La capacidad de asombro del ser humano no tiene límites, y en Tailandia más.
Tailandia es un país proclive a las historias raras, más que raras, surrealistas. Los acaecimientos aquí tienen un carácter particular, en la mayoría de casos, propio de novela de bajos fondos. Vivir en este país le brinda a uno la oportunidad de ser el receptor, cuando no el protagonista, de relatos que bien podrían pasar a engordar la biblioteca de las leyendas urbanas, si no fuera porque uno las obtiene de primera mano.
Hace cosa de un par de semanas, recibía en mi domicilio a horas intempestivas, sobre las ocho de la mañana, una llamada de un joven español muy alterado. Uno, a esas horas no es persona, y yo menos. Por una extraña casualidad coincidió con ese día al año que me olvido de desconectar el aparato telefónico.
De repente, en escasos segundos, pasaron por mi martillo, yunque y estribo, las palabras: atraco, travesti, Iphone, habitación, sexo, enfermedades, policía, etc. Todavía no había acertado a abrir los ojos cuando mi cerebro se veía obligado a procesar todo ese monto de información. El joven tenía bastante premura en que diera respuesta a sus inquietudes del momento que no le dejaban conciliar el sueño e impedían que el mío prosiguiera en quietud. Sólo recuerdo de aquellos terribles momentos (terribles porque estar despierto a esas horas es terrible para mí, no por otra cosa) haber pronunciado las palabras: sí, pon la denuncia. Y a dormir toca.
Pero vayamos al principio de la historia para tener un mejor entendimiento de estos sucesos de tinte novelesco.
El mismo día en que llegué a Tailandia, procedente de España, cuando todavía no había llegado a mi dulce hogar, estando en el taxi que me traía del aeropuerto, recibí una llamada de un advenedizo español que acababa prácticamente de tomar contacto con la noche bangkokiana. Por la hora, sus atropelladas palabras, y su desmesurada excitación, no me costó mucho llegar a la conclusión de que la tasa de alcohol en sangre era más que notable. La frase: “Llevo dos días aquí y todavía noche follado”, fue determinante para que pusiera fin a la conversación, convocando a mi interlocutor a una próxima reunión dado que un caso como este requiere de un estudio llevado a cabo con más calma y sin la premura del momento.
Pasados un par de días, uno de los jóvenes españoles se volvió a poner en contacto conmigo. Quedamos en vernos en mi oficina nocturna, la que abro de las 21 a las 01 horas. No fue difícil entablar conversación. Generalmente, el que viaja suele ser bastante abierto, y es receptivo ante cualquier sugerencia. Les lleve a efectuar el tour exprés por Soi Cowboy, una visita para efectuar una primera toma de contacto con la noche siamesa de bombillas rojas. Con una ascensión por la calle Sukhumvit con las debidas explicaciones detalladas sobre la fauna autóctona y sus costumbres, así como las actitudes a evitar iban jalonando nuestro o periplo nocturno. Unos jóvenes sanos y divertidos, dispuestos a conocer más a fondo la idiosincrasia tailandesa, alguno más que otro. La parada final, y lugar para las últimas reflexiones, es el soi 13. Desde las incomodas sillas de plástico y las siempre inestables mesas de camping observamos cómo se transforma el hombre de noche en latitudes tropicales, y lanzamos al aire una pregunta que será recurrente en el futuro, y determinante en todo este rocambolesco vodevil: ¿Cómo puede irse un hombre con un travesti aduciendo el desconocimiento del sexo real del individuo?
La fama de los travestidos y transexuales tailandeses les precede. La feminidad más pronunciada y predominante en los individuos de raza asiática, da como resultado unos individuos que en determinada circunstancias son difíciles de ubicar en el amplio panorama de la sexualidad moderna.
Pero volvamos con nuestros aventureros de la noche oriental. Al día siguiente de nuestro encuentro se marchaban a gozar de las playas de fina y blanca arena de las playas del sur del país. Me despedí de ellos y confié en que tuvieran en consideración los consejos que les había dado. Lejos de mí está el ánimo de ser ningún gurú, pero mis años y continuos tropezones por estas tierras, me han dado algo de autoridad a la hora de pronunciarme sobre diversos aspectos de estas tierras y sus pobladores.
A los pocos días recibía la llamada que encabeza este relato, una llamada que, según mi interlocutor, iba a tener continuidad. Sin embargo, pasaron las horas, los días, y todo iba a quedar como un recuerdo más, si no hubiera sido por una de esas casualidades de la vida que quiso que de forma totalmente fortuita me encontrara en el Skytrain con uno de los jóvenes protagonistas indirectos de estas páginas. Quedamos para la noche, quiero saberlo todo, esto es Salvame de Luxe versión thai, me interesan sobremanera los detalles más escabrosos, soy el Jorge Javier de las noches bangkokianas. Espero a la hora convenida para que al calor de un Black Label, me sean explicadas las historias más desternillantes y/o estremecedoras oídas por hombre alguno.
Llegado el momento, la primera frase es demoledora, un perfecto gancho para que el telespectador se quede pegado a la pantalla: “La culpa de todo la tiene el Barca.” Necesito un trago largo. ¿Que pinta el Barca en toda esta historia de travestis y ladrones?
Recordemos que por esas fechas, el Real Madrid sufrió una derrota humillante ante el equipo barcelonés. Nuestro protagonista involuntario es culé hasta la médula, y todo lo que no hizo en 10 días, quería hacerlo en una noche para celebrar la sonada victoria de su equipo del alma, dejando al margen su fidelidad amorosa proclamada a los cuatro vientos y su repulsa por el mundo de la prostitución. Esos son los efectos secundarios del futbol, consigue que el hombre reniegue de sus principios más elementales, aunque todo tiene un límite, o debería tenerlo, a mi entender.
¿Podríamos hablar de un culé “enculé”? No nos precipitemos. Según palabras del hincha, su alegría era tan grande en esa noche que tenía que ir a celebrarlo como fuera, y afirmaba que iba a petar el pueblo turístico, aunque nos tememos que lo que petó fue otra cosa, pero no adelantemos acontecimientos.
Avanzada la noche, el alcohol fluía como el Ebro por Zaragoza. ¡Cuántas mujeres, cuánto jolgorio! Menuda dicha la suya. Esa noche la iba a recordar por siempre jamás, pero no de color rosa ni azulgrana.
Su relato, recogido por dos personas distantes en tiempo y espacio, su acompañante y el que esto escribe, adolece de grandes lagunas temporales que impiden determinar la sucesión exacta de los acontecimientos, y establecer la certitud total de las afirmaciones. Siguiendo las palabras de la “víctima”, pasamos repentinamente de un decorado de luces de neón a la oscuridad de una lúgubre habitación de hotel en la que se encuentran un seguidor azulgrana y una mujer con una extensión natural entre las piernas. El sujeto, llamémosle hombre, llamémosle mujer, para el caso es el mismo, tiene entre sus manos el Iphone del joven catalán. Según dice, lo devolvería a cambio de un rescate de 10.000 bahts. Suponemos que el aparato (el Iphone quiero decir) no tenía instalada la aplicación para evitar ser secuestrado. Al no contar con esa cantidad en metálico, el travesti conmina a su víctima a acudir al cajero más próximo y retirar dicha cantidad. Desconcertado, el joven coge su tarjeta y sigue las ‘ordenes del trípode. Regresa a la habitación y le hace entrega de la cantidad exigida, marchándose a continuación, sin más.
Es entonces cuando recibo la llamada en la que, más que alterado, me pregunta si debía denunciar el caso o no, dado que la noche en que estuvo en Bangkok, le señalé que nadie podía denunciar a una prostituta por el simple hecho de que se estaría auto inculpando de un delito de incitación a la prostitución. Sin embargo, lo reconforto señalándole que a la policía le interesa más atrapar a este tipo de delincuente que echarse sobre un pobre turista ebrio que no sabe qué tiene entre manos, aunque ‘este es probable que supiera lo había tenido entre sus manos.
Otro aspecto que intriga a los que hemos vivido la historia de cerca, es la preocupación del desbarrado por saber si los travestis de este país transmitían enfermedades. Por lo que he podido saber durante los años que llevo por estos lares, las probabilidades de contraer algún tipo de enfermedad con un travesti de la calle son bastante superiores a las que habría con una chica que trabaja en un gogo bar, aunque no lo expuse tan claramente, lo dejé entrever. Supongo que inconscientemente, con sus palabras se delató de alguna forma y vimos que su relato cojeaba, y allí había sucedido algo que no estaba dispuesto a contar. ¿Por qué se preocupa uno por las enfermedades de un travesti si afirma no haber tenido contacto carnal con ‘este? Allí la cosa olía a cuerno quemado (¿el de la novia catalana?). Los interrogantes se sucedían. ¿Si alguien está sometido a un chantaje y puede salir de la habitación, no sería más lógico acudir a la comisaría más cercana o avisar al personal del hotel? ¿Era la vergüenza superior al deseo de justicia? ¿Cómo puede un hombre que despotrica contra las prostitutas durante días acabar con un ser con una del 22 largo entre las piernas?
Recordábamos, su compañero de viaje y yo, la conversación sobre el tema que habíamos tenido noches anteriores. Algo no cuadraba, y sigue sin cuadrar, porque el individuo en cuestión cogió las de Villadiego, sin dar la menor explicación. En un arrebato de ira hizo las maletas y regresó a España, tal vez para ir al Nou Camp o sus alrededores y olvidar el secuestro que había sufrido su Iphone y la humillación de la que había sido objeto, una humillación comparable a la que había sufrido el Real Madrid en la noche de marras. La cuestión es que para emprender la huída tuvo que abonar 100 € par el cambio de billete, o sea que podemos afirmar que su aventura siamesa le costó un ojete… de la cara.
No me cansaré de repetir a todos los que quieran venir a Tailandia de picos pardos, que no hay que llevar bajo ningún concepto a nadie a la habitación de uno mismo, y dado el caso, por la circunstancia que sea, exigir a los miembros de seguridad del hotel que tomen los datos de quien los acompaña. Es algo sencillo que puede ahorrar más de un disgusto.
En este relato se han obviado fechas, lugares y nombres. La intención no es hacer leña del árbol caído, sino extraer una enseñanza de todo ello. Bueno... y echar unas risas ¿no?
Compañero, que la fuerza te acompañe.
2 comentarios:
Me apetecería decir que le j**an, pero creo que ya lo habían hecho. Y no hablo por lo del forofismo cuñé, que también, sino por la hipocresia.
En mi caso no tengo reparos en llevar alguna acompañante a mi habitación, pero tomo mis precauciones: siempre todo lo importante en la caja fuerte (sí, a la hora de decidirme por un hotel és muy importante) y control de seguridad a la entrada (con la correspondiente llamada de control a la salida)
Que la fuerza nos acompañe a todos amigo Peter, aunque se percibe que en ti la fuerza es especialmente intensa.
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