Suerte tiene Camboya de no tener como idioma el español, de lo contrario, los compositores de himnos nacionales lo tendrían crudo para que el populacho no destrozara la letra haciendo la rima fácil.
Pequeño país de grandes virtudes, es un “must” (perdón por el anglicismo) para mi y para el que quiera juerga, esparcimiento y diversión a todas horas, tanto en la selva como en la playa, sin dejar de lado su floreciente urbe que está viendo cómo se empiezan a construir fastuosos rascacielos patrocinados por los coreanos, mientras la población todavía está aprendiendo a utilizar las escaleras mecánicas del primer, digamos, gran centro comercial de la capital.
¡Oh sí amigos! Camboya deja atrás su turbulento pasado como refugio de pederastas y gente de mal vivir, para convertirse en un importante centro turístico, aunque para que llegue a los niveles de su vecina Tailandia, todavía le quedan unos lustros. Tanto progreso conlleva indefectiblemente a una pérdida de encantos que residían en su primitivismo, visto desde una perspectiva positiva. Sin embargo, sin ser muy ducho en aventuras en países de tal carácter, todavía se puede encontrar la esencia khmer en muchas esquinas de cualquier pueblo de esta gran nación.
Las ONGs empiezan a ser objeto ya de burla en este país
Lo que me lleva a hacer regulares visitas a Camboya resulta de lo más prosaico. NO. Ya sé en qué piensan vuesas mercedes … bueno … un poquito sí. Pero no, lo cierto es que dicho país es el más cercano a Tailandia. La cuestión reside en que los que vivimos por temporadas en Bangkok debemos salir una vez cada 30 días del país por una cuestión de visados. ¿Birmania? Comunistas y militares, descartado. ¿Laos? No se han enterado de que el muro de Berlín ya cayó, descartado. ¿Malasia? Musulmanes y careros, descartado. ¿Qué queda? Pues el Reino de Camboya. No quiero decir que el resto de países que he mencionado no merezcan una visita, de hecho los he visitado todos, pero cuando uno ha cumplido con el rito de hacerse cuatro fotos y recorrer sudando la gota gorda los lugares más emblemáticos, una nueva incursión se hace innecesaria, sobre todo para mi que vivo más de noche que de día, y en estos países la vida acaba con la puesta de sol o casi.
Y cuando no hay nada que hacer, pues se puede leer un libro
Por 80 euros, Air Asia ofrece un billete de ida y vuelta a Phnom Penh. ¿Qué más se puede pedir? Yo pedí el pasado año al buen Dios que pusiera vuelos por la tarde, y dciho y hecho. Te pegas la juerga padre en Bangkok, duermes la mona, te tomas un Alka-Seltzer, y al aeropuerto rumbo al país vecino. Comes algo, echas una siestecita y a vivir la noche “phnom peniana”.
Como ya es costumbre en mí, en los vuelos continentales, me enfundo mi uniforme para gozar de esas pequeñas ventajas de las que no gozan los pasajeros comunes, algunos de los cuales no deberían ni poder subir a bordo por ir con chancletas y pantalón corto. ¡Por Dios! No pido que la gente vaya de etiqueta a la hora de hacer un viaje, pero un mínimo de decoro no perjudica a nadie.
Este año, Air Asia ha introducido el llamado “boarding express”. Por una pequeña suma (unos 4 euros) los pasajeros “express” son llevados cómodamente al avión en minivan y suben los primeros con lo que pueden escoger los asientos a su gusto. Yo no he querido pagar nada y en principio debo ir con la masa en unos viejos autobuses destartalados y conformarme con los asientos que quedan libres. Pero ya son muchos los aeropuertos recorridos y los años trabajados en dependencias aeroportuarias, y de algo vale la experiencia. Comienza el embarque y los primeros en acudir son los VIPs, yo me sitúo cerca de la puerta a la vista del personal de embarque. Obviamente no estoy pidiendo nada de forma explícita, cosa que resultaría de una extrema vulgaridad y denotaría una gran mala educación por mi parte. Pero sé cómo funciona, o debería funcionar, la gran fraternidad aeronáutica mundial. Pasados los primeros pasajeros, observo cómo el personal de tierra murmulla algo mientras me mira, sólo acierto a entender la palabra “captain”. Me hacen una seña para que pase junto a los VIPs. Cómo es lógico ninguno de los ciento y pico pasajeros restantes protesta. ¡El poder del uniforme! Una vez más saco “rédito” de la ropa que muy gentilmente me cedió una compañía alemana que a su vez también sacó provecho de mi buen hacer. Una vez a bordo, dispongo de dos asientos para mí sólo. Tengo la impresión de que algunas personas tienen cierto reparo a sentarse junto a alguien uniformado … no sé, tal vez sean ideas mías.
La belleza caracteriza a las azafatas de Air Asia
El primer cabreo lo tengo nada más salir por la puerta del aeropuerto. No hay nadie del hotel esperándome. Después de media hora, tomo un taxi, son apenas cuatro euros o dos whiskies, según se mire. Llego al establecimiento hotelero, el Flamingo de mi amigo el señor Kim, y pido explicaciones, algo que ya sé resulta inútil en esta parte del continente asiático. Se miran unos a otros hasta que digo: “Bueno Ok, venga, dame la llave de la habitación”. Subo, dejo mi equipaje, bajo a picar algo a la “cafetería”. Pido un sándwich de jamón y queso. Rebosa grasa por todo su perímetro, pero el hambre puede más que las ganas de conservar una salud medianamente aceptable. Sin terminarlo decido subir a la habitación a echar una cabezadita. Pongo la tele y me encuentro con que no está TVE sintonizada, segundo o tercer cabreo, ya ni me acuerdo. No importa, pondré la francesa que también va muy bien para dormir.
Mis “ansias copulatorias” me impiden conciliar el sueño de forma regular. Me despierto a cada momento pensando en quién o más bien cómo será mi víctima propiciatoria de mis fracasos anteriores. Algo que tengo claro, es que para no tener otro “fracaso”, llámese gatillazo, no debo ingerir más de una copa de whisky antes del intercambio de fluidos. Molestan los gatillazos, pero cuando son “previo pago”, molestan el doble aunque avergüenzan la mitad. Total, en un lupanar, uno no queda bien por lo mucho y/o bien que copula, sino por la celeridad con la que efectúa el pago, y cuanto mayor, mejor.
Sigo en mi intento de conciliar el sueño mientras de fondo oigo las aventuras y desventuras de Sarkozy, mi mente se desplaza repetidamente hasta la entrada del Cyrcée, una cueva de meretrices muy conocida en la capital, y de la que ya he hablado en alguna ocasión. En estado de duermevela veo la puerta de cristal y las enormes cortinas que separan una calle, mal asfaltada llena de baches, de lo más parecido al paraíso que les prometen a los musulmanes si mueren inmolados, a diferencia de que las jovencillas del “paraíso” distan mucho de ser vírgenes e impolutas.
¡Basta ya de soñar! Que nunca un sueño ha sido tan fácil de realizarse. Me pongo algo de la escasa ropa que he traído, reviso mi equipo básico de ave rapaz nocturna, véase: dólares en distintos bolsillos, cámara de fotos, móvil, alprazolam, tabaco, mechero, condón y una tarjeta de débito por si me da un calentón y tengo que acudir a algún cajero.
En la puerta del hotel hacen guardia los chavales de las motos, siempre dispuestos a ofrecerte, al margen del transporte, cualquier cosa que haga más placentera tu estancia en su país. Se arremolinan a mi alrededor como abejas en un panal. Escojo a uno al azar. Lo cierto es que el Cyrcée está a dos pasos, pero mi pereza es más grande que la misericordia de Dios. Además por 40 céntimos no voy a cansarme inútilmente, si me canso, que sea por una buena causa como el buen yacer. En apenas dos minutos ya me encuentro frente a la puerta del antro. Los porteros, llamémosles así, me dan la bienvenida y me dan paso.
Este año observo cierto recato, tanto en la indumentaria como en el comportamiento de las “ladies”. Me reciben bien, como es costumbre, haciéndome una radiografía de arriba abajo. Supongo que hay un acuerdo tácito entre la docena de demoiselles por el que se turnan a la hora de atender a los caballeros que acuden en busca de relajo. Es habitual que acudan en pareja e incluso en trío. En este caso se me acercan dos mozuelas, que antes de hacer las preguntas de rigor, que por otra parte son las únicas que saben en inglés (¿De dónde eres?, ¿Cómo te llamas?, ¿Cuánto tiempo te quedas?, y un par más), me echan mano al paquete y se refriegan contra mi cuerpo como gatas en celo. ¡Quietas! Les digo. Tanta afabilidad me agobia y acaba desconcertándome. Necesito mi espacio. El lugar es ya de dimensiones escasas, es una cochera reconvertida en puticlub, con esto lo digo todo. Yo necesito mi espacio para estar a gusto. Claro que tantas explicaciones no se las doy, me limito a gesticular. Con este idioma internacional que nos ha dado el Señor comprenden que tanto atosigamiento acabará por producir en mí un rechazo. Venga, una a cada lado y las manos se pueden pasear entre la cintura y la rodilla, el resto del cuerpo debe quedar incólume ante la pasión desenfrenada (y falsa) que exteriorizan las muchachitas.
Dado que la conversación dura en torno al minuto y medio, aprovecho la pausa para saludar al dueño/encargado que tuve la ocasión de conocer la primera vez que acudí al local. Es un buen tipo, pero tiene pinta de ex-presidiario, es de los que más vale tener como amigos.
Las mozuelas del Cyrcée,bueno, las que salen en su web
Sigo conversando con las chiquillas. Es obvio que nuestra conversación no versa sobre la última cotización del Dow Jones. La más experta intenta “venderme” a la recién llegada ( que no significa la más joven), eso es compañerismo y lo demás son mariconadas.
Tengo claro que he venido a poner el churro en aceite (¿existe esta expresión?), por lo cual no demoro demasiado mi toma de decisión. Por educación, que la tienen, me preguntan con quién me quedo insinuando a la vez si me quedo con las dos. Consiente de mis posibilidades, designo a sólo una, la más novata, como candidata a ser penetrada por mi decadente órgano sexual.
Dicho y hecho. Allí no se andan con tonterías. Subimos al primer piso, donde está la habitación VIP (por llamarla de alguna manera), está ocupada. No pasa nada, pienso yo. Seguimos subiendo por unas angostas escaleras hechas, a mi entender para asiáticos, si no, no se entiende que debas agachar la cabeza a cada momento para no fracturarte el hueso frontal o parietal.
Llegados al segundo piso, me indica la mozuela de cuyo nombre no puedo, ni quiero, ni necesito acordarme, que puedo pasar a un habitáculo, casi un zulo, en el que sólo veo una cama y una mesita de noche. Bien, de acuerdo. ¿Y dónde nos limpiamos las gónadas y sus alrededores? La joven me proporciona una minúscula toalla, propia de sauna gay, y me indica que suba al piso superior. ¡De perdidos al río! Ya todo me da igual. A saber que me voy a encontrar allí. Así, en paños menores, al cabo de la escalera me encuentro a dos chavalillas comiendo sopa y enfrascadas en una disquisición sobre sabe Dios qué. Paso por allí, me saludan como uno más, y siguen con su conversación que presumo no iba sobre el futuro económico el país sino más bien sobre el suyo.
¡Chof, chof, chof¡ Ya estoy limpio. Poder, hace menos de una hora que he salido del hotel, y poca cosa tengo que limpiarme. ¡Pim, pam! Para abajo que ya es hora de meter. ¡Vaya! Ahora le toca a ella hacerse una limpieza de bajos, mejor. No sé por qué “carreteras” ha circulado previamente. Cuanto más limpio mejor.
“Gratia Deo” veo que el momento del ayuntamiento está próximo. Finalmente nos encontramos juntos sobre esa cama de repelente raso. Los dos con una toalla cubriendo nuestras partes pudendas, hasta que de “motu propio” me despojo de mi escasa vestidura para ofrecerle en todo su esplendor el máximo exponente de mi virilidad.
No existe ninguna ley escrita, sin embargo es universal el hecho de que el falo, en primera instancia, debe ser sorbido, en cierta medida, hasta la consecución de un estado de excitación próximo al orgasmo sin llegar a éste. ¡Quieta, quieta, quieta! Le digo sin reparo. Ya sé que para ellas lo ideal es que el hombre eyacule sin llegar a la penetración, pero yo soy ESPAÑOL joder. Y tengo que meterla, aunque sea un par de segundos, si no, a ver como explico que he ido de putas y no he follado. ¡Ponte mirando pa’l techo! Le digo. Ahí va la primera embestida. ¡Pim, pam, pim pam! Vaya, parece que mi precioso líquido tiene cierta premura por salir. Cambio de posición. ¡Ahora te vas a poner mirando a Battambang! (Como puede suponer el lector, Cuenca es desconocida por las camboyanas, por lo que ha sido sustituida por una ciudad equivalente).
¡Aaaaahhhhh! ¿¡Pero esto qué es!? Recuerdo a Matías Prats Jr. en un directo recogido por multitud de “zappings” diciendo la misma frase. El locutor no era capaz de asimilar lo que le estaba sucediendo. Lo mismo me pasaba a mí. ¿Qué era eso? ¡El pelo le iba del obligo hasta la rabadilla sin pausa alguna! ¡Santo Dios! Mi líbido pasa de 100 a 0 en menos que el coche de Alonso. Contengo mis emociones, no vaya a ser que la pobre chica se traumatice, y opto por una actuación rápida, como los GEOS. Le cierro las piernas, para perder de vista el horripilante espectáculo, y la sitúo de lado. Mis pretensiones de una penetración anal se diluyen como un azucarillo en un vaso de agua. La empitono en la posición que la he dejado, es decir, por atrás pero sin tener que contemplar el velloso ojete. Podría denominarlo un falso anal. ¡Pim, pam, pum, fuera1 O eyaculo ahora o no lo conseguiré en toda la noche. Gozo, no voy a negarlo. Pero esa escabrosa visión me persigue todavía hoy en día.
¿Subes a lavarte? Me pregunta. “No ya me apaño con la toalla” le digo. Aprovecho el momento en que ella va a asearse para encender un pitillo y analizar la situación que acabo de vivir. ¡Santo Dios! Nunca había visto en una mujer tanto pelo junto. Me recordaba mi infancia en la escuela cuando aprendíamos los ríos: “Nace en tal y desemboca en cual”. Pues aquí era lo mismo: “nace en el ombligo y desemboca en la rabadilla” ¡Qué espanto! Pero la chica no tiene la culpa, aunque podría cuidarse un poco más.
Le doy la última calada a mi Marlboro camboyano (70 céntimos de euro la cajetilla), me visto y nos vamos para abajo. Pido la cuenta. 17 dólares, copa, chica y cama incluidos. Me parece caro y pido explicaciones, más que nada por charlar un rato. Resulta que la tarifa de la habitación ha subido un dólar. ¡Ah, ok, no problem! Les digo Lo cierto es que para estar dentro de la legalidad, en la cuenta sólo aparecen la copa y la habitación, el cambio se lo doy a la chica, pero éste no llega (por céntimos) a los 15 dólares (su tarifa), y de ahí la reclamación y todo el barullo, un barullo que se arregla con un dólar y muchas sonrisas. Una vez sacado de mi ser mi líquido más precioso, es hora de tomar otros rumbos. “Garçon, al Martini” le digo al mototaxi que espera en la puerta. Seguro que allí me esperan nuevas experiencias que son ¿calificadas para menores o protagonizadas por menores? ¡A saber! Yo no voy a ir al registro civil camboyano para saber si estoy incurriendo en una ilegalidad, me basta el sentido común, y confío en que no me engañe. Además, la dirección del Martini’s asegura que no hay menores en su local. Me fío, aunque en ciertos momentos llego a dudarlo, más que nada porque me da la impresión, por momentos, de estar en el patio de recreo de una escuela de secundaria.
Me tomo un par de copas, sin embargo me siento algo decaído, no triste, sino cansado. Ya he descargado mi simiente en un triste receptáculo de látex, por lo que mi líbido esta bajo mínimos. Estoy en el Martini’s, más que nada para hacer una primera inspección ocular en previsión de venideras incursiones con fines muchos más lúbricos.
Echo un vistazo, tomo un par de copas y opto por regresar al hotel, más que nada porque mañana quiero hacer algo “útil” como ir de compras. Llego al hotel y veo que no hay nadie para darme la llave de la habitación. Hay alguien, sí. Pero está sobado en el sofá de la entrada. Hay una llave, sí. Pero está colgada en un panel tras el mostrador de la recepción, y me da cierta aprensión meterme donde no me corresponde. Siempre hay gente fuera del establecimiento, con señas y algunas palabras en inglés, les hago entender la situación. Serviciales como son, se apresuran a despertar al encargado de supuestamente atender a los turistas rezagados. Debo admitir que yo no soy un turista rezagado, SOY EL ÚLTIMO. En el momento en que me entrega mi llave, entre mil perdones, echo fugazmente un vistazo al panel de llaves correspondientes a las habitaciones, y me percato de que no queda ninguna. Sí, lo sé, lo asumo, soy el más perro del hotel, pero parafraseando a Jeannette puede proclamar a los cuatro puntos cardinales que: “Yo soy putero porque el mundo me ha hecho así, porque Johnnie Walker así lo dictó y mi mente nunca lo negó”.
Con las chicas del Howie's, la pasada navidad
He empezado mal el día, tampoco es muy extraño tras la noche anterior. Sin embargo es algo extraño. No, no me ha pasado nada insólito, extraordinario, singular o excepcional, de momento. Pero algo flota en el ambiente (“energías negativas” dirían los crédulos) que hace que no me sienta a gusto en este contaminado cuerpo que la naturaleza me ha dado y yo me estoy encargando de destruir. Sólo una cosa puede poner remedio a esta desazón: ir de compras. No es, desde luego, el hecho de comprar o gastar sumas astronómicas inabarcables en ciertas ocasiones, sino el pasear en de tienda en tienda fantaseando con lo que podría hacer si tuviera X.
Chicas camboyanas "normales", alejadas del alboroto nocturno
Hoy voy a ir al Russian Market (no se si algún día hubo vendiendo, si lo que se vendían eran rusos, o se vendían productos originarios de dicho país). Además del mercado propiamente dicho, me interesan las diversas farmacias ubicadas en los derredores, porque ya saben mis lectores que el asombroso mundo de la farmacopea es una de mis debilidades, con fines investigativos, claro (como reza en las páginas dedicadas a reventar sistemas de encriptación de señal televisiva). Estoy interesado en saber qué me pueden vender, para mis investigaciones, repito. Para ser escueto, sólo diré que hubiera sido más fácil preguntar qué no me podían vender.
Estampas de la vida rural khmer
El mercado ruso, donde al final del nefasto período de la dictadura maomarxistaleninestalinista y de Pol Pot, se vendían los restos de la guerra, y no precisamente gorras y chapas. Desde AK-47 a “bazookas” o a sabe Dios qué, todo con sus respectivos complementos. Lo cierto es que hoy en día se siguen vendiendo, pero para qué ir armado si todos vamos armados, la gracia es ser el único del pueblo, digo yo.
Toda la parafernalia militar a dado paso a la colección de la serie completa de “Los Soprano” en versión mandarina por 12 euros el pack completo, sí sí, un pack como Dios manda, de cartón duro y plástico, de hecho, creo que no son copias sino originales que se han despistado por la ruta de la seda. Obviamente lo he ingenuamente preguntado como si me pudiera fiar de la respuesta. ¡Si busca una serie, vaya al mercado ruso de Phnom Penh, y si le gustó “Alvin and the chumpkins”, pues también! La práctica totalidad de series tiene la opción de cambio de idioma a español, lo que no indica es en qué parte del extenso mundo de habla hispana se ha hecho el doblaje; les aseguro que hay situaciones dramáticas que se tornan en cómicas por una simple cuestión fonética.
Las chicas del mercado
He venido sin apenas ropa, total en cuanto puedo me la quito, por lo que me voy al puestecillo que oferta buenas copias de Docker’s, Ralph Lauren, Camel, etc. Les aseguro que en más d una ocasión he pregutado: “¿No tiene lo mismo, pero sin marca?” Pues no, estamos condenados a ser hombres anuncio con Alonso, Pedrosa o Nadal, sólo que a nosotros nos cuesta una pasta gansa, bueno …. en este caso no puedo exagerar 24 euros por dos camisas y dos pantalones no es demasiado. Sin embargo aquí siempre hay pensar que es caro, no hay que hacer como algunos listos que están pagando a las putas sumas astronómicas y nos dejan a los demás a la altura del betún. “¿No estaba bien cuando les pagabas 10 dólares y se iban más contentas que unas Pascuas? ¿Pues para qué le das 30, tontolaba?” pienso yo cuando veo a uno de estos “benefactores” que desestabilizan mercados; aquí no hay euribor y las meretrices no pagan hipotecas. Y si u día las pagan tendrán que volver a venderse por 10 dólares gracias a aquél que le dio medios para entramparse en la compra de un piso. ¡Santo Dios, cómo hace desvariar el pasar cuatro días en este bendito país!
Paseando por la ciudad te puedes encontrar "bellas flores"
Llega la noche, mi entorno natural. Como cada anochecer, me pongo algo de ropa, bajo hasta la puerta del hotel y allí se agolpan todos los que están dispuestos a acompañarme en mi aventura noctívaga. Así como el día en Phnom Penh ofrece escasas opciones, la noche es el reverso de la moneda. Desde hace pocos años, florecen bares a diestro siniestro, aunque los veteranos, como Sharky’s o Martini’s se llevan la parte del león. Los nuevos bares ofrecen compañía femenina a tutiplén , sin embargo la calidad deja mucho que desear, no en cuanto al físico de las féminas, que puede resultar espectacular, sino a la nula interacción verbal que pueda existir (salvo raras excepciones). Además, por aquí, solemos decir (¡es que somos malos!) que cuanto más inglés saben, más putas son. No nos basamos en meras especulaciones, pero he de reconocer que es un comentario malévolo.
La cuestión está en que el que va a Phnom Penh por poco tiempo, debe visitar los dos bares antes mencionados, si no es como ir a Madrid y no visitar el Prado (sí, ya sé que muchos no lo hacen, pero estamos hablando de necesidades básicas y no de pinturas que estarán allí “at vitam eternam”).
Esta noche toca el Martini’s. No es el mismo de antes, pero sigue siendo un clásico de visita obligada, y seguro que alguna sorpresa me depara.