26.1.11

Dos días en Poipet

Después de tomarle declaración a un japo en comisaría, y pasearme por Silom con todas las pollas del mundo dándome en la cara (por las carátulas de los DVDs que me ofrecen en la calle), me apresto a emprender mi periplo hasta la, en ocasiones, convulsa frontera con Camboya, más en concreto al puesto fronterizo de Aranyaprhathet, también conocido por su vertiente camboyana: Poipet.
Esta ciudad fue tristemente famosa en los años en los que el comunismo radical del dictador Pol Pot, en Camboya, arrasó con la mitad de la población de su país. En esas fechas, el fluir de masas de camboyanos que huían del genocidio era interminable.

Como dice la Wikitravel: Poipet is a typical border town where shocking development disparities exist between two nations, not unlike Tijuana or Ciudad del Este.Parece un lugar interesante. Lo sabré en pocas horas. Por lo que he visto por internet, las actividades socio-culturales y/o lúdicas se reducen a la mínima expresión. Será cuestión de ir provisto del material necesario para pasar un par de días sin ser presa del aburrimiento. Es una estancia obligatoria de difícil y costosa alternativa.

puerta poipet


No me puedo dormir. Para estar dando vueltas en la cama, más vale estar por la calle, porque en Bangkok, sea la hora que sea, siempre hay algo que ver en la RÚE, ya sean borrachos dando tumbos, o meretrices en busca de la última oportunidad.
El transporte previsto llega a su hora. Salimos mucho antes del amanecer para no toparnos con el agobiante tráfico de Bangkok. Pongo en mi móvil “La parroquia del Monaguillo” en Ondacero vía GPRS para hacer más ameno el viaje. Pasadas un par de horas, los primeros rayos solares impactan como dardos en mis ojos, el día y yo no somos compatibles. No tardamos en llegar a la frontera. Pasamos con relatividad rapidez todos los trámites burocráticos. Mientras espero en la fila de inmigración, me llama la atención un joven vestido de monje, y que probablemente lo sea. Anda algo despistado de un lado para otro. A lo tonto a lo tonto, como el que no quiere la cosa, se va acercando a los mostradores de control de pasaportes y rebasa uno de ellos. La oficial de turno se levanta y le llama la atención, echándolo para atrás. Una cosa es que en este país se respete y venere a los monjes, y otra distinta que se crean que el resto de la humanidad es tonto; con el orgullo que tienen los empleados de inmigración, menuda ocurrencia la del monje. La cuestión es que me giro para ver si el religioso est’a en otra fila esperando su turno, pero no, se ha volatilizado, como dicen que algunos monjes budistas logran levitar gracias a la meditación... no sé, es posible que el tipo optara por una vía alternativa.
Con el sello en el pasaporte, pasamos a tierra de nadie, un concepto difícil de entender para los que habitualmente viajamos en avión. Ahora no estoy ni en un país ni en otro. ¿Si le robara la cartera a alguien, quién me arrestará?

inmugracion


La primera impresión que se percibe de un lugar resulta determinante a la hora de establecer un criterio definitorio. ¡PESTE! PERO CON MAYÚSCULAS. No huele un poquito mal, no. El olor a pescado podrido es tan insoportable como inexplicable dada la usencia de peces en las inmediaciones, claro que hay muchas mujeres de higiene dudosa... bueno, no seamos misóginos. Los efluvios nauseabundos rozan lo insoportable, y obviamente, es aconsejable no haber desayunado antes de cruzar el confín. Intento contener la respiración hasta que mi rostro adquiere un tono azulado. Pasados unos cuantos metros, y superada la prueba olfativa, nos recoge un taxi que nos transporta hasta el hotel.

retrato rey


Tal y como me avisaron, en su momento, los que me gestionan el papeleo, este establecimiento es el típico hotel casino de ciudad fronteriza, es decir, pocas diversiones o ninguna que no estén relacionadas con el juego, mal asunto para alguien como yo que no sabe ni jugar al tute. Nada de piscinas, buenos bares, discotecas o cines. La conexión a internet cuesta 100 bahts la hora y avisan de que la velocidad es de 153 kbps, no sé si se trata de un error o una broma de mal gusto, y me da igual porque me conecto con más velocidad con mi teléfono, que por cierto carece de la cobertura adecuada en mi habitación. Afortunadamente he sido previsor y me he traído mi mini-equipo multimedia: 500 GB de series y películas, una bocanada de aire fresco en la tierra del muermo.
Apenas llegado al hotel, me invitan a pasar al comedor para el desayuno. Bien, no tengo mucho apetito, pero antes de echar el segundo sueñecillo, no está mal tener algo en el estómago. Supongo que la calidad de los alimentos estará a la altura de las apariencias del establecimiento. Mi gozo en un pozo. Las frutas tropicales son una sandía y una piña troceadas. No hay té, bueno, hay pero es chino y tiene una pinta rara y sabe a rayos, el bacon parece la cubierta de caucho de una rueda de tractor, los huevos fritos son perfectamente redondos y están perfectamente fríos, supongo que por los chorros de aire acondicionado. No hay rastro de leche por ningún lado, sólo hay una cosa parecida, se trata de leche caliente de soja, les cedo el placer a los demás. ¿Qué pasa, que a los jugadores compulsivos se les deteriora el sentido del gusto? ¿Hablamos del zumo de naranja? Creo que no hace falta. Con media sandía y un par de “pancakes” con miel en el cuerpo me voy a mi habitación a echar una cabezadita. La cabezadita dura 5 horas. De todas formas no sé muy bien qué hacer en el país de “Rien ne vas plus”. Aunque vaya provisto de mi batería habitual de comprimidos inductores del sueño, opto por no forzar la máquina, y me levanto pendiente de horas de sueño para retomarlo entrada la noche.

familia real kamen


Salgo a dar una vuelta para ver qué me ofrece el lugar. No tardo en darme cuenta de que mis presagios más pesimistas se cumplen. No hay nada que hacer, sólo pasear y observar el ir y venir de la gente, la gente más pobre que he visto en tiempo. Opto por entrar en el Gran Diamond Casino a echar un vistazo y tomar algo. El guardia de turno me obliga a pasar por uno de esos arcos de seguridad con cierta insistencia. ¿Para qué? En el fondo es como en los arcos de seguridad del metro de Bangkok, por mucho que piten, siempre te dejan pasar. Son ganas de molestar al personal. Me siento en una suerte de cafetería y pido un té, un té normal de los de toda la vida. No hay, al igual que pasa en mi hotel. ¿Hay algún complot en contra del té británico?
Ojeo la prensa thai y me encuentro con lo de siempre. Me hacen especialmente gracia las noticias relativas a monjes, en particular cuando aparecen en la sección de sucesos. En menos de una semana han detenido a un monje por ir de putas y a otro por camello, y no al por menor, tenía 15.000 pastillas de Yaa Baa (metanfetaminas) y una cantidad considerable de dinero en metálico, claro, era el abad del monasterio y las cosas las hacía a lo grande. Me viene también a la memoria el caso de unos monjes que por las noches se ponían pelucas y se ponían al volante de los Mercedes y BMW del monasterio para ir a emborracharse a los karaokes en compañía de bellas damiselas. Siempre que leo este tipo de noticias, me acuerdo de los que ponen al budismo como ejemplo de filosofía y se tiran el rollo tipo Richard Gere y van de místicos por la vida. El budismo cuenta con las mismas miserias que el catolicismo o cualquier otra religión. ¡Válgame Dios!

gran diamonf


De vuelta al hotel, decido ir a ver en qué se deja el dinero la gente. Lo que más me llama la atención es que nadie tiene cara de estar pasándolo bomba. Los que van de profesionales, con sus libretitas llenas de datos, fracasan del mismo modo que los advenedizos. Hay un juego que me sorprende por desconocido, lo llamo el juego de los Lacasitos. El funcionamiento es sencillo, hay una fuente llena de... Lacasitos blancos. La croupier pone un vaso encima del montón y a continuación cuenta los que han quedado dentro. Lo único que no entiendo es la apuesta a realizar, ya que sobre la mesa de apuestas hay una cuadrícula donde se efectúan las apuestas con números que van del 1 al 4. ¿Qué hay que adivinar? Sabe Dios. En las mesas de Black Jack están las chicas en posición Zen con las manos hacia arriba sobre la mesa, así una detrás de otra, sólo me falta oír el OOOMMM. Supongo que debe de tratarse de alguna medida de seguridad porque si no no se explica posición tan absurda. El aspecto que tienen es el de muñeco de cera o en mi retorcida mente, de muñeca hinchable.
El juego que más absorto me tiene es el más infantil de todos. Las carreras de caballos en una vieja máquina de SEGA. Ahí están todos los thais echando monedas y viendo como los caballitos de Famobil dan vueltas a un hipódromo de juguete. Es triste y divertido a la vez. Los hay que gritan y jalean a sus caballos, como si la máquina funcionase a base de gritos. Alguna vez me he visto hablando con mi ordenador, pero nunca he llegado al punto de animarle para que cargara el sistema operativo más rápidamente.
Tras pasar un día en tierra de nadie, decido dar el salto y pasar a territorio camboyano. En el "checkpoint", me asaltan varios motoristas que se ofrecen para darme una vuelta por Poipet. Afortunadamente, el salvoconducto que llevo me evita hacer la cola de inmigración. Al otro lado está ya el motorista que quiere ofrecerme sus servicios. La negociación es dura, pero llegamos al acuerdo de 100 bahts (2,5 euros) por el transporte por toda la villa. Lo cierto es que no sé ni a donde quiero ir. Me habían hablado los motoristas de un supermercado, pues allá vamos. Las distancias son cortas, en cuestión de minutos llegamos a destino. “¿Y el supermercado?” le pregunto. “Es esto” me replica sin ruborizarse. El tan cacareado "supermarket" se convierte en un mercado súper (en tamaño) con productos rechazados en los suburbios de Johannesburgo. Los productores de "Cuéntame" podrían encontrar todo el attrezzo necesario para la serie. La única forma de ver un televisor de pantalla plana, es ir allí con una apisonadora. Por mucho que busco, no encuentro nada que comprar. En las cercanías, detecto una farmacia. Más por vicio que por otra cosa, me informo sobre los precios de algunos productos, pero dado que últimamente hago una vida relativamente sana, no me llevo nada, creo que es la primera vez en mi vida que no salgo aprovisionado de toda suerte de sustancias de una apoteca.



Ahora entiendo que los thais se sientan los reyes del mambo, teniendo en cuenta los vecinos que tienen, es como si uno aparca una caravana al lado de una chabola.

En vista de que mis despensas van a ser más bien escasas o nulas, mi breve visita va a tomar un carácter algo cultural. "Llévame a un templo" le digo al chaval. Por lo menos podré contemplar algo de la arquitectura autóctona. Entreveo por los tejados de las edificaciones circundantes unos reflejos dorados que se distinguen del marrón reinante. Llegados al lugar, soy el blanco (nunca mejor dicho) de todas las miradas. Sin avergonzarme un ápice, me meto por todos los lugares que veo. Algún monje de edad avanzada me mira con cara de "¿Y éste qué coño hace aquí?". Sobran las palabras, la verdad es que me da la impresión de haber interrumpido alguna ceremonia.

ceremonia


Me voy hasta otro edificio donde se ofician dos rituales paralelos, uno parece una boda sin invitados, y el otro un exorcismo. Uno de los ayudantes del templo me invita a pasar, los monjes me ignoran por completo. Me limito a pasear sigilosamente mientras tomo instantáneas del momento. Me parece que el día que hicieron el templo, el interiorista se tomó vacaciones. No hay nada. Algunos frescos en las paredes y techos, y poco más, además alguna de estas obras de arte se ve arruinada por la instalación de un ventilador en todo el medio. ¿Alguien se imagina el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina con un ventilador donde se unen las manos de Dios y Adán?

fresco ventilador


Por los alrededores del templo circulan varios infantes. Curiosos ante la presencia del extranjero, no dudan en acercarse. Lo que más les llama la atención es mi reloj-teléfono con pantalla táctil. Uno de ellos descubre la maravilla y llama a los demás que no se demoran en acercarse para tocar este ingenio de la tecnología china. Junto al recinto sagrado se encuentra una escuela de primaria. Debe de ser la hora del recreo porque gran parte de ellos está por ahí brincando por el campo de tierra desolada que tienen como lugar de esparcimiento. Ya tengo una nueva ocasión para acercarme a esos lugares que los turistas no pisan, no por falta de ganas sino por desconocimiento. ¡Qué alegría ver cómo estas criaturas de Dios se divierten con la presencia de un ser extraño! La inocencia en su estado más puro, o no. Pasados escasos minutos empieza a pedirme dinero en inglés y tailandés. ¿Pero qué les enseñan a estos bichos en la escuela? Desde luego, me da la impresión de que de allí van a salir auténticos licenciados en "mendigología", y las niñas... Sigo mi camino como si la cosa no fuera conmigo, hago fotos a diestro y siniestro. De repente la marabunta se abalanza sobre mí. Mantengo el dedo sobre el disparador de la cámara mientras voy diciendo: "¡Quita bicho, quita bicho!", todo ello sin perder la sonrisa, y asegurándome de no perder la cartera ni el móvil. No tienen aspecto desnutrido ni de pordioseros, se ve que lo de mendigar lo traen aprendido de casa. Las que controlan a las fieras son la maestra, a la que llamo "La tía La Vara", y su ayudante junior.

vara 1


La primera se apresta a esconder su herramienta contundente en cuanto percibe que estoy tomando fotografías, por lo visto no quiere aparecer en el "National Geographic" arreando a los demonios como si de cabras se tratara. La tía la Vara junior no se amedrenta por mi presencia y maneja el instrumento con soltura y efectividad.
Doy concluida mi visita al territorio camboyano. Regreso a tierra de nadie.

vara 2


El día anterior he visto un Spa donde dan masajes tradicionales, uno de mis vicios confesables. Vuelvo a echar mano del salvoconducto para saltarme las formalidades aduaneras, y le indico al motorista que me lleve hasta el Jiwa Spa.
Una bella damisela me recibe y me muestra la carta con los servicios que se ofrecen, hasta ahí todo normal. Por experiencia, sé que como en Tailandia no dan los masajes en ninguna parte, a pesar de ello y del precio (500 bahts, unos 12 euros), me arriesgo a ponerme en manos de una desconocida durante un par de horas. Me hacen subir al primer piso. Allí, en un espacioso salón bien decorado, me reciben dos señoritas muy amables que vuelven a preguntarme qué deseo. Me acompañan a un cuarto para masajes individuales, cosa que me pone ya la mosca detrás de la oreja, pero llegados a ese punto, no me voy a echar para atrás. Se me indica donde está la ducha, y se me hace entrega de la indumentaria a utilizar. Espero cinco minutos y aparece la masajista. En apenas tres minutos, me percato que el título de terapeuta se lo ha sacado con CCC. Me sabe mal decirle que me deje en paz y que vuelva al campo de arroz. Me dejo "amasar" durante algo más que una hora, hasta que llega el momento que estaba esperando pero que no quería que llegara. Mis peores presagios se cumplen de nuevo. "¿Algo especial?" me suelta con una sonrisa de oreja a oreja. Sonrío a mi vez mientras disiento con la cabeza. Insiste, por si no me ha quedado claro: "¿Una pajita?". Sin perder la sonrisa, le contesto con un rotundo "NO". Opta ahora por la mímica más que explícita. "Noooo" le repito con más contundencia y subiendo algo el tono. Pero no se deja amedrentar. "Ah, tú lo quieres es follar" me da a entender entre palabras y gestos. Algo exasperado, asiento resignadamente, mientras pienso hacia mis adentros: "follar sí, pero no contigo, desde luego, a ver si ahora me voy a dedicar a la gerontofilia". Además, las guarradas ya me las organizo yo en Bangkok sin la ayuda de nadie, y por otro lado, las pajas me las sé hacer yo mismo desde hace más de 30 años. Y si quiero follar será con alguien que no me supere en edad, que a pesar de lo tenue que está la luz, se le ven las arrugas, y eso en Asia denota una edad algo avanzada. ¡Hostia! Que no pueda ir uno a los sitios con tranquilidad. Maldita sea, ya me pasó lo mismo en Bangkok, pero esa vez caí y me supo bastante mal porque no lo había disfrutado. A pesar de no haber cumplido con la misión que se había propuesto, no se corta a la hora de pedirme propina. "Sí, sí, luego te la doy". Una vez en recepción, le entrego 100 bahts, como a todas las masajistas, y sin embargo se queda con una cara algo compungida. Será posible, panda de desagradecidos. Si vuelvo por esos lares, ya sé a dónde no voy a ir.

yo moto


Para resarcirme moralmente de la afrenta sufrida, me voy a comprar chocolate, la solución de toda la vida, pero chocolate del que trajo Colón de América, no del que trae mi vecino de Marruecos.
Siempre me he preguntado por qué los "Duty Free" son más caros que cualquier tienda normal. Se supone que al estar exentas de impuestos, sus productos deberían ser mucho más baratos, pues no. Aprovisionado de Cardburry’s con "Hokey Pokey", otra tableta rellena de gelatina de cereza con trozos de galleta de chocolate y unos Fazer finlandeses rellenos de vodka, vuelvo al hotel para darme el festín.
Estos hoteles con casino incorporado tienen la peculiaridad de que te sientes vigilado constantemente. Te gires hacia donde te gires, siempre hay alguien observándote. No en vano, recuerdo un dicho que oí en Las Vegas que decía: “El lugar más seguro en el que te puede dar un ataque al corazón es un casino.” Estés donde estés, en dos segundos ya estás atendido, porque siempre hay alguien escrutando el más mínimo de tus movimientos. Por otro lado, es mal sitio para los paranoicos con manía persecutoria.

Ha sido una noche algo pesada. No sé a qué distancia del hotel, hay instalado un sistema de megafonía atronador. Al anochecer pensé que se trataba de los típicos cantos budistas que tanto se dan en la zona. Al amanecer, la cosa tomó tintes musulmanes. Daba la impresión de estar en pleno Ramadán. Entrada la mañana, sonaba como si tuviera en mi cuarto al vendedor de fruta de mi barrio con su altavoz “made in China” a toda potencia y en mono, pero mono porque suena como un mono enjaulado. En un principio, el soniquete de fondo adquiere tintes románticos, puede llegar a darte la impresión de estar de corresponsal de guerra en Oriente Medio, pero cuando llevas varias horas con la misma cantinela, te acuerdas de Mahoma y de todos sus correligionarios. No pido que se hagan leyes sobre horarios y decibelios, más que nada porque los de Alqaeda disentirían un poco, y cuando ‘estos disienten, más vale ponerse a cubierto. Y por supuesto, el Dolby Surround 5.1, son historias de las que no han oído hablar, me temo que los de Bang&Olufsen no tienen un futuro prometedor por estas tierras.
Faltan pocas horas para volver a Bangkok. No veo el momento de volver a mis quehaceres habituales, sin duda más lúdicos.

25.1.11

Dos días en Poipet

Después de tomarle declaración a un japo en comisaría, y pasearme por Silom con todas las pollas del mundo dándome en la cara (por las carátulas de los DVDs que me ofrecen en la calle), me apresto a emprender mi periplo hasta la, en ocasiones, convulsa frontera con Camboya, más en concreto al puesto fronterizo de Aranyaprhathet, también conocido por su vertiente camboyana: Poipet.
Esta ciudad fue tristemente famosa en los años en los que el comunismo radical del dictador Pol Pot, en Camboya, arrasó con la mitad de la población de su país. En esas fechas, el fluir de masas de camboyanos que huían del genocidio era interminable.

Como dice la Wikitravel: Poipet is a typical border town where shocking development disparities exist between two nations, not unlike Tijuana or Ciudad del Este.Parece un lugar interesante. Lo sabré en pocas horas. Por lo que he visto por internet, las actividades socio-culturales y/o lúdicas se reducen a la mínima expresión. Será cuestión de ir provisto del material necesario para pasar un par de días sin ser presa del aburrimiento. Es una estancia obligatoria de difícil y costosa alternativa.

puerta poipet

No me puedo dormir. Para estar dando vueltas en la cama, más vale estar por la calle, porque en Bangkok, sea la hora que sea, siempre hay algo que ver en la RÚE, ya sean borrachos dando tumbos, o meretrices en busca de la última oportunidad.
El transporte previsto llega a su hora. Salimos mucho antes del amanecer para no toparnos con el agobiante tráfico de Bangkok. Pongo en mi móvil “La parroquia del Monaguillo” en Ondacero vía GPRS para hacer más ameno el viaje. Pasadas un par de horas, los primeros rayos solares impactan como dardos en mis ojos, el día y yo no somos compatibles. No tardamos en llegar a la frontera. Pasamos con relatividad rapidez todos los trámites burocráticos. Mientras espero en la fila de inmigración, me llama la atención un joven vestido de monje, y que probablemente lo sea. Anda algo despistado de un lado para otro. A lo tonto a lo tonto, como el que no quiere la cosa, se va acercando a los mostradores de control de pasaportes y rebasa uno de ellos. La oficial de turno se levanta y le llama la atención, echándolo para atrás. Una cosa es que en este país se respete y venere a los monjes, y otra distinta que se crean que el resto de la humanidad es tonto; con el orgullo que tienen los empleados de inmigración, menuda ocurrencia la del monje. La cuestión es que me giro para ver si el religioso est’a en otra fila esperando su turno, pero no, se ha volatilizado, como dicen que algunos monjes budistas logran levitar gracias a la meditación... no sé, es posible que el tipo optara por una vía alternativa.
Con el sello en el pasaporte, pasamos a tierra de nadie, un concepto difícil de entender para los que habitualmente viajamos en avión. Ahora no estoy ni en un país ni en otro. ¿Si le robara la cartera a alguien, quién me arrestará?

inmugracion

La primera impresión que se percibe de un lugar resulta determinante a la hora de establecer un criterio definitorio. ¡PESTE! PERO CON MAYÚSCULAS. No huele un poquito mal, no. El olor a pescado podrido es tan insoportable como inexplicable dada la usencia de peces en las inmediaciones, claro que hay muchas mujeres de higiene dudosa... bueno, no seamos misóginos. Los efluvios nauseabundos rozan lo insoportable, y obviamente, es aconsejable no haber desayunado antes de cruzar el confín. Intento contener la respiración hasta que mi rostro adquiere un tono azulado. Pasados unos cuantos metros, y superada la prueba olfativa, nos recoge un taxi que nos transporta hasta el hotel.

retrato rey

Tal y como me avisaron, en su momento, los que me gestionan el papeleo, este establecimiento es el típico hotel casino de ciudad fronteriza, es decir, pocas diversiones o ninguna que no estén relacionadas con el juego, mal asunto para alguien como yo que no sabe ni jugar al tute. Nada de piscinas, buenos bares, discotecas o cines. La conexión a internet cuesta 100 bahts la hora y avisan de que la velocidad es de 153 kbps, no sé si se trata de un error o una broma de mal gusto, y me da igual porque me conecto con más velocidad con mi teléfono, que por cierto carece de la cobertura adecuada en mi habitación. Afortunadamente he sido previsor y me he traído mi mini-equipo multimedia: 500 GB de series y películas, una bocanada de aire fresco en la tierra del muermo.
Apenas llegado al hotel, me invitan a pasar al comedor para el desayuno. Bien, no tengo mucho apetito, pero antes de echar el segundo sueñecillo, no está mal tener algo en el estómago. Supongo que la calidad de los alimentos estará a la altura de las apariencias del establecimiento. Mi gozo en un pozo. Las frutas tropicales son una sandía y una piña troceadas. No hay té, bueno, hay pero es chino y tiene una pinta rara y sabe a rayos, el bacon parece la cubierta de caucho de una rueda de tractor, los huevos fritos son perfectamente redondos y están perfectamente fríos, supongo que por los chorros de aire acondicionado. No hay rastro de leche por ningún lado, sólo hay una cosa parecida, se trata de leche caliente de soja, les cedo el placer a los demás. ¿Qué pasa, que a los jugadores compulsivos se les deteriora el sentido del gusto? ¿Hablamos del zumo de naranja? Creo que no hace falta. Con media sandía y un par de “pancakes” con miel en el cuerpo me voy a mi habitación a echar una cabezadita. La cabezadita dura 5 horas. De todas formas no sé muy bien qué hacer en el país de “Rien ne vas plus”. Aunque vaya provisto de mi batería habitual de comprimidos inductores del sueño, opto por no forzar la máquina, y me levanto pendiente de horas de sueño para retomarlo entrada la noche.

familia real kamen


Salgo a dar una vuelta para ver qué me ofrece el lugar. No tardo en darme cuenta de que mis presagios más pesimistas se cumplen. No hay nada que hacer, sólo pasear y observar el ir y venir de la gente, la gente más pobre que he visto en tiempo. Opto por entrar en el Gran Diamond Casino a echar un vistazo y tomar algo. El guardia de turno me obliga a pasar por uno de esos arcos de seguridad con cierta insistencia. ¿Para qué? En el fondo es como en los arcos de seguridad del metro de Bangkok, por mucho que piten, siempre te dejan pasar. Son ganas de molestar al personal. Me siento en una suerte de cafetería y pido un té, un té normal de los de toda la vida. No hay, al igual que pasa en mi hotel. ¿Hay algún complot en contra del té británico?
Ojeo la prensa thai y me encuentro con lo de siempre. Me hacen especialmente gracia las noticias relativas a monjes, en particular cuando aparecen en la sección de sucesos. En menos de una semana han detenido a un monje por ir de putas y a otro por camello, y no al por menor, tenía 15.000 pastillas de Yaa Baa (metanfetaminas) y una cantidad considerable de dinero en metálico, claro, era el abad del monasterio y las cosas las hacía a lo grande. Me viene también a la memoria el caso de unos monjes que por las noches se ponían pelucas y se ponían al volante de los Mercedes y BMW del monasterio para ir a emborracharse a los karaokes en compañía de bellas damiselas. Siempre que leo este tipo de noticias, me acuerdo de los que ponen al budismo como ejemplo de filosofía y se tiran el rollo tipo Richard Gere y van de místicos por la vida. El budismo cuenta con las mismas miserias que el catolicismo o cualquier otra religión. ¡Válgame Dios! 

 gran diamonf

De vuelta al hotel, decido ir a ver en qué se deja el dinero la gente. Lo que más me llama la atención es que nadie tiene cara de estar pasándolo bomba. Los que van de profesionales, con sus libretitas llenas de datos, fracasan del mismo modo que los advenedizos. Hay un juego que me sorprende por desconocido, lo llamo el juego de los Lacasitos. El funcionamiento es sencillo, hay una fuente llena de... Lacasitos blancos. La croupier pone un vaso encima del montón y a continuación cuenta los que han quedado dentro. Lo único que no entiendo es la apuesta a realizar, ya que sobre la mesa de apuestas hay una cuadrícula donde se efectúan las apuestas con números que van del 1 al 4. ¿Qué hay que adivinar? Sabe Dios. En las mesas de Black Jack están las chicas en posición Zen con las manos hacia arriba sobre la mesa, así una detrás de otra, sólo me falta oír el OOOMMM. Supongo que debe de tratarse de alguna medida de seguridad porque si no no se explica posición tan absurda. El aspecto que tienen es el de muñeco de cera o en mi retorcida mente, de muñeca hinchable.
El juego que más absorto me tiene es el más infantil de todos. Las carreras de caballos en una vieja máquina de SEGA. Ahí están todos los thais echando monedas y viendo como los caballitos de Famobil dan vueltas a un hipódromo de juguete. Es triste y divertido a la vez. Los hay que gritan y jalean a sus caballos, como si la máquina funcionase a base de gritos. Alguna vez me he visto hablando con mi ordenador, pero nunca he llegado al punto de animarle para que cargara el sistema operativo más rápidamente.
Tras pasar un día en tierra de nadie, decido dar el salto y pasar a territorio camboyano. En el "checkpoint", me asaltan varios motoristas que se ofrecen para darme una vuelta por Poipet. Afortunadamente, el salvoconducto que llevo me evita hacer la cola de inmigración. Al otro lado está ya el motorista que quiere ofrecerme sus servicios. La negociación es dura, pero llegamos al acuerdo de 100 bahts (2,5 euros) por el transporte por toda la villa. Lo cierto es que no sé ni a donde quiero ir. Me habían hablado los motoristas de un supermercado, pues allá vamos. Las distancias son cortas, en cuestión de minutos llegamos a destino. “¿Y el supermercado?” le pregunto. “Es esto” me replica sin ruborizarse. El tan cacareado "supermarket" se convierte en un mercado súper (en tamaño) con productos rechazados en los suburbios de Johannesburgo. Los productores de "Cuéntame" podrían encontrar todo el attrezzo necesario para la serie. La única forma de ver un televisor de pantalla plana, es ir allí con una apisonadora. Por mucho que busco, no encuentro nada que comprar. En las cercanías, detecto una farmacia. Más por vicio que por otra cosa, me informo sobre los precios de algunos productos, pero dado que últimamente hago una vida relativamente sana, no me llevo nada, creo que es la primera vez en mi vida que no salgo aprovisionado de toda suerte de sustancias de una apoteca.



Ahora entiendo que los thais se sientan los reyes del mambo, teniendo en cuenta los vecinos que tienen, es como si uno aparca una caravana al lado de una chabola.
 
En vista de que mis despensas van a ser más bien escasas o nulas, mi breve visita va a tomar un carácter algo cultural. "Llévame a un templo" le digo al chaval. Por lo menos podré contemplar algo de la arquitectura autóctona. Entreveo por los tejados de las edificaciones circundantes unos reflejos dorados que se distinguen del marrón reinante. Llegados al lugar, soy el blanco (nunca mejor dicho) de todas las miradas. Sin avergonzarme un ápice, me meto por todos los lugares que veo. Algún monje de edad avanzada me mira con cara de "¿Y éste qué coño hace aquí?". Sobran las palabras, la verdad es que me da la impresión de haber interrumpido alguna ceremonia.

ceremonia

Me voy hasta otro edificio donde se ofician dos rituales paralelos, uno parece una boda sin invitados, y el otro un exorcismo. Uno de los ayudantes del templo me invita a pasar, los monjes me ignoran por completo. Me limito a pasear sigilosamente mientras tomo instantáneas del momento. Me parece que el día que hicieron el templo, el interiorista se tomó vacaciones. No hay nada. Algunos frescos en las paredes y techos, y poco más, además alguna de estas obras de arte se ve arruinada por la instalación de un ventilador en todo el medio. ¿Alguien se imagina el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina con un ventilador donde se unen las manos de Dios y Adán?

fresco ventilador


Por los alrededores del templo circulan varios infantes. Curiosos ante la presencia del extranjero, no dudan en acercarse. Lo que más les llama la atención es mi reloj-teléfono con pantalla táctil. Uno de ellos descubre la maravilla y llama a los demás que no se demoran en acercarse para tocar este ingenio de la tecnología china. Junto al recinto sagrado se encuentra una escuela de primaria. Debe de ser la hora del recreo porque gran parte de ellos está por ahí brincando por el campo de tierra desolada que tienen como lugar de esparcimiento. Ya tengo una nueva ocasión para acercarme a esos lugares que los turistas no pisan, no por falta de ganas sino por desconocimiento. ¡Qué alegría ver cómo estas criaturas de Dios se divierten con la presencia de un ser extraño! La inocencia en su estado más puro, o no. Pasados escasos minutos empieza a pedirme dinero en inglés y tailandés. ¿Pero qué les enseñan a estos bichos en la escuela? Desde luego, me da la impresión de que de allí van a salir auténticos licenciados en "mendigología", y las niñas... Sigo mi camino como si la cosa no fuera conmigo, hago fotos a diestro y siniestro. De repente la marabunta se abalanza sobre mí. Mantengo el dedo sobre el disparador de la cámara mientras voy diciendo: "¡Quita bicho, quita bicho!", todo ello sin perder la sonrisa, y asegurándome de no perder la cartera ni el móvil. No tienen aspecto desnutrido ni de pordioseros, se ve que lo de mendigar lo traen aprendido de casa. Las que controlan a las fieras son la maestra, a la que llamo "La tía La Vara", y su ayudante junior.

vara 1

La primera se apresta a esconder su herramienta contundente en cuanto percibe que estoy tomando fotografías, por lo visto no quiere aparecer en el "National Geographic" arreando a los demonios como si de cabras se tratara. La tía la Vara junior no se amedrenta por mi presencia y maneja el instrumento con soltura y efectividad.
Doy concluida mi visita al territorio camboyano. Regreso a tierra de nadie.

vara 2

El día anterior he visto un Spa donde dan masajes tradicionales, uno de mis vicios confesables. Vuelvo a echar mano del salvoconducto para saltarme las formalidades aduaneras, y le indico al motorista que me lleve hasta el Jiwa Spa.
Una bella damisela me recibe y me muestra la carta con los servicios que se ofrecen, hasta ahí todo normal. Por experiencia, sé que como en Tailandia no dan los masajes en ninguna parte, a pesar de ello y del precio (500 bahts, unos 12 euros), me arriesgo a ponerme en manos de una desconocida durante un par de horas. Me hacen subir al primer piso. Allí, en un espacioso salón bien decorado, me reciben dos señoritas muy amables que vuelven a preguntarme qué deseo. Me acompañan a un cuarto para masajes individuales, cosa que me pone ya la mosca detrás de la oreja, pero llegados a ese punto, no me voy a echar para atrás. Se me indica donde está la ducha, y se me hace entrega de la indumentaria a utilizar. Espero cinco minutos y aparece la masajista. En apenas tres minutos, me percato que el título de terapeuta se lo ha sacado con CCC. Me sabe mal decirle que me deje en paz y que vuelva al campo de arroz. Me dejo "amasar" durante algo más que una hora, hasta que llega el momento que estaba esperando pero que no quería que llegara. Mis peores presagios se cumplen de nuevo. "¿Algo especial?" me suelta con una sonrisa de oreja a oreja. Sonrío a mi vez mientras disiento con la cabeza. Insiste, por si no me ha quedado claro: "¿Una pajita?". Sin perder la sonrisa, le contesto con un rotundo "NO". Opta ahora por la mímica más que explícita. "Noooo" le repito con más contundencia y subiendo algo el tono. Pero no se deja amedrentar. "Ah, tú lo quieres es follar" me da a entender entre palabras y gestos. Algo exasperado, asiento resignadamente, mientras pienso hacia mis adentros: "follar sí, pero no contigo, desde luego, a ver si ahora me voy a dedicar a la gerontofilia". Además, las guarradas ya me las organizo yo en Bangkok sin la ayuda de nadie, y por otro lado, las pajas me las sé hacer yo mismo desde hace más de 30 años. Y si quiero follar será con alguien que no me supere en edad, que a pesar de lo tenue que está la luz, se le ven las arrugas, y eso en Asia denota una edad algo avanzada. ¡Hostia! Que no pueda ir uno a los sitios con tranquilidad. Maldita sea, ya me pasó lo mismo en Bangkok, pero esa vez caí y me supo bastante mal porque no lo había disfrutado. A pesar de no haber cumplido con la misión que se había propuesto, no se corta a la hora de pedirme propina. "Sí, sí, luego te la doy". Una vez en recepción, le entrego 100 bahts, como a todas las masajistas, y sin embargo se queda con una cara algo compungida. Será posible, panda de desagradecidos. Si vuelvo por esos lares, ya sé a dónde no voy a ir.

yo moto

Para resarcirme moralmente de la afrenta sufrida, me voy a comprar chocolate, la solución de toda la vida, pero chocolate del que trajo Colón de América, no del que trae mi vecino de Marruecos.
Siempre me he preguntado por qué los "Duty Free" son más caros que cualquier tienda normal. Se supone que al estar exentas de impuestos, sus productos deberían ser mucho más baratos, pues no. Aprovisionado de Cardburry’s con "Hokey Pokey", otra tableta rellena de gelatina de cereza con trozos de galleta de chocolate y unos Fazer finlandeses rellenos de vodka, vuelvo al hotel para darme el festín.
Estos hoteles con casino incorporado tienen la peculiaridad de que te sientes vigilado constantemente. Te gires hacia donde te gires, siempre hay alguien observándote. No en vano, recuerdo un dicho que oí en Las Vegas que decía: “El lugar más seguro en el que te puede dar un ataque al corazón es un casino.” Estés donde estés, en dos segundos ya estás atendido, porque siempre hay alguien escrutando el más mínimo de tus movimientos. Por otro lado, es mal sitio para los paranoicos con manía persecutoria.

Ha sido una noche algo pesada. No sé a qué distancia del hotel, hay instalado un sistema de megafonía atronador. Al anochecer pensé que se trataba de los típicos cantos budistas que tanto se dan en la zona. Al amanecer, la cosa tomó tintes musulmanes. Daba la impresión de estar en pleno Ramadán. Entrada la mañana, sonaba como si tuviera en mi cuarto al vendedor de fruta de mi barrio con su altavoz “made in China” a toda potencia y en mono, pero mono porque suena como un mono enjaulado. En un principio, el soniquete de fondo adquiere tintes románticos, puede llegar a darte la impresión de estar de corresponsal de guerra en Oriente Medio, pero cuando llevas varias horas con la misma cantinela, te acuerdas de Mahoma y de todos sus correligionarios. No pido que se hagan leyes sobre horarios y decibelios, más que nada porque los de Alqaeda disentirían un poco, y cuando ‘estos disienten, más vale ponerse a cubierto. Y por supuesto, el Dolby Surround 5.1, son historias de las que no han oído hablar, me temo que los de Bang&Olufsen no tienen un futuro prometedor por estas tierras.
Faltan pocas horas para volver a Bangkok. No veo el momento de volver a mis quehaceres habituales, sin duda más lúdicos.