca[/caption]

 

 

Mientras estoy enfrascado en mis quehaceres habituales (comer unos donuts y “facebookear”), entra un mando requiriendo mis servicios. No entiendo lo que dice. Una cosa es hablar tailandés y otra es ser adivino logopeda. Si hay españoles que no entiendo, pues ya se pueden imaginar a un oficial tailandés estresado. Le sigo hasta la calle. Allí hay un taxi con una chica dentro. La experiencia y el sentido común hacen que las explicaciones sean innecesarias, más que nada porque me da la impresión de que el taxista y el policía están esperando a que sea yo el que les explique qué hace la chica ahí dentro. El problema radica en que la fémina está más pa’llá que pa’cá. No responde ante ningún estímulo. Le hablo en todos los idiomas que conozco, pero por su aspecto asiático, me da que no me va a entender, y más que no entenderme, no me oye. Ni corto ni perezoso, empiezo a registrar sus pertenencias por si éstas pueden aportarnos alguna pista sobre su identidad. En el maletero hay una maleta. Parece que se quería ir a toda prisa de algún lado. Pero ni un solo documento que nos esclareciera por lo menos en que idioma tenía que hablarle. Pasados unos minutos se oyen unos quejidos que provienen del asiento posterior. Parece que vuelve en sí. Sin embargo, la chica tiene un mal despertar. Está algo más que malhumorada. Conseguimos averiguar que es oriunda de Hong Kong. Se empieza a poner como una loca, no quiere acercarse al policía thai. Grita que los thais son tigres (sic). La tranquilizo diciéndole que me mire, que no soy thai. Afortunadamente habla inglés, no muy fluido pero lo suficiente como para entablar, por decir algo, una conversación. Le requiero que me entregue su documentación. Se niega. La verdad es que creo que ni sabe dónde está. Repentinamente la emprende conmigo y quiere agredirme, incluso intenta escupirme, pero por no tener, no tiene ni saliva. El agente la retiene, pero la niña se encabrita. Una vez más calmada, saca un teléfono y llama a un turco. Supongo que es su chulo. Le habla en inglés, le dice que hay un hombre malo, servidor, y que no sabe de dónde soy. Me pregunta con insistencia de qué país soy, está borracha o con resaca, pero se da cuenta de que un farang en una comisaría thai es muy raro y eso la tiene mosqueada. La chica llega a la conclusión de que soy francés, posiblemente por indicaciones del turco que me oye por el teléfono. Le respondo afirmativamente para ver si avanzamos un poco en esta situación que está tomando visos surrealistas. “Vale, soy francés. ¿Y ahora qué?” le digo con cierta arrogancia (el lugar me lo permite) sabiendo que tiene un policía al lado. Enmudece con mi respuesta una vez satisfecha su curiosidad. Decide que se quiere ir caminando, pero no es capaz de dar dos pasos sin caerse. La china le deba la carrera al taxi, pero aduce que no tiene dinero. “No mientas, que yo sé que algo tienes”, le digo. Durante el registro saqué algo de dinero de sus bolsillos, dinero que devolví, que conste. Extrañamente, el taxista está dispuesto a llevársela de nuevo. La muchacha dice que quiere volver al lugar de donde viene. Advierto al taxista que se le va a quedar sobada de nuevo en su vehículo. Haciendo caso omiso a las advertencias, se la lleva. A enemigo que huye, puente de plata, pienso en mis adentros. Pero me quedo con varias preguntas que nunca obtendrán respuesta: ¿A dónde iba? ¿De dónde venía? ¿Qué hacía borracha como una cuba a esas horas? No quiero decir que hay una hora específica para estar ebrio, pero cierto consenso social sí hay. Medio resuelto el asunto, se monta en el taxi y se marcha con el conductor. ¿Tendría el taxista aviesas intenciones? No sé, ni me importa, la verdad. Yo tengo en el cajón de mi mesa unos donuts que me esperan, y un artículo a medio terminar. Cuando uno empieza a trabajar en el ámbito de las fuerzas de seguridad del Estado, siempre hay cierta componente de altruismo, uno quiere a veces ser el buen samaritano, pero a medida que se descubre la verdadera naturaleza del ser humano, la desconfianza y el desinterés por el prójimo se van apoderando de uno. Supongo que es como los antibióticos, que a fuerza de tomarlos con asiduidad, ya no surten efecto.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="400" caption="La estancia es gratis, pero no recomendable."]calabozos[/caption]

 

 

Marzo termina con un caso de esos que te hacen pensar que el número de idiotas en el mundo es bastante alto, y algunos se han quedado con la ración de otros. Un joven británico quiere denunciar que ha sido objeto de robo por parte de un hombre que había conocido en la calle y que le había invitado a tomar café a su casa, una casa que no recordaba donde estaba ubicada. Tras escucharle pacientemente, hago el salto de la rana, y lo remito a la policía turística, que seguro que están más ociosos que nosotros, y además cobran por aguantar a los turistas. ¿Alguien se puede creer algo tan infantil como que se conoce a alguien por la calle y de inmediato se va uno a casa de un desconocido? O es imbécil o se cree que lo somos.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="400" caption="Saliendo de casa"]cartoon[/caption]

 

Desde hace un tiempo, sólo me preocupo de delitos de sangre, víctimas que sean mujeres o niños, porque el resto, en un alto porcentaje, son gilipolleces elevadas al cubo; eso sí, atiendo amablemente y sonrío a todo el que se siente frente a mí.

 

Los ciudadanos árabes son visitantes bastante asiduos de esta comisaría, probablemente porque en nuestro distrito se encuentra la zona con más árabes y africanos por metro cuadrado: soi Nana nua.

Hoy el turno es el de un ciudadano omaní de unos 30 años. Su presencia se debe a la desaparición de su hermano de 28 años. Desaparecer en Tailandia es bastante frecuente, sobre todo de noche, pero la reaparición suele suceder al cabo de menos de 48 horas. Según su relato, había quedado con su hermano en el lobby del hotel, pero cuando bajó, ya no estaba. Ya había estado el día anterior, pero por cuestiones legales, debía esperar hasta la medianoche del día siguiente para que se pudiera cursar la denuncia. Muchos son los que escogen Tailandia para “desaparecer”, no son tontos y hay que alabarles el gusto. Estoy seguro de que en Azerbayán no desaparecen tantos turistas.

 

Recuerdo el día en que la paz reinaba en la comisaría, en la tele echaban una telenovela, los oficiales se deleitaban con el Youtube o jugaban al FIFA2010, mi amigo el tartaja hacía su siesta, y yo leía el Diario de Mallorca en mi ordenador. De sopetón se oye como un huracán a una mujer que entra vociferando por la puerta. Parece inglesa, nos quedamos todos quietos mirándola mientras suelta toda clase de improperios sin motivo ni razón aparentes. Después, coge y se va por donde ha venido, algo más relajada, supongo… Y nosotros seguimos con nuestras labores “de investigación”.

 

Cualquier parecido en te una comisaría y una agencia de viajes es pura casualidad, pero para algunos, es lo mismo. Y si no, que se lo digan a dos neozelandesas que vinieron a interponer una denuncia contra una aerolínea por los desperfectos causados en sus maletas. Estoy de acuerdo en que el jet lag puede afectar y alterar hasta cierto punto el estado de consciencia, pero de ahí a confundir las dependencias policiales con la oficina del operador de handling, hay un abismo.

Lo mismo le sucedió a un indígena africano que vino, ni corto ni perezoso, a pedir que lo lleváramos a Camboya, que no tenía dinero. No le bastaba con un destino nacional no, quería viaje internacional, y si era en business, pues mejor. Y a buen seguro que lo iba a tener, pero no a Camboya. No tenía documentación alguna y el juicio lo había perdido hace tiempo. De momento había conseguido alojamiento gratis, el viaje sería tras la visita al juez que se iba a encargar de su repatriación, todo ello ofrecido graciosamente por el Estado tailandés.

 

El hindú, de los de turbante y aire místico, que vino a principios de mayo tenía un problema, bueno, dos. El primero era que le habían asaltado frente al hospital Bumrungraad mientras estaba acompañado de una señorita. El segundo es que era un pésimo profesional. Me explico. Según su deposición, se encontraba en dicho lugar leyéndole la mano a la señorita, por ende es quiromante (estafador que dice que lee la mano, según mi definición). ¿Tan malo era que no podía adivinar que le iban a atracar y agredir? Una vez más, soy testigo de que hasta los peores chistes se convierten en realidad. Tras tomarle declaración, se le envía al hospital de la policía, para que el forense le extienda el parte de lesiones. No quiero hurgar en la herida, pero me dan ganas de decirle: “¡Ahora te jodes! Por estafador”. Además, su fuera buen futurólogo, debería saber que su denuncia no va a servir para nada, y lo único que hace es perder el tiempo.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="400" caption="Nosotros le resolvemos su problema"]comisaria2[/caption]

 

 

En muchas ocasiones, nos enfrentamos a situaciones que consideramos el súmmum. Sin embargo, nos equivocamos. Esa tarde de finales de junio entré en comisaría con mi maletín y mi bolsa del Dunkin Donuts, como de costumbre. Había cierto ajetreo, pero yo me instalé en mi mesa para preparar todo el papeleo y revisar un poco lo que había sucedido en mi ausencia. Durante ese tiempo venía observando un hombre de aspecto árabe ir y venir de un lado para otro sin que nadie le hiciera el menor caso. Yo estaba al teléfono charlando con un amigo para preparar la cena de españoles que solemos hacer cada semana. Sin que yo le dijera nada, se sentó en mi mesa. En un principio parecía un tipo normal con algún tipo de problema por el nerviosismo que su vaivén denotaba. Me entrega su pasaporte (sirio o de algún país de Oriente Medio, no recuerdo), un pasaporte de esos que empiezan por la última página (primera para ellos). El sexto sentido que he desarrollado con los años me indica que está algo pa’llá antes de que abra la boca, a los dos segundos de abrirla, recibo la confirmación. La gente a la que le ha petado algún chip, no suele hacer relatos congruentes. Uno se ve obligado a ir juntando piezas que una vez unidas no siempre dan como resultado una historia creíble, y éste es uno de esos casos. “Hay mujeres que me quieren follar”, “Se ponen enfrente de la puerta, se abren la ropa que llevan puesta y me enseñan las tetas y el coño”, son las primeras perlas que suelta. Detrás de él, en otra mesa, hay un oficial que me mira socarronamente como diciendo “ahora el marronaco te ha tocado a ti”. Le sigo mirando y escuchando atentamente procurando no reírme. El hombre prosigue: “Pero yo me tapo los ojos, porque yo soy musulmán, y los musulmanes no podemos aceptar esto”. Claro, ni los católicos tampoco, pero mira qué bien lo aceptan, pienso para mis adentros mientras maquino cómo quitármelo de encima sin que se ofenda, no vaya a ser un radical de éstos que vuelven a la media hora y se autoinmolan en plena comisaría haciéndonos saltar a todos por los aires. Pero el fiel seguidor de Alá sufre de incontinencia verbal, y continua: “Y me han ofrecido 100.000 bahts para que me las folle, pero yo no puedo, estoy casado, y un musulmán no puede hacer eso”. Si la historia es poco o nada creíble de por sí, cuando te dicen que una mujer te ofrece dinero para mantener relaciones en Tailandia, entonces la credibilidad queda reducida a cero. A pesar de ello, el asunto empezaba a interesarme, no porque le otorgara credibilidad alguna, sino porque quería ver hasta donde llegaba su fantasía. Mientras nuestro amigo habla, voy ojeando su pasaporte para ver si por un casual está ilegalmente en el país para dar carpetazo rápido al asunto. No cae esa breva. Para dar la impresión de que me intereso por él, le pregunto dónde sucedieron los hechos, ya que por ahí sé que me puede salir bien la jugada de despeje. “En el centro islámico de Ramkhamhaeng”, dice el hombre. ¡Bingo! Me lo como y vuelta a la casilla de salida. Para cerciorarme, respiro aliviado y le digo: “Repita por favor. Es importante para el caso saber dónde sucedió todo”. “Ramkamhaeng, en el centro musulmán” vuelve a responder. “Ramkamhaeng ha dicho usted ¿verdad? Bien, bien. Pues para eso tendrá que ir usted a la comisaría de dicho distrito, desgraciadamente nosotros no podemos hacernos cargo porque se trata de otro distrito. Y mire que me sabe mal no poder ayudarle”. Algo desconcertado, el islamita me pregunta si tengo la dirección de las dependencias policiales de dicho distrito. “Usted vaya, vaya allí y pregunte que seguro que alguien le dice dónde está” le digo mientras me levanto para que el mimetismo haga efecto y el “acosado pío” me siga hasta la puerta. Una vez en la calle, todos respiramos profundamente aliviados, porque estos casos de locos son intratables.

 

La gente que padece de verborragia es cargante de por sí. Si te la encuentras en un bar, te das la vuelta y te vas. Pero si estás en un organismo público, no te queda más remedio que aguantarla. Eso me sucedió recientemente con un inglés que vino a contarme su vida. No sé ni de qué me hablaba, pero yo asentía. Nos despedíamos. Sin embargo, al cabo de unos minutos, regresaba y volvía a insistir en el mismo tema. La situación se repitió hasta la extenuación, por mi parte y por la suya, porque no volvió.

 

Tratar con el público puede ser pesado. Tratar con una víctima es duro. Tratar con un delincuente es exasperante. Estar con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado puede convertirse en adicción.

 

1.7.11

Un día en comisaría 4

Meto un par de sandwiches en un táper y unas cuantas physalis en otro. Me marcho a la comisaría, y prefiero llevarme la comida de casa, desde aquella noche en que por decir que sí a todo, me encontré en "la cena del silencio atronador". Fue el año pasado cuando un agente, simpático el hombre, pero gangoso a su pesar, me dijo si quería cenar con ellos. Al no entender muy bien lo que me decía, pues asentí con la cabeza. Suponía que no acababa de regalarle mi casa y mi coche por sólo decir que sí. Al cabo de una hora, emitiendo los sonidos que tanto le caracterizaban, me indicaba con las manos que la comida había llegado y que fuera a comer a la habitación de descanso que hay en la comisaría. Como nunca había estado en ese cuarto, pues me perdí por las dependencias policiales y regresé a mi mesa. A los pocos segundos, volvía a hacer acto de presencia "mi amigo" insistiéndome para que fuera a comer. Me levanté e hice un amago de seguirle, para ver si de este modo me indicaba el lugar exacto. Lo obvio habría sido preguntar, pero ni yo le entendía, ni sé si él me entendía a mí. La cuestión es que tras unos minutos de titubeo, alcancé a dar con la habitación del miedo.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="Traductores"]Traductores[/caption]

Allí estaban los cuatro hombres de marrón. Encima de la mesa, varias bolsas de plástico con comida, algunos platos y unos pocos cubiertos. Silencio sepulcral. Saludo y me siento. Ellos siguen charlando. Echo un vistazo rápido, y no veo nada apetecible. Para ir descartando, pregunto qué hay que sea picante. De acuerdo, me quedo sólo con un 50% de la oferta. Intento entablar conversación, pero no se me ocurre ningún tema. Voy asintiendo con la cabeza, como si entendiera lo que están diciendo. Lo cierto es que entiendo palabras sueltas, pero mi cara es la de uno que lo entiende todo. Hay unas salchichas que parecen apetecibles. Primer bocado. "¿Pero esto qué es?" pienso al instante. ¿Alguien ha visto alguna vez salchichas dulces? ¡Dios! Me meto una cucharada de arroz rápidamente para tragar este... llamémosle regaliz. Con unas verduras salteadas, un poco de arroz y caldo de una sopa que por ahí anda, me salgo del paso. "Bueno, me vuelvo a la oficina que ya estoy lleno. Es que antes ya había comido" les digo mientras me levanto. Se quedan algo sorprendidos porque no permanezco disfrutando de semejantes ambrosías. Desde ese día no he vuelto a comer en la comisaría, por lo menos la comida que a ellos les traen. Bueno, cuando traen pizzas, me presto voluntario para la degustación.

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="Celebración del cumpleaños del Rey en comisaría"]Celebración del cumpleaños del Rey en comisaría[/caption]

La desfachatez de la gente no tiene límites. A principios del pasado mes de febrero, apareció por la comisaría un ciudadano africano con signos de estar malherido. Para más inri nos hacía saber que no tenía dinero, y dado que ésta es una historia que ya nos aburre por lo común que es, el hombre se lanzó a relatarnos una historia rocambolesca en la que el protagonista era un tigre que se paseaba por el barrio de On Nut (barrio céntrico de Bangkok) de un lado a otro. Después de los curas, tengo la impresión de que los que más escuchamos historias pacientemente, somos los que pasamos horas en las comisarías. El fin último de su visita a las dependencias policiales era obtener algo de dinero, un hecho harto frecuente. Después de prestar atención a los tigres y leones, le invitamos a que tomara el aire, literalmente. Se le acompañó hasta el exterior del edificio y se le dijo que esperara sentado, que cuando viera una cebra nos avisara, no optamos por un elefante porque por Bangkok sí circulan paquidermos, aunque ya menos últimamente. Ante la ausencia de fieras, al cabo de un tiempo, se levantó y no volvimos a saber nada de él.

[caption id="" align="aligncenter" width="269" caption="Un cajero automático en la comisaría siempre viene bien"]Un cajero automático en la comisaría siempre viene bien[/caption]

Pasados los años, he llegado a la conclusión de que las situaciones más surrealistas las encontramos en las dependencias policiales.

El 9 de febrero, alrededor de las 21 horas, se presentó un estadounidense, algo sudado, con aspecto cansado y algo desaliñado.

Cuando se da una situación como ésta, la escena es siempre la misma: una víctima entra en la oficina hablando desaforadamente a los tres o cuatro oficiales, que están enfrascados en sus quehaceres frente a sus respectivos ordenadores portátiles. Los uniformados ponen cara de póker, y de pronto, todas las miradas se dirigen hacia mí. El extranjero porque ha visto a uno de su tribu, y los oficiales porque ven al que va a cargar con el muerto, mientras ellos pueden seguir investigando "crímenes cibernéticos".

[caption id="" align="aligncenter" width="454" caption="Te están robando la cartera en el ascensor, muchacho."]Te están robando la cartera en el ascensor, muchacho.[/caption]

Siguiendo el ritual, invito a la persona a sentarse. En pocos segundos, no es difícil evaluar el estado mental de la persona que tenemos delante. No me duelen prendas en reconocer que cuando mi interlocutor empieza a repetirse, yo empiezo a hacer la lista de la compra mientras asiento. A veces hay que esperar a que se desahoguen para poder intervenir y comenzar las preguntas. En otras ocasiones, parece que se llevan baterías de ion-litio de ocho celdas, y hay que recordarles que, a diferencia de ellos, nosotros tenemos un horario. Según se desprendía de sus palabras, su compañero de piso le había robado. El hombre venía desde Samut Sakorn, una localidad situada a 30 kilómetros de Bangkok. La historia de se complicaba cuando aseveraba que la policía de la localidad no le hacía el menor, algo bastante significativo. Por si esto no fuera poco, había sido objeto de robo, por segunda vez, en el hotel donde se alojaba la noche anterior, y por si no fueran suficientes sus desgracias, había recorrido los 30 kilómetros a pie durante cinco días, cosa nada agradable dado el clima tropical del país. Su primer destino en la capital, fue la embajada de EEUU, un auténtico búnker que se caracteriza por anular la señal de los teléfonos móviles en cuanto te aproximas. La indignación del yanqui era supina. En la legación diplomática habían hecho suya la celtibérica frase: "vuelva usted mañana".

 

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="El superintendente, se llama así..."]El superintendente, se llama así...[/caption]

Una vez más, nuestra labor no pasa de ser la de pañuelo de lágrimas, y una fuente de ánimos y buenos propósitos. "Mire, nosotros no podemos hacer nada, pero para cualquier cosa que necesite, aquí estamos", la frase que más utilizo. No quiere decir nada en el fondo, pero queda muy bien.

A uno no le gusta tener prejuicios, y más cuando se trata de nacionalidades o culturas, pero se dan situaciones en que los tópicos, dejan de ser tópicos para convertirse en señas de identidad.

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="Vista desde mi mesa"]Vista desde mi mesa[/caption]

Rondaba también el mes de febrero cuando un ciudadano israelí, judío por ende, acudió en busca de ayuda. Estaba algo magullado. Había sufrido un atropello, no por ningún miembro de Hamas, sino por un vehículo que iba al modo tailandés. Su estado denotaba una necesaria intervención médica, si bien su vida no estaba en peligro. "¿Quiere un médico?", "¿Necesita que llamemos a su familia o algún amigo?", "¿Desea denunciar al conductor?", "¿Se encuentra usted bien?". "No, no, no". No obteníamos otra respuesta. "¿Qué podemos hacer por usted entonces?" me atreví a preguntar para salir de dudas de una vez. "Me hace falta un documento para que el seguro me pague las gafas que se me han roto". Bien, de acuerdo. En estos casos, se respira antes de proceder con los trámites burocráticos habituales, y por educación, uno no dice lo que piensa. ¡Está a punto de perder la vida y se preocupa por el seguro de sus gafas!

 

[caption id="" align="aligncenter" width="480" caption="Que no se pierda la práctica"]Que no se pierda la práctica[/caption]

Con el papel en las manos, y pensando que el seguro le va a reembolsar, ya se puede ir tranquilo al hospital a ver si tiene una hemorragia interna que puede acabar con su vida en cuestión de minutos. ¡Que venga Yahvé y lo vea!

Las comisarías thais tienen algo mágico, pero no en el sentido romántico de la acepción; las cosas aparecen y desaparecen por arte de birlibirloque. Una tarde del mes de febrero, se presentó por aquí un señor malí. La noche anterior había sido arrestado. Su intención era recuperar su moto, que por lo visto, había tenido que dejar en las dependencias policiales. La parte trasera del edificio es como un garaje de Mad Max, hay de todo, no me extrañaría que un día se encontrasen restos humanos. Lo agentes tailandeses tienen vehículos oficiales, pero por lo  visto, no da para todos, cada uno quiere el suyo. ¿Solución? Moto requisada, moto utilizada. Nuestro amigo de piel morena, se tiene que volver a casa como si fuera a San Fernando, un ratito a pie y otro caminando, como diría Manolo García en sus tiempos. No es la primera vez que me encuentro con el caso de motos "desaparecidas".

 

[caption id="" align="aligncenter" width="338" caption="Por si a alguno se le olvida el detalle"]Por si a alguno se le olvida el detalle[/caption]

Con el tiempo, me he percatado de que el ser humano pierde la vergüenza en forma directamente proporcional a los kilómetros que distan de su punto de origen. Más de una vez he oído decir: "Yo es que no soy así, pero es que aquí ..." . A la misma hora y el mismo día en que Tejero entraba en el Congreso de los Diputados, pasados 30 años, irrumpía en la comisaría un suizo. "Hola, buenas. No tengo dinero. ¿Me puedo quedar a dormir aquí?" "No". Siguiente. ¿Habría hecho lo mismo en Zürich? Lo dudo.

Las series televisivas son muy entretenidas y nos hacen pasar muy buenos ratos, pero por lo visto también tienen efectos algo perniciosos, sobre todo entre la gente que tiene dificultad para discernir entre realidad y ficción. Los mayores productores son los norteamericanos, y por ello son probablemente los más afectados y perjudicados por los efectos colaterales. "Quiero que vengan a tomar las huellas" decía una y otra vez la yanqui ese caluroso día del mes de febrero. Se le explica que la obtención de huellas dactilares no es un hecho baladí y que requiere un proceso. "Sí, pero ¿cuándo van a  tomar las huellas?". Llegados a este punto, hay dos posibilidades: el cabreo o el despeje. Se opta por lo segundo. "Mire, para eso tendrá que acudir usted al Cuartel General de la Policía Real Tailandesa". Así, con un nombre con más empaque que la comisaría de distrito, parece dársele más importancia al caso. Y de paso se manda la pelota al centro del campo mientras el árbitro pita el final del partido, y el ciudadano indignado se vuelve por donde ha venido.

 

[caption id="" align="aligncenter" width="269" caption="Lista de fianzas a pagar según delito, disponible cerca del cajero."]Lista de fianzas a pagar según delito, disponible cerca del cajero.[/caption]

Empezamos el mes de marzo con alegría. Llega detenido un ciudadano británico arrestado por los agentes ante su negativa a mostrar su documentación, y mostrarse excesivamente agresivo. La dotación policial, había acudido al hotel en el que se alojaba porque "sencillamente" había arrancado de cuajo el aire acondicionado de su habitación, y, por si no se había quedado a gusto, había prendido fuego a su cuarto.

Una vez puesto a buen recaudo, es decir en la celda, se procede a lo debería ser un interrogatorio y/o declaración por parte del encausado. Se intenta una aproximación a la bestia para ver cómo reacciona. Empieza a hablar o más bien a pronunciar palabras, en el mejor de los casos. Le da rienda suelta a su imaginación y sólo acierta a relatar historias rocambolescas sin pies ni cabeza. De repente comienza a emitir sonidos guturales. Damos el caso por perdido, pero consta en acta que se ha intentado hacer lo mejor posible. Si lo que le viene en gana es pasar una temporada en el "Bangkok Hilton", eso ya es cosa suya. Mal país ha escogido para hacerse el loco y quedar eximido de responsabilidad aduciendo enajenación mental, tanto transitoria como permanente. Si ha sido capaz de comprar un billete de avión, viajar y entrar en el país, muy loco no creo que esté, por lo menos hasta el punto de no poder explicar nada congruente.

Al día siguiente, viene por estas oficinas un ciudadano germano a denunciar la pérdida de su pasaporte por parte del establecimiento que le ha alquilado una moto. Lo que a mí me parece es que la moto se la han vendido, en sentido figurado, obviamente.

El pasaporte es el ÚNICO documento válido para permanecer en territorio tailandés. Cualquier DNI, permiso de conducir o identificación que se quiera, tiene la misma validez que el carnet de socio del Getafe. Los policías tailandeses, al igual que los españoles o los del país que se quiera, no conocen, ni tienen por qué, cómo son los documentos nacionales de identidad de todo el mundo. Si a ello le añadimos el detalle de que en este país, por unos pocos euros, se pueden hacer permisos de conducir, carnets de prensa, etc. pues más lógico es considerar el hecho de que el pasaporte no se suelta ni con aguarrás hirviendo. Si no nos quieren alquilar la moto o lo que sea, pues se va a otro lugar, pero el pasaporte hay que llevarlo siempre consigo, o bien tenerlo a buen recaudo. Nadie se imagina los perjuicios que se pueden sufrir por usurpación de personalidad.

Nunca hay que perderle el respeto a nadie, y menos a un venerable anciano, pero hay ocasiones en las que uno se lo plantea.

Esa mañana del mes de marzo, se presentó en comisaría un amable hombrecillo norteamericano de 66 años, por un pequeño percance acaecido la noche anterior. El día de autos, nuestro amigo conoció a una mujer que casualmente era masajista. Ni corto ni perezoso, invitó a la dama a sus aposentos para que ejerciera. Su objetivo no era otro que el de gozar de un buen masaje terapéutico. Descontenta con su remuneración, que consideraba insuficiente, la dama le ofreció todos sus encantos para animar al caballero a aumentar sus emolumentos. Éste, conocedor de la ilegalidad e inmoralidad de los hechos, se negó en rotundo. La dama, lo consideró una afrenta, y como venganza, desposeyó al caballero de todos sus bienes. Ya nadie respeta a los caballeros que no quieren mancillar el honor de las damiselas.

El mismo día que el yanqui fue objeto de robo, un alemán acudió presuroso a la policía para denunciar que una estatuilla de Buda que había comprado en la calle Soi Convent era falsa. ¡Oh Dios mío! ¡Una falsificación en Tailandia! ¡No es posible! ¡Llamen a interpol, la CIA, el FBI, a las fuerzas especiales! Hay ocasiones en las que encerraría a algunas víctimas por tontas, para que reflexionaran un rato. Además, teóricamente, está prohibido sacar figuras de Buda del país, aunque hay quien dice que sólo si son antigüedades, pero todo es relativo en esta tierra.

Los japoneses son muy peculiares. Pusieron tanto empeño en desarrollar la tecnología y en ser un país puntero, que a la hora de aprender idiomas, ya no tenían ganas de nada. Por ello, a no ser que contemos en ese momento con un intérprete de japonés, nuestra labor es algo ardua. Sin embargo, en el caso que se nos presentó ese día todo estaba bastante claro. Al señor Yoshimura (nombre inventado, pero que me hace gracia), le habían robado la cartera, con tan mala fortuna que en apenas media hora le habían desaparecido de su cuenta 600.000 yenes (unos 5.200 euros). Afirmaba que saliendo de un Mac Donalds situado en Sukhumvit, se había percatado de que le faltaba la cartera. Seguimos el procedimiento estándar. Se le insta a que llame a su banco para cancelar las tarjetas, y de paso nos facilite los datos del lugar en el que se han hecho los cargos a su cuenta. Nos da un nombre. Introducimos la información en la base de datos (entiéndase Google, que aquí no hay para más), y nos sale un karaoke no muy alejado del lugar de la sustracción. Algunas cosas no me cuadraban. Si el hombre venía del Mac Donalds ¿por qué olía a whisky? ¿Existe la Mac Chivas? El hombre se mostraba ciertamente preocupado, pero lo que los ingleses llaman el "timing" (la correlación de los hechos en el tiempo), no se ajustaba demasiado. ¿Por qué esperó dos horas y media hasta denunciar lo sucedido? ¿No habría estado esas horas pimplando el whisky él y sus amigos junto a las acompañantes que se ofrecen en los karaokes de estos lares? Tengo la impresión de que una vez más, la ira de una esposa enfurecida podía con el hombre, y una denuncia policial podía mitigar el asunto. No era la primera ni será la última vez que se cursan denuncias para justificarse ante la pareja.

Los neozelandeses son bastante asiduos de la comisaría. Se caracterizan por tener un acento que se hace algo duro para el oído. El hombre, que nos ocupa ahora, llegó a la oficina como si estuviera perdiendo el último autobús de la noche. Atropelladamente se dirige a un oficial relatándole todo lo que le acababa de sucederle. Se vuelve a producir ese cruce de miradas que significan: "Este, pa'ti". "Venga usted aquí y acomódese. ¿Tiene usted su pasaporte?" Lo del pasaporte es superfluo e innecesario de entrada, pero queda bien y me gusta curiosear en la vida de la gente, saber si llevan bien los años, por dónde se han paseado, echar unas risas con la foto, etc etc. El hombre acababa de llegar de Pattaya en autobús. En la estación de On Nut había tomado un taxi para dirigirse a su hotel, sito en el soi 6 de Sukhumvit. Para no desvelar su lugar de residencia (sic) le había pedido al taxista que se parara unos metros antes de llegar a la entrada del soi (callejón). El hombre baja del vehículo, y éste arranca con todo el equipaje dentro, dejando al neozelandés compuesto y sin ninguna de sus pertenencias, entre las que se encontraba un anillo valorado en 160.000 bahts (unos 4000 euros) que le iba a entregar a su novia para pedirla en matrimonio. Mal comienzo para el matrimonio. Le hago repetir un par de veces la historia porque no la entiendo. No entiendo la paranoia respecto al hecho de que el taxista sepa donde se aloja, no entiendo cómo puede marcharse un taxi a toda velocidad por una calle que a esa hora está colapsada por el tráfico, no entiendo muchas cosas, pero sí entiendo que el efecto sorpresa y la estupefacción puede dejar sin reacción a las personas. La víctima esperaba como el último hilo de esperanza, que el taxi hubiera tenido que marcharse empujado por el tráfico, pero que volvería ...

Curiosamente, la misma mañana había leído en el Bangkok Post que estaban proliferando taxistas falsos que se dedicaban a atracar a la gente, que no se asuste el lector, no es práctica habitual.

No puedo reprimir el sentir algo de pena por este hombre porque, en los ratos muertos, mientras la denuncia pasa de una mesa a otra, las víctimas suelen contarme su vida, y hay casos en los que uno llega a pensar si sobre ciertas personas se cierne una conjura de la vida para amargarles la existencia.

[caption id="" align="aligncenter" width="230" caption="Nos debemos a este escudo, cuando estamos en Tailandia"]Nos debemos a este escudo, cuando estamos en Tailandia[/caption]

Similar suerte fue con la que se topó un canadiense amante de la juerga y de las mujeres en especial. El hombre venía a denunciar a dos filipinas que le habían drogado y robado en Times Square (el de Bangkok, no el de Nueva York).

Vamos a ver. Creo que ya es hora de que los hombres pongan los pies en tierra, se miren a un espejo, y disciernan lo posible de lo imposible, que vean dónde está la línea que separa el mundo real con el de la fantasía. Por mucho que se aleje uno de su paíss de origen, el ser humano sigue siendo igual. Los kilómetros no hacen buenas a las personas, y entre las características que diferencian unas razas de otras, no está la bondad de una frente a la maldad de las otras. ¿De verdad podía creerse el "homo canadiensis" que su hermosura era tal que dos hembras se habían sentido irremediablemente atraídas por él? "Torre llamando a Canadian Airways, torre llamando a Canadian Aiways. ¡Aterrice YA!" pensaba yo mientras le escuchaba.

He llegado a una conclusión. Los que quieren sufrir mal de amores, vienen a Tailandia atraídos por los cantos de sirena, si no, no me explico por qué me encuentro con tanta gente que sufre por alguien que en su país ni miraría a la cara.

Hoy ha venido un ruso a contarnos sus penas. Ayer por la noche, el amor de su vida (una chica de bar) le abandonó. El hombre está desesperado y ha venido a contárnoslo. Lo cierto es que no sé muy bien que puede hacer la policía ante el caso de una mujer despechada que decide abandonar a un hombre sin incurrir en delito alguno. Lo único que está a nuestro alcance, es cumplir la función de señorita Francis mientras no haya nada más importante que hacer. Y parece que la función de pañuelo de lágrimas de los que estamos en una comisaría va pasando de unos a otros, porque al día siguiente, es un británico el que viene a pedir nuestra intercesión para solucionar un problema con su esposa.

Los delitos, por desgracia, para muchos, no dejan de ser más que una estadística. De ésta se puede hacer un ranking de tipos de delito, tipos de delincuente, y todo lo que queramos ver reflejado en una hoja de Excel.

La enhorabuena del día se la lleva un ciudadano kuwaití que ha conseguido juntar en el mismo delito a dos "TOP number 1", dos clásicos : los Iphone y los travestis. Los primeros son los más robados, y los segundos, los que más roban, por lo menos en Tailandia. Porque cuidado, no quiero que ahora me interpongan una querella los travestis españoles o me monten una acampada de "travelos indignados" frente a mi vivienda en España.

Pasar horas y horas en una comisaría ayuda, sin duda, a conocer mejor a los seres humanos. Y desde luego, lejos de ser aburrido, sabes a ciencia cierta, que si el caso de hoy te sorprendió, el de mañana te sorprenderá más.

 

26.3.11

La isla del capitán Peter


¿Os acordáis de Righeira? Sí, era ese grupo de los 80 que cantaba aquello de Vamos a la playa, wo uo uo uo. Pues eso, les he hecho caso y me he ido unos días de playa. Por si alguien lo desconoce, Bangkok tiene una gran oferta lúdica, pero carece de costa, y el río que la divide en dos, no invita precisamente al baño.


Pero el problema no es grave. A un par de horas en autobús uno puede empezar a gozar de las aguas del golfo de Siam. Para esta escapada he elegido Koh Samet, un islote de menos de 20 kilómetros en su parte más ancha, pero que dispone de más de una docena de playas de fina arena blanca, con su respectiva oferta complementaria.


Se trata de un parque natural protegido que, por lógica, no podría acoger ninguna construcción y mucho menos alojamientos y negocios turísticos, pero estamos hablando de Tailandia y todo lo que ello conlleva.





Entrada al parque natural de Koh Samet

Este tipo de viajes tiene un pequeño inconveniente: hay que madrugar. El madrugón va en contra de mis principios, pero hay ocasiones en las que debo doblegarme ante las circunstancias. Con el sol asomando entre los edificios de la ciudad, el taxi me lleva hasta la estación de autobuses. No hay prisas, sale uno cada hora. Pago unos 300 y pico bahts (8 euros) por un billete de ida y vuelta a Bang Phe, el puerto del que salen los barcos que transportan a los turistas hasta la isla.




Bonito sí, cómodo no.

No sé si porque es jueves o es que es demasiado pronto, pero el autobús no tiene aforo completo, y el 80 por ciento son extranjeros, sobresaliendo las suecas, en número y en volumen. Me pregunto si quedan suecos en Suecia, me los encuentro por todos lados, y no son una población precisamente abundante.


El trayecto hasta el puerto lo paso dormitando mientras echan por el televisor del autobús la película Ong Bak 3, un bodrio impresionante, heredero de la algo más aceptable Ong Bak. No hay quien aguante casi dos horas de artes marciales, y los diálogos se escribieron seguramente en la servilleta de papel de algún chiringo de los que tanto abundan por estos lares. Cada vez que abro los ojos sólo veo a un tipo que hace mucho que no pasa por la ducha y se esfuerza en hacer ejercicios propios del siempre añorado ballet ZOOM.




Para disfrutar, hay que pagar

Nos detenemos justo frente al embarcadero. Me preparo para lo peor. En Tailandia son amantes de los olores fuertes (menos el del queso), y una de sus aficiones es poner a secar el pescado al sol. Como puede suponer el lector, al margen del espectáculo de los peces momificados, hay que contar con un olor que bien podría ser calificado de arma química. Pero no, para mi sorpresa sólo me encuentro con el viejo y destartalado embarcadero que dejé atrás hace 15 años, la última vez que estuve por aquí.


Por lo que veo en la “sala de embarque” (unos tablones de madera), aquí se lleva bastante el “rollo bollo”, cosa que confirmaré más adelante una vez llegado a la ínsula. ¿Estoy en la isla de Lesbos versión thai?




¡Ay! ¡Que me mareo!

Un grito ininteligible de un thai nos indica que es hora de subir a bordo. Nada de sofisticaciones, un par de tablones con cuatro clavos oxidados se emplean a modo de pasarela. La precariedad de la plataforma y los vaivenes del mar hacen presagiar la tragedia en cualquier momento, sobre todo por lo que se refiere a mi persona. No soy especialmente torpe, pero esto es más propio del “Gran Prix” de Ramón García que de un lugar visitado por miles de turistas al año. Tal vez quieran mantener el encanto, o simplemente se resisten a reinvertir un baht, me inclino por lo segundo. Aquí, el asunto de los minusválidos, no lo llevan muy bien, o mejor dicho, no lo llevan. El que tenga alguna discapacidad física, se tiene que buscar la vida, no sólo para subir a bordo sino para moverse por cualquier centímetro cuadrado del país.


Toque de sirena y zarpamos rumbo a la aventura. Desde niño he sido muy sensible a los balanceos en el medio marino. Me agarro a la tabla que me sirve de asiento y miro a la lejanía oteando el horizonte como un viejo lobo de mar, espero mantener la pose el máximo de tiempo posible, y no hacer el ridículo frente a las vikingas.


Pasada media hora, ya se divisan siluetas humanas por los aledaños de la “estación marítima”, ya ha pasado lo peor, el donut y el té se han quedado en su sitio.




No es un decorado


¿Como parque natural, el pago de entrada es obligatorio. 40 bahts (1€) para los thais, 200 (5€) para los demás, una vez más hacen gala de su sentido de la equidad y quintuplican nuestro valor. Gracias. El sistema de cobro es algo rudimentario, un tipo uniformado como los guardias que perseguían al oso Yogi por Yellowstone, con un fajo de billetes en la mano, va vendiendo las entradas a todos los que no tienen el aspecto de ser thais. Llego con el “pick-up” y el conductor me señala donde se encuentra mi hotel. Empiezo a caminar como Ingvar Kamprad por IKEA y no sé por qué suerte de lotería mi paso por el pórtico que delimita la zona de pago no resulta perceptible al uniformado. Le digo a la persona que me acompaña: “Vista al frente y paso ligero, ma non troppo”. La providencia quiere que me ahorre 240 bahts, será que algo me tiene reservado. En dos minutos llegamos al hotel. Tenemos el primer contacto en recepción con una gente que no es consciente de que vive del turismo, parece que nuestra presencia les molesta, y así lo hago constar en la reputada página de crítica hotelera Tripadvisor. Supongo que se estarán acordando de parte de mi familia. Pero nuestros desencuentros no hacían más que empezar. A la mañana siguiente de nuestra llegada, harto de los ruidos de la habitación. Me presento en recepción y explico el “problemilla”.


Señor. ¡Sí Señor!


“Tiene ustedes allí arriba, junto a mi ventana, un aparato que parece ser una bomba de un depósito de agua que no para de conectarse y desconectarse toda la noche” le explicamos al tipo de recepción. Sin apenas desviar la mirada de la pantalla del ordenador, el hombre me da la razón: “Sí, allí hay un depósito de agua”. Y sigue tan pancho trabajando o haciendo lo que hiciera en ese momento. Mi acompañante, me repite lo mismo que ha dicho el pavo: “Es lo que te decía, es un depósito con motor”. Y tan pancha toma el camino de la playa. “¡Quieto todo el mundo! ¿Cómo que ya está? Estoy pagando 45 euros por noche y tengo una habitación con una ventana que no se puede abrir y un ruido insoportable. Quiero una solución ¡YA! En Tailandia, cuando ven a un extranjero que empieza a ponerse nervioso, suelen reaccionar. Dejan su actitud Zen y se ponen un poco las pilas. Medio susurrando, se oye una voz desde detrás del mostrador: “Si quieren les podemos cambiar de habitación...”. ¡Hostias! No podía haber empezado por ahí.



Los lunes al sol

Más vale que me vaya a la playa a disfrutar del día porque si no, acabaremos mal. ¡Habrase visto tanto mentecato junto!


Me apalanco en una tumbona junto a la orilla, no lejos del hotel de los bobos. A los pocos segundos aparece “el encargao”. “Son 50 bahts” suelta el hombre. “Hola, buenos días. ¿Tiene miedo de que salga corriendo con mis bolsas, las sillas, la sombrilla, la mesa y un poco de arena en los pies o qué? Le digo, con el humor que traigo después de discutir con el “atontao” de recepción.




Esto es una buena protección solar

El hombre se ríe por ver a un occidental hablar de esa manera, pero ahí sigue clavado en espera de los cuatro reales que le tengo que dar. Algo me queda claro. Ante tanta premura en el cobro de este bien intangible como es el uso del mobiliario, me abstendré de efectuar cualquier consumo en su negocio. ¡Vaya con el avaricioso presuroso! ¡Que le den! He amanecido bien. Me relajo y contemplo como van desfilando los rusos, uno detrás del otro delante de mí. Me duele la espalda sólo de pensar cómo tendrán la espalda esta noche. Su piel lechosa hace que yo parezca mozambiqueño. ¡Madre del amor hermoso! ¿Dónde va esta gente sin una simple camiseta? Si de todas formas, morenos no se van a poner nunca.

... y luego, así te quedas

La relativa tranquilidad de una playa sobreexplotada se ve interrumpida por una estampida infantil. Un batallón de tiernos infantes toma al asalto el litoral. Una escuela thai ha decidido pasar el día haciéndoles compañía a inocentes turistas como yo. Es fácil adivinar su origen porque no dejan un centímetro de piel a la vista, no tanto por el miedo a que la melanina se ponga a cien revoluciones, sino por el paradójico pudor imperante en el país conocido por el “ping-pong show”. Lo que me preocupa al ver a la chiquillería tan abrigada, es una cuestión de seguridad. Tanta ropa empapada sólo pude llevarlos a las profundidades marinas, como Leonardo De Caprio en Titanic, igualito que un cuerpo plúmbeo e inerte. Algunas niñas llevan sujetador, camiseta para que no se vea el sujetador (que se ve), y bañador estilo buceador del ártico. “¿Para qué tanto lastre, criaturas? Si por mucho que os tapéis, acabaréis pasando por donde pasamos todos: LA PIEDRA.”. Y no me refiero a los hermanos La Piedra ni a la señora de Estrada (la del señor Pipi).




¡Que voyyyyy!

Bien embadurnado para que los rayos UVA, UVB y los del plutonio empobrecido de las radiaciones de un ataque nuclear de Corea de Norte no me causen el menor sarpullido, me sumerjo en las cálidas aguas del Pacífico, una calidez del agua algo sospechosa al estar rodeado de tanto niño.


Tras varios revolcones en la orilla y con las fosas nasales bien despejadas por toda el agua marina que ha pasado involuntariamente por ellas, regreso a mi hamaca a ver las mozuelas pasar. Mientras hago, para mí mismo, análisis pormenorizados de todo ser viviente del sexo opuesto en edad de merecer que pasa por delante de mí, detecto unos movimientos extraños en la orilla a unos 30 metros. Una moto acuática parece haber tomado vida propia y se ha rebelado contra sus captores que la obligan a pasear turistas en su lomo.


Si en los países civilizados, estas armas cargadas por el diablo, han creado cierta polémica relativa a su empleo, imagine el lector como anda Tailandia respecto a legislación relativa al uso de estos vehículos. Un cuadernillo Rubio tiene más contenido que el compendio legislativo thai en materia de actividades lúdico-marítimas. Por otro lado, no hace mucho, saltó la polémica en relación a las estafas que sufren los turistas de manos de las mafias que se ocupan del alquiler de dichos artefactos. A diferencia de otras, en esta ocasión, la fechoría quedó grabada para la posteridad, y para el disfrute de todos a través de YouTube.




A vivir que son dos días

Con el humor negro que me caracteriza, le digo a mi acompañante: “Mira, mira. Había un niño jugando en la orilla, y ya no está, jeje”. Pensando que es uno más de mis delirios, no me hace mucho caso y sigue tomando el sol. “Oye, oye. Que había un niño jugando con sus amigos, ha aparecido una moto y creo que el niño está debajo, jeje”, le insisto. Me sigue haciendo el caso habitual. Pero yo sigo disfrutando del espectáculo. Uno de los responsables de los vehículos malditos se precipita y mete sus manos debajo de la moto, que está prácticamente sobre la costa. Es decir que el muchacho no está simplemente bajo la moto, sino entre la moto y la arena. Pasan los segundos y de allí no sale nadie. Mi enfermiza mente me hace disfrutar del momento, tal vez porque, en el fondo, sé que no sucederá nada grave. Sin embargo, se debe reconocer que es impresionante ver cómo de pronto el angelito está y por arte de David Copperfield, bueno, de Yamaha, el protagonista involuntario desaparece súbitamente. Pasados los primeros momentos de desconcierto, surge, cómo de la nada, el chaval con el aspecto de haber estado toda la noche de copas, jajaja. No sabe dónde está la izquierda ni la derecha, como Zapatero. Sale del agua dando tumbos y riendo, no sé si por los nervios o porque ha disfrutado de la peculiar experiencia. No todo el mundo puede decir que ha sido atropellado por una moto acuática.


El que más aliviado se queda es “el encargao” que ve cómo se libra de una buena. Mi acompañante se cae de la parra y me pregunta: “¿Qué ha pasado?”. “Nada, nada, que casi se queda una plaza libre en el hotel”, le respondo mientras observo cómo atan con diversos cabos la pobre moto para que no se vuelva a rebelar.




De fino paladar

Pasado el mediodía, después de sufrir las inclemencias del sol tropical, se impone disfrutar de un pequeño retiro en la habitación, la nueva habitación. “Me voy a echar 20 minutos” le digo a mi sufrida acompañante. Los 20 minutos se tornan en 150. Está claro que el sol tiene efectos soporíferos, pero en mi caso la cosa toma tintes exasperantes para quien me acompaña. Cuando me quiero dar cuenta, el sol ya se ha puesto. Es hora de echarle algo al buche. Por lo que he visto durante las horas de luz, la playa cuenta con numerosos establecimientos de restauración que en su mayoría presenta como mayor reclamo el marisco. ¿Marisco del Pacífico a alguien que se ha criado en España? Mal asunto. Tampoco es cuestión de pedir carne de caza. Pero el marisco no va a ser el centro del menú. El problema básico del marisco en Tailandia, reside en que no les gusta el sabor a mar que pueda tener el animal. Por lo tanto, limpian el bicho cinco veces hasta que pierde cualquier atisbo de origen marino, una gamba se convierte en..., en..., en un trozo de caucho alargado que parece..., no sé algo muy raro, alargado y de caucho. “Para eso están las salsas”, me dicen los thais para justificar su sacrilegio culinario. Claro, luego resulta que la renombrada cocina thai se limita a cuatro sabores, sin importar si en el plato tenemos pollo, ternera, pescado, cerdo, gambas o fideos. Todo sabe a la salsa que le hayan querido echar.




El show del gasoil

Los restaurantes de la isla se distinguen también por algo “muy guay”, hay que comer por el suelo. Debemos situarnos sobre unas alfombras puestas sobre la arena, estirados o en la posición que queramos, aunque genuflexos resultaría algo extraño. La cuestión es que es no hay sillas y las mesas son bajas, o sea que cada uno es libre de situarse como más le plazca, pero las opciones son pocas. Al cabo de unos minutos se te duerme un brazo, luego el otro, luego una pierna, luego la otra, acaba que no sabes muy bien cómo colocarte y terminas en posición fetal con medio cuerpo debajo de la mesa.



Hace ya un par de noches que acudimos al mismo restaurante, está bien situado, los precios no son abusivos, y el ambiente es agradable. La única pega es que está situado junto al restaurante/bar/discoteca más popular de la isla que cada noche cuenta con espectáculos diversos, entre ellos el de los malabaristas del fuego. Personalmente no les veo ninguna gracia, y el olor a gasoil desnaturalizado que van dejando por donde pasan, los hace algo repelentes, prefiero sin duda el olor a keroseno, tal vez por los años que trabajé en aviación.


En el restorán, sin embargo, el que se está ganando mi odio con creces, es el pretendido humorista que “actúa” cada noche. Ya lo tengo calado, cada noche cuenta los mismos chistes y sin molestarse en cambiarlos de orden, además lo hace con una desgana que invita a darle una colleja mientras se le dice: “Si no te gusta tu trabajo, pues cambias, pero no nos amargues la noche que estamos de vacaciones”. Al provenir de una zona turística, entiendo el sistema que consiste en no cambiar nada porque el que cambia es el público, pero todo tiene unos límites; el que viene hoy es probable que venga mañana y más si es sábado. Realmente consigue su objetivo, de lo malo que es...



Que no falte de na

Me voy a echar un pis, para matar el tiempo, más que nada. En una playa siempre estás ante el dilema: ¿tierra adentro o directamente a la orilla? Supongo que en España no llegaría apenas a plantearse la duda, pero en Tailandia siempre conviene guardar las formas. Me voy hacia lo que parece la cocina del bar. Veo una señora muy atareada que parece desbordada por su trabajo, que es contar billetes... sí, es un negocio con mucho beneficio. De repente, mi mirada se distrae y deja los fajos de billetes a un lado. Ha llegado “La Raja”, un monstruo peludo que asusta hasta a los más valientes. Sí, delante de mí hay un turista tambaleante que parece buscar lo mismo que yo, pero el hombre tiene un pequeño problema del que no es consciente, o sí. Su pantalón de deporte de satén bien brillante, propio de principios de los ochenta, va cayendo un milímetro por cada paso que da, y los pasos que da son muchos y no precisamente al frente. “La Raja” está ahí, amenazante, avanza sin rumbo determinado y acaba perdiéndose en el trastero haciendo caso omiso de los avisos del personal. Mientras me dirijo al excusado (bonita palabra) me pregunto cómo se puede llegar a estar en esas condiciones, cosa a la que me respondo casi de inmediato con sólo hacer memoria de mi propio pasado.


Una vez terminadas las labores propias del lugar, me apresto a volver a mi mesa. De un pasillo que viene y va hacia no sé dónde, hace su aparición nuestra estrella invitada. El olfato o el instinto han hecho que, de momento, haya llegado a buen puerto. Lógicamente, no voy a perderme el espectáculo hasta el final. Hago tiempo hasta que el hombre regresa a su asiento, o más bien desparrama sus posaderas sobre la pobre silla, dándole oxígeno a: ¡”La Raja”! No sé cómo, pero logra alcanzar su mesa sin que se le queden los “shorts” por las rodillas. Me río yo de los chavales modernos que llevan “los pantalones cagaos” para ser modernos, esos son unos aficionados al lado de “La Raja”. Todavía es un misterio la técnica utilizada para mantener unos pantalones de deporte enseñando medio culo, pero sin que llegue a ceder la goma en ningún momento, y deje libre a la bestia.


El hombre se acomoda, algo sofocado por la excursión, y pide el siguiente litro de cerveza.


Cuando regreso a mi mesa, le digo a mi acompañante: “No te vas a creer lo que acabo de ver, era espeluznante, es probable que esta noche tenga pesadillas”.





Samet Night Fever

En la mesa de al lado, un amplio grupo de chinos celebra un cumpleaños. No saben lo dichoso que me hacen. Es la primera vez que oigo el “Cumpleaños Feliz” versión china, no me pregunten si mandarín o cantonés, hasta ahí no llego.


La mesa de los chinos ha sido motivo de discordia con mi sufrida “partenaire”. El ocio excesivo lleva a entablar discusiones y entrar en disquisiciones de lo más absurdo. La cuestión es que los chinos en cuestión han reservado las mesas con antelación. Llevamos más de media hora sentados cuando los hijos de Mao empiezan a hacer acto de presencia, y hay algo que no entiendo: ¿Por qué los camareros han puesto las coca colas y otras bebidas sobre la mesa, si van a estar a temperatura ambiente (tropical) durante más de una hora? “Es normal, en Asia es así. Para eso está el hielo”: me replica con un tono que interpreto como burlón y con ánimo de contradicción gratuita. “¿Que qué? ¿Que en Asia calentáis los refrescos al aire libre para luego enfriarlos con hielo que agua las bebidas? ¡Vamos hombre!” Le digo con cara de mosqueo porque interpreto que me quiere tomar el pelo. “Que sí, que las botellas de litro se ponen sobre las mesas y luego se trae el hielo”, insiste. “!Venga ya! O sea que las bebidas pequeñas van en nevera y las grandes al aire libre. ¡Anda y que te den! Que en España tenemos nuestras cosas pero tontos no somos.” Le digo algo airado mientras me doy la vuelta y, tumbado sobre la arena, miro a los “artistas” del fuego con la esperanza de que algo malo suceda, si no, ¿dónde está la emoción?


Me acabo riendo de la absurda “discusión”, pero todavía a día de hoy, no sé si me hablaba seriamente, más que nada porque en Asia, costumbres más raras he visto.



Amanece un bonito día, pero aquí “bonito día” es sinónimo de sol abrasador. Hoy es día de excursión. En cinco horas nos hemos propuesto recorrer cinco playas, algo aparentemente no muy arduo dados los 15 kilómetros de largo con que cuenta la isla, pero que en vista de estado de la carretera, en singular, no va a resultar un paseo. Algún tramo está peor que si el vietcong y los americanos hubieran montado una “rave” durante tres días consecutivos.


Mi acompañante está a los mandos de la moto. Yo no sé llevar moto. A la edad en que los jóvenes empiezan a llevar moto, yo vivía en Madrid, y los que vivíamos en Madrid no íbamos en moto, íbamos en metro y en autobús.


Para compensar lo infernal de la carretera, las playas son verdaderamente paradisiacas. El sol castiga sin piedad, sin embargo mi crema con factor de protección 90 no permite que mi epidermis padezca las malas consecuencias (ni las buenas) de exponerse al astro rey, claro que cuando vuelvo a casa, nadie se cree que haya pasado cuatro días en una isla del Pacífico.




Hoar de ir retirándose ...

Llegados a Ao Phrao estamos ya arrugados de permanecer tanto en remojo. Nado junto a unas adolescentes francesas. Como me han oído hablar en thai, no sospechan que pueda entender su idioma. ¡Santo Dios! ¡Qué conversación! Haría enrojecer al mismo Nacho Vidal. Antes de que salga el periscopio, me alejo y voy a cotillear con mi pareja para ponerla al día de cómo se las gastan las niñas occidentales. No se impresiona. Por lo visto, la globalización también ha llegado en este aspecto.


Nuestra primera intención era ver la puesta de sol, bueno, es intención de mi pareja, pero el cansancio y la sugerencia de que volviendo pronto al hotel podríamos ir a un masaje de pies, hacen que termine por renunciar a la vista de un paisaje romántico por una práctica más hedonista.



Han pasado casi cuatro días. Es hora de desplegar velas para regresar a la gran urbe.


Estoy algo inquieto porque desde niño le he tenido pánico al mareo. Creo que me mareo de pensar en el mareo. Se trata probablemente un trauma de infancia que habría que buscar en esos buques de Trasmediterránea que iban de Barcelona a Mahón, y que no eran ni ferrys ni nada que se les pareciera, pero eso, ya es otra historia.