21.7.10

Un día en comisaría 3

Hace unos días recibí una llamada. Procedía de la comisaría de Bangkok en la que habitualmente desarrollo mi labor. No me pilló de sorpresa. Recientemente había leído en la prensa thai que un grupo organizado colombiano había sido detenido tras un atraco a una entidad bancaria. A raíz de tal suceso se empezaba a estudiar la posibilidad de crear una división especial dedicada a la investigación de grupos sudamericanos en territorio tailandés, dada la afluencia de oriundos de dichos países que se dedican a actividades “poco claras”.
La llamada en cuestión me hizo recordar que contaba todavía con un cuaderno de apuntes sobre las horas pasadas en las dependencias policiales. He aquí algunos de los extractos.

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Un día del mes de febrero se presenta en comisaría un individuo danés con el objeto de presentar una denuncia contra su mujer, dado que ha vuelto a ser objeto de malos tratos. Y digo “ha vuelto” porque no es la primera vez que aparece por aquí. En vista de la reiteración de los hechos se le aconseja que acuda a un abogado. El hombre no es un “Gran Danés” (chiste malo) y se tiene que ir con el rabo entre las piernas. Aquí no existen leyes sobre violencia de género. En España, teóricamente, se habría procedido a la inmediata detención de la mujer, aunque con lo de la discriminación positiva, no me atrevería a afirmarlo

Recuerdo el día en que una pareja de neozelandeses acudió a denunciar el robo del que había sido víctimas en el ya conocido soi 4 de Sukhumvit. Todo se desarrolla con la normalidad propia en este tipo de procesos, hasta el momento de rubricar el documento con la firma de los afectados. Éstos se niegan a estampar su firma por estar la denuncia redactada en tailandés. Nadie entiende nada. Nadie sabe cuál es el problema. Dado lo peculiar del hecho se llama al subteniente para que a través de un intérprete se les haga entender que como en cualquier otro país del mundo, los documentos oficiales se redactan en el idioma oficial; algo de cajón que los “Kiwis” se resisten a entender. Con paciencia (creo que demasiada) se les dan unas explicaciones que yo personalmente me habría ahorrado mandándolos a una calle cercana donde el rey es el “Anal Intruder”. Acceden los muy gilipollas, pero a regañadientes. ¿Qué creían? ¿Qué firmaban una autorización para ser sodomizados por cualquier funcionario thai?

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Es corriente que en las comisarías exista “el otro cuarto”, “el cuarto oscuro”, “el sitio”, “la habitación sin nombre”, ese lugar que nadie quiere conocer, donde los segundos parecen horas y el silencio es atronador. En Bangkok, los ciudadanos originarios de Oriente Medio, en especial de Irán, suelen ser “estrellas invitadas” frecuentes de tan lúgubres y reveladores lugares. El narcotráfico es su actividad predilecta, y existe una auténtica mafia organizada que se mueve por los alrededores de los sois 3 y 5 de Sukhumvit. Muchos de ellos hacen sus “negocios” en los bajos del hotel Grace del soi 3. Y no son pocas las ocasiones en que son detenidos por ajustes de cuentas entre ellos.
En este día de enero, un iraní se presenta en comisaría en busca de un compatriota suyo que había sido detenido días antes por estar en territorio tailandés con el visado caducado (sí, en Siam se cumplen las leyes sobre inmigración). Nadie sabe nada sobre el paradero del individuo. Ha desaparecido. En un país “normal” no pasaría nada, pero en algunas naciones el hecho de “desaparecer” puede llegar a ser algo más que preocupante. En vista de que no hay rastro del “Jomeini” le invitamos a que se acerque a las oficinas de la policía de inmigración.

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Foto: Bangkok Post

Hay ocasiones en que los desaparecidos no lo son. Como muestra el caso de un francés que un buen día apareció por la comisaría a denunciar su “no desaparición”. Unos días antes, un primo suyo se había presentando alarmado por la ausencia de su familiar y se había cursado el pertinente parte. Muchos son los que “desaparecen” en Tailandia. Es frecuente ver, sobre todo en la zona de Khao San, carteles fotocopiados pegados por familiares o amigos de alguno de estos desaparecidos, que acaban apareciendo en alguna isla “fumaos” y acompañados de alguna putilla. Las desapariciones voluntarias son harto frecuentes en un país en el que los placeres te hacen perder los sentidos.


Para algunos, una comisaría es un espacio multiusos donde pasar la tarde, refrescarse, charlar un rato, desahogarse, visitar al “psicólogo” gratis, etc. Para otros, se trata de un lugar donde creen que van a encontrar la panacea, el lugar donde todo se puede solucionar, desde los problemas más nimios hasta cuestiones más graves que requieren largas investigaciones. Otros creen literalmente que acuden a centros de beneficencia. Sin embargo, la realidad es bien distinta. En Bangkok, como en España o cualquier otro lugar del mundo, BÁSICAMENTE, una comisaría no deja de ser una dependencia administrativa en el que se transcriben y “oficializan” declaraciones efectuadas por individuos. Obviamente, de tanto en cuanto, se arregla algún que otro entuerto

Como ejemplo del uso terapéutico de una comisaría, tenemos el caso de un ciudadano noruego de 69 años que acudió todo enfurecido en busca de ayuda, a finales de enero. Según relataba, paseando por la calle Silom (zona de tenderetes para turistas), un vendedor de la calle le dijo: “Fuck you”. Además de insultarle, le iba siguiendo por la calle. El hombre estaba realmente indignado y pretendía que la policía limpiara las aceras de vendedores. Tras escucharle, disimulando las carcajadas con amplias sonrisas o bostezos, se le aconseja que acuda a la Policía Turística que es la que debe ocuparse de estos menesteres. Una vez desahogado el hombre, parece más relajado y contento, simplemente por haber tenido una audiencia de media docena de personas. Ya tendrá algo más que contarles a sus nietos.

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Los que se creen que la policía es una sucursal de Cáritas son los borrachos occidentales. Acuden simulando haber sido atracados y piden dinero. Son despachados sin más contemplaciones, aunque con la sonrisa que caracteriza a los thais.
Algo más curioso es el caso de un británico que a principios de marzo se presentó en comisaría declarando que lo había perdido todo y que no se acordaba de nada. Con tan pocos datos y en vista de que se estaba convirtiendo en un bucle que no llevaba a ninguna parte, se contacta con la Embajada del Reino Unido para que se haga cargo del súbdito de su Graciosa Majestad. Aunque supongo, simples elucubraciones mías, que graciosa era la que se llevó anoche al hotel y se pasó echándole la droga en la bebida.

Una comisaría también puede hacer las veces de consultorio matrimonial. Muchas parejas thai/farang (las parejas thais no se molestan) vienen a dirimir sus disputas ante los agentes de la Ley. En esta ocasión, una chica thai acude para reclamar a su ex novio alemán la cantidad de 100 Euros. Obviamente, ante situaciones como ésta, que rozan el surrealismo, poco pueden hacer las Fuerzas del Orden, hay que limitarse a escuchar y a asentir con la esperanza de que las aguas vuelvan a su cauce de “motu proprio”.

El surrealismo parece ser algo que va aparejado a la comisaría indefectiblemente. A mediados de enero, un ciudadano birmano (el país se llama ahora Myanmar, pero no sé el gentilicio y seguro que suena raro) de 32 años viene a presentar denuncia contra una prostituta (sic) se ha quedado con sus 2300 bahts. El hombre no habla, ni inglés, ni chino, ni ningún idioma de los hablamos los allí presentes. Se intenta buscar un intérprete, pero no hay forma. A pesar de que en Tailandia hay multitud de birmanos aunque casi todos son inmigrantes ilegales que pocas ganas tienen de ver gente uniformada. El hombre se hace entender y se deduce que pagó pero no pudo meter el churro en el horno, o sea que su cabreo es monumental. A un hombre le cabrea que le roben, pero que le cierren las puertas del paraíso en sus narices, le saca de quicio. El hombre insiste en que se le devuelva el dinero. El oficial de turno empieza a estar cansado e intenta “derivarlo” a otra comisaría para que dé la tabarra allí. Pero el hombre erre que erre. Para que le quede más claro el asunto y nos deje en paz a todos, se le explica que la prostitución es ILEGAL en Tailandia, por lo que si denuncia el hecho, se está autoinculpando de un delito. Fin de la discusión. ¿Alguien ha visto nadie denunciar a su camello por la mala calidad de la droga suministrada? Pues el mismo principio es aplicable al caso del birmano birlado.

Curioso fue también el caso de una pareja de japoneses que venían desde el país nipón a denunciar a unos compatriotas suyos empleados de Panasonic porque la casa que les vendieron en Japón tiene defectos. Como es lógico, el oficial al mando no ve indicios suficientes como para cursar una denuncia, más que nada porque ni la casa está en Tailandia, ni la policía sabe de defectos de construcción. De todas formas, y para contentarlos, se redacta un escrito en el que se detalla lo expuesto por los súbditos del Emperador, y se les hace entrega. Tal vez les sirva el documento para tapar una grieta.
Hay gente que no escarmienta, y si no me creen vean el caso de Leroy T.H. un ciudadano estadounidense que se aloja en Raja Mansion, sugerente nombre para un hotel ubicado en una calle llena de prostitutas. Este ciudadano de color negro (nunca me ha gustado lo de “un hombre de color” ¿será violeta?) denuncia que fulanito le ha robado su móvil. No pasaría de ser una sustracción más si no fuera porque el mismo hombre denunció a la misma persona por el mismo hecho hace un tiempo. Si ya te han robado una vez, estate al loro y más si sabes que el que te ha robado anda por los alrededores.

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En resumidas cuentas, las historias de comisaría no tienen fin. Si no fuera por el trasfondo trágico que tienen estos lugares, se podría decir que un establecimiento policial es un auténtico cabaret.

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